Después de llevar el chamamé al Colón, donde grabó un DVD histórico que presentará en el Teatro Coliseo, el artista habla de sus búsquedas
En la habitación suena el piano de Keith Jarrett, una serie de notas ascendentes que construyen una armonía que parece una pregunta al universo. El Chango Spasiuk está en silencio, de pie, buscando la respuesta universal que trae esa obra, un mensaje oculto dejado por Gurdjieff, un maestro que revolucionó con su conocimiento esotérico la mitad del siglo XX. Ese mismo clima de introspección y plegaria en silencio, ese perfume que encierra el misterio de la vida en el Nordeste es lo que parece buscar el Chango Spasiuk en su obra y en su vida.
"Hoy cumplo 46 años y me siento en el lado ascendente de la curva. Creo que es un buen momento de mi vida porque me siento con mucha fuerza y tengo claras algunas cosas que antes no tenía. Por ahí alguien creería que a esta altura del partido lo que me da tranquilidad son los resultados, pero en realidad lo que me mantiene en paz es que tengo más claras las cosas que quiero hacer en mi vida y la búsqueda en el camino."
Sobre el lomo del piano donde compuso muchas de las obras que interpretó recientemente en el Teatro Colón -y que quedaron registradas en el DVD Tierra Colorada en el Colón, que presentará el viernes próximo-, descansa el Corán. A su lado, una velita blanca encendida. La habitación parece un templo con instrumentos para sus rezos y su música. Hace siete años, el Chango Spasiuk se convirtió en discípulo de la antigua escuela del conocimiento sufi, una tradición dentro del islam. Aunque todavía no se decidió a blanquear públicamente su nombre musulmán, que simboliza el arquetipo del guerrero.
"Es algo muy personal y creo que sería muy torpe tratando de hablar de esto. Un poeta persa que se llama Rumi decía: «Créate una necesidad y aparecerá la herramienta». Que uno sea un chamamecero del interior no quiere decir que uno no tenga sus grandes preguntas existenciales", confiesa el músico. Después de nueve discos rompiendo los estereotipos sobre lo que se espera de un chamamecero -haber tocado con Divididos y Mimi Maura; hacer su propio "De Ushuaia a La Quiaca" en su ciclo televisivo Pequeños universos, crear obra de cámara con sonidos del Litoral para el violinista Rafael Gintoli-, el Chango fue mudando de vida y hallando un punto de encuentro entre su búsqueda personal dentro de la tradición chamamecera y su actual camino en el sufismo. El acordeonista traza un paralelo posible para contar esa conexión. "En el chamamé tenés a Tránsito Cocomarola que le enseña a su hijo y éste a otra persona. Siempre hay alguien que sabe y que está enseñando, así ese conocimiento oral nunca se interrumpe. Es lo que se llama la cadena ininterrumpida de conocimiento. Entonces siempre hay alguien que sabe y alguien que aprende y ese que sabe está autorizado y pasa ese saber. Hoy, en el Gran Buenos Aires, hay un montón de hijos bonaerenses que tocan chamamé con una frescura y una musicalidad como si hubieran nacido allaité (allá lejos). Es como si estuvieran conectados totalmente con la fuente sin haber nacido donde está la fuente y cuando los ves caminan, tocan, hablan y tienen todo el swing del chamamé, como si hubiesen nacido mil kilómetros al Norte. Lo que se está transmitiendo oralmente es algo que sigue vivo y que tiene tanta fuerza como cuando se originó. De esa manera, el conocimiento del chamamé se mantiene vivo porque emana de una misma fuente. Con el sufismo pasa algo parecido."
Su visión del mundo no es la misma que la que tenía cuando salió de su pueblo natal de Apóstoles. Lo que no cambió es esa relación de absoluta intimidad emocional con el acordeón. "Hace treinta años que toco y lo que sigo buscando es disfrutar del misterio de descubrir una frase nueva en el acordeón, como cuando tenía diez años. Es como volver a sentirme en ese momento y decir: «Ahhhh». Cuando compongo busco poder volver a ese estado de sorpresa."
-Haber llegado al Teatro Colón seguramente marca un punto de inflexión en tu historia.
-La experiencia fue muy intensa porque grabamos un disco que a la vez se volvió un documento y un paneo de mi historia, donde está toda mi búsqueda musical, los solos de acordeón, el proyecto de cámara con el maestro Gintoli, mis referentes Ástor y Cocomarola juntos y el encuentro con un sonido propio desarrollado en Tarefero de mis pagos y Pynandí. Es un cierre maravilloso de todo el proceso de indagar en la música del Litoral y en un lugar donde siempre quise tocar. Ahora hay que ver por dónde seguir. No necesariamente lo nuevo tenga que ver con algo sofisticado y pretencioso. Por ahí, lo mejor sea volver a algo simple y despojado.
¿Tocar chamamé en ese lugar también lo sentiste como un acto de reivindicación al género?
El chamamé ha tenido tanta subestimación y marginación en algunos sectores que uno no puede evitar hacer esa lectura cuando uno se sienta a tocar Cocomarola en el Teatro Colón. El chamamé es el chamamé y lo va a seguir siendo esté o no esté en ese contexto del Colón, pero en algún lugar he disfrutado mucho ese aspecto simbólico, no lo puedo negar. No he podido dejar de pensar en Cocomarola en ese momento y me sentí bien y alegre que tremendos compositores, como Isaco Abitbol, o temas que son parte de la tradición chamamecera, como Estancia Santa María, de los hermanos Barrios, se expresaran de una manera espontánea en un concierto de música de cámara. No fue un sentimiento de revancha, sino de celebración de que el chamamé sonara en el Colón, y sentí que uno puedo aportar algo constructivo para crear un vínculo hacia este mundo sonoro para que no haya tanto abismo por ignorancia y desconocimiento.
-En Buenos Aires, hubo una época dorada del chamamé entre los años 40 y 50.
-La época de oro más que en los medios fue una época de oro de producción. Todos esos discos de Ernesto Montiel, Isaco Abitbol, Blasito Riera, Fito Ledesma, los Hermanos Barrios, los Hermanos Cardozo, Tarrogó Ros y Cocomarola fueron grabados en sellos multinacionales y se vendían muy bien. En esa época compusieron un montón de música y crearon de alguna manera una tradición sobre la cual todas las nuevas generaciones definieron el concepto estético del género que se ha recreado hasta hoy. Pero como esa música representaba para un sector de la sociedad a toda esa gente que vino a trabajar en la cadena industrial que se formó en esa época en el conurbano, de alguna manera se la estigmatizó. Son barreras estéticas que otros lenguajes musicales parecidos al chamamé, en otros lugares del mundo, supieron romper
-¿Cuáles por ejemplo?
-El blues. ¿Cuál es la diferencia entre el chamamé y el blues? Ninguna. ¿Cuál es la diferencia entre el origen de la música de John Lee Hoocker, nacida en la cosecha del algodón en el sur de Estados Unidos, y la cosecha de algodón en el Chaco de la que se cuenta en el chamamé? Las dos son músicas de agricultores. Sin embargo, el blues ha roto ese prejuicio y se ha mostrado al mundo, mientras que el chamamé no ha podido romper con el estereotipo cristalizado de que es sólo una música alegre para que toquen los abuelos en el patio de la casa o a la madrugada en los festivales.
-Para vos, ¿qué es el chamamé?
-Me encanta esa imagen que dice: "El chamamé es un rezo que se baila". Ésa es una metáfora maravillosa para definir todo un mundo sonoro de guaraníes, jesuitas, inmigrantes y criollos que se encontraron en el Nordeste. Pero para mí el chamamé es mi infancia.
EL MUNDO SONORO DEL LITORIAL
El músico reflexiona sobre su lugar en el mapa
Desde que apareció con su primer disco, el Chango Spasiuk siempre ofreció una mirada reflexiva sobre la marginación del género dentro del mapa musical argentino. "Últimamente trato de pensar dónde está el conflicto y muchas veces veo que la ignorancia está dentro de la misma tradición y dentro del mismo núcleo chamamecero. Vengo de un pueblo donde no hay ninguna actividad popular, pero cuando se hace una actividad de alto impacto en cuanto a masividad, está vacía culturalmente. Entonces ahí te das cuenta de la gran contradicción de la gente del lugar que no apoya su propia cultura. Otra señal es Cosquín. Que le den 15 minutos a un músico como Antonio Tarragó Ros habla a las claras de lo que significa para ellos todo este rico mundo sonoro del chamamé", sostiene el acordeonista. Para el Chango, la diferencia la marca la Fiesta del Chamamé y del Mercosur, que se desarrolla en enero en Corrientes, y que este año celebrará su 25° aniversario. Como parte de la celebración, entre el 11 y el 13 de octubre se desarrollará un avance de la fiesta del chamamé en la Usina del Arte con referentes y nuevos artistas del género. "El festival del chamamé que se hace en Corrientes es un espacio maravilloso. Lo que me llama la atención es cómo otras provincias del Litoral no toman esas buenas ideas. En las últimas ediciones, la fiesta del chamamé ha sabido poner en foco la tradición y los elementos más importantes que la componen. Se ha vuelto un festival temático poderosísimo. Es hermosísimo ver lo que pasa allí.". (La Nación)