Ofreció siete conciertos con entradas agotadas en el Luna Park
Si se examina el trayecto artístico de Abel Pintos, no debería sorprender el fenómeno que está explotando alrededor de su juventud. En los últimos años, su carrera se desarrolló de la misma manera que su carismática forma de interpretar sus canciones. Pintos podría haberse prendido rápido y triunfar fugazmente, como un fósforo. Apareció como un artista precoz (en épocas de Soledades y Lucianos Pereyras) y con sólo 13 años grabó un primer disco bien aconsejado por León Gieco con un repertorio serio que lo blindaba ante otras irrupciones del folklore joven de los noventa.
Pintos maduró sobre las tablas de los festivales un estilo que terminó transformándolo en un croonerfolklórico solvente: recordar su versión a cappella de "El Antigal", que fue su caballito de batalla. Hasta ese momento podría haber sido un buen seguidor de las enseñanzas de Mercedes Sosa, pero el clic de componer sus propios temas, a partir de su discoSentidos (2004), lo ubicaría definitivamente en otro lugar.
Un gen popular habitaba en esa transformación de intérprete a compositor, capaz de hacer himnos del corazón para todas las capas etarias. Esas canciones y las de su noveno disco, Abel, que llegó al cuádruple platino, apuntan a otra memoria emotiva y un registro popular, que tienen algo de la construcción simbólica de artistas como Sandro.
En el fenómeno de Abel Pintos (con siete Luna Park agotados y el anuncio de un recital en el Estadio Único de La Plata en noviembre, que seguramente estará de bote a bote) se percibe el crecimiento de un nuevo ídolo de masas: el nacimiento de un nuevo Sandro. La comparación aparece en esa forma unívoca que tiene Pintos de conectarse con sus "nenas", el bajo perfil personal y esas baladas dramáticas que recuerdan el sabor de obras como "Trigal". La diferencia, en todo caso, es generacional. Su cúmulo de referencias está en el folklore y en el rock (Mercedes Sosa y Cerati), pero coqueteando en esta nueva etapa con un audio todavía más pop, cancionero yradiable.
Conceptualmente, su concierto de presentación en el Luna Park tiene esa carga de nerviosismo y adrenalina que marca el comienzo de una nueva etapa y que funciona como plataforma de lanzamiento de esta nueva bestia pop.
En el primer tramo del show repasará íntegramente su último disco, respetando el mismo orden de canciones del álbum y con una muy buena puesta audiovisual, que se integra a cada tema. Sólo hace falta verlo aparecer, canchero con la guitarra colgando, un gesto sonriente y el riff hitero de "Aquí te espero" para descubrir el aplomo y las millas que el cantante tiene sobre los escenarios.
Pintos tuvo que trabajar mucho para llegar al lugar donde está. Pero es verdad que tras las ventas y exposición que le dio su anterior disco, Sueño dorado (2012), el cantante consiguió un cheque en blanco de la industria y el público masivo, y sus tiempos se aceleraron. La recepción que tienen sus nuevas canciones, "Lo que soy", "Alguna vez", "Motivos", "A-Dios", lo demuestra. Rápidamente, el público convirtió los temas estreno en nuevos himnos de su repertorio que corea de punta a punta con la misma intensidad con la que después cantaría los clásicos "La llave", "No me olvides" o "Todo está en vos".
Sin embargo, Pintos se toma con calma la abelmanía. Ni siquiera sus seguidoras más desbocadas, que le gritan en el medio de alguna confesión intimista de cómo nació un tema, le quitan la concentración cuando tiene que presentar a León Gieco: uno de los momentos altos del show, donde cantan juntos "Como un tren" y "Canción que acuna".
Sobre el escenario, Pintos se siente libre de hacer lo que quiere. Juega personajes -el inocente, el neurótico, el romántico, el buena onda y el pasional- a medida que cambian las historias de sus temas. Su banda suena sólida y sin fisuras, pero la estandarización del sonido (más allá de los arreglos de cuerdas y los guiños rockeros, se extraña el gen telúrico) conspira contra algunos buenos textos. Entonces, el peso específico del concierto recae sobre los hombros de Abel, que mejora los temas con su interpretación.
En eso también recuerda a Sandro. Al Gitano le alcanzaba con su interpretación para tener a todos en su puño. Los shows son el punto de partida de un camino que empieza a hacer historia. Pero Pintos disfruta del fenómeno relajado y canta: "Al final no queda nada más de lo que soy. Nada me condena, donde va el camino voy".