Ani Di Stéfano tiene 43 años y está radicada en Singapur, un lugar donde la circulación del COVID-19 es imperceptible y sus habitantes hacen una vida “casi normal”. Desde que apareció el coronavirus, sólo murieron 30 personas por la enfermedad
Medio siglo atrás a Singapur se lo consideraba una isla del sureste asiático con muy pocos recursos naturales que no prometía un gran futuro. Tras quedar devastado por la Segunda Guerra Mundial logró revertir su economía gracias a sus políticas de libre mercado y mano de obra calificada y pasó de ser de una nación pobre a convertirse en “La perla de Asia”. Hoy, rankings internacionales no solo lo ubican como el cuarto país más rico del mundo sino también el mejor para pasar la pandemia.
Y fue precisamente en ese destino, que queda a unas 35 horas de vuelo de Argentina con dos escalas, adonde Ani Di Stefano (43) y su pareja decidieron empezar de cero hace un año y medio.
Llegaron cinco meses antes de que Singapur detectara, el 23 de enero de 2020, el primer caso de COVID-19 que fue el de una persona proveniente de Wuhan, la zona donde se originó el virus. “El gobierno actuó con rapidez, impuso restricciones a los viajes hacia China, puso en cuarentena a las personas que llegaban desde allí e implementó una operación eficiente de rastreo de contactos, con lo que se evitó una rápida propagación de la enfermedad”, precisó Ani
Además de los controles sanitarios en los aeropuertos, el gobierno realizó pruebas exhaustivas de cada caso sospechoso, rastreó a cualquiera que hubiera entrado en contacto con un caso confirmado y confinó en sus domicilios a los que no tenían síntomas y en centros de aislamiento estatales a los infectados.
“Lo mejor que hicieron para tener una buena gestión de la pandemia fue crear una aplicación en donde obligatoriamente te tenés que loguear con un código QR a cada lugar adonde vas, incluso cuando te tomás un taxi, para que quede registrado todo tu recorrido cuando salís de casa”, detalló Ani.
“Si alguien da positivo, localizan el lugar donde había estado esa persona y se ponen en contacto con todos los que estuvieron en el mismo lugar y los mandan a aislar a sus domicilios. Si empezás con síntomas te vienen a buscar y te llevan con lo que tenés puesto.
Ellos se encargan de hacerte todos los chequeos y una vez que te curás te devuelven a tu casa”, explicó la mujer, quien sostuvo que ninguno de los que allí estuvieron denunciaron malos tratos.
Singapur es un país muy pequeño pero muy urbanizado que está lleno de rascacielos. Ubicado en el extremo sur de la península malaya, limita al norte con Malasia y al sur con Indonesia. Con casi 6 millones de habitantes es actualmente uno de los principales centros financieros del mundo y el lugar que produce más millonarios. “Acá no hay pobres ni villas. Los obreros de la construcción son los que conforman la clase más baja y la mayoría son hindúes, malayos, filipinos y camborianos, que viven en unos dormies en las afueras de la ciudad”, señaló Ani.
Y fue precisamente en este grupo de trabajadores donde se produjo un contagio masivo a mediados de abril de 2020, por lo que el país tuvo que tomar medidas más drásticas para evitar la propagación del virus. Esa situación, también coincidió con la llegada de unas 500 personas que estaban en otros países y trajeron involuntariamente la enfermedad con ellos.
“La cuarentena que se implementó acá no fue tan estricta como la de Argentina. Estuvimos encerrados desde fines de abril hasta principios de junio. La gente podía circular libremente dentro de sus zona de residencia y no te exigían ningún permiso. Ni siquiera había fuerzas de seguridad controlando porque la gente se autocontrola”, enfatizó Ani al hablar de lo respetuosos, educados y obedientes que son singapurenses.
Quizás, la explicación radica en que el gobierno de ese país tiene la costumbre de prohibir el comportamiento indeseable de sus ciudadanos y hacer cumplir cada prohibición con sanciones económicas. “Si te enganchaban comprando en un supermercado que no era de tu zona, por ejemplo, te metían una multa de USD 2000 y a los extranjeros automáticamente los deportaban”, ejemplificó la mujer. Las sanciones más extremas, en cambio, podían llegar hasta USD 7.000 o seis meses de prisión.
Los bares y restaurantes recién reabrieron a mediados de junio y no fue hasta el 6 de noviembre que los chinos pudieron volver a pisar Singapur, cuando ya su situación epidemiológica se había estabilizado. “Cuando pasamos a la fase 2 lo primero que hicieron fue abrir las escuelas. También habilitaron los comercios no esenciales y mucha gente se anotó para trabajar como controladores urbanos sacando fotos de la gente que incumplía las reglas dando aviso a las autoridades”, señaló Ani, un poco sorprendida del accionar de estas personas.
Desde el inicio de la pandemia Singapur acumula 60 mil casos y 30 muertos, lo que supone 0,3 víctimas fatales por cada 100.000 habitantes. Se trata de una de las tasas más bajas del mundo, similar a la de Nueva Zelanda, otro país modelo. Sólo fallecen el 0,05% de los contagiados, cuando la media mundial es del 3%.
“Ayer tuvimos 16 casos y para nosotros ese número fue un poco más alto al promedio que veníamos teniendo. Cuando hablo con mi familia, que vive en Rosario, no lo puede creer porque me dice que allá los infectados llegaron a 30 mil día. Es una locura, algo increíble”, resaltó Ani al comparar ambas realidades.
La curva de contagios sigue en descenso y se mantiene casi a cero desde principios de octubre. “No tuvimos segunda ola y ahora estamos transitando la fase 3, haciendo una vida prácticamente normal. Podemos concurrir a eventos culturales y deportivos, siempre con barbijo y respetando el aforo dispuesto en cada lugar. De hecho, tuvo lugar el ATP de Singapur donde a todos los concurrentes también se le exigió un PCR”, contó.
A los casamientos, por ejemplo, pueden concurrir hasta 250 personas en lugares cerrados pero es necesario dividir a los invitados en grupos de a 20: “Hay gente que controla que esto sea así porque está prohibido interactuar con las otras burbujas y todos lo respetan, nadie se queja”.
Al comparar la responsabilidad social que se tiene en Singapur para que los casos sigan prácticamente imperceptibles, Ani recordó lo sucedido en Argentina durante el verano: “Me acuerdo que veía fotos de mis amigos y mi familiares en las redes y no podía entender lo que estaba pasando, se los veía muy relajados y ahora están pagando las consecuencias de ese comportamiento”.
Si hoy Ani quiere viajar a Argentina a ver sus padres tiene que pedirle un permiso al gobierno. “Tenemos que mandarle una carta indicando el itinerario y los días que vamos a estar afuera del país y son ellos quienes me tienen que autorizar para poder volver. No me ponen trabas para irme, pero sí para volver. Los que vienen del exterior tienen que hacer una cuarentena de 14 días en un hotel, que sale USD 2000 y corre por cuenta de cada uno”, explicó la mujer sobre las medidas vigentes para desalentar el turismo. Y agregó: “Eso ayudó a que la pandemia esté controlada porque en gran parte del mundo el problema sanitario empezó con el ingreso de las distintas cepas y porque no fueron muy puntillosos con controlar las cuarentenas”.
De hecho, contó que recién el 26 de mayo van a permitir “vuelos burbuja” con Hong Kong, que tiene una situación epidemiológica similar a la de Singapur. “Lo anunciaron la semana pasada y en dos días los pasajes se agotaron. Es una prueba piloto y esperemos que funcione”, remarcó Ani, quien no sale de la isla asiática desde el 2 de enero de 2020, cuando llegó desde Argentina donde había ido a pasar las Fiestas.
Con respecto al plan de vacunación, Singapur ya tiene completamente vacunados al personal de salud y a las personas mayores de 60 años. “Ahora abrieron la inscripción para los mayores de 45. Están aplicando la Pzifer y la Moderna. Y para los extranjeros las vacunas también son gratuitas”, admitió Ani, quien aseguró que tanto ella como su pareja se van a vacunar “a pesar de que mucho no nos cambia la vida porque acá hay poco circulación del virus”.
“Nosotros estamos en una situación privilegiada con respecto al mundo. Lo que más me motiva es que voy a poder empezar a viajar ya que para que te dejen volver a Singapur necesitás tener las dos dosis”, enfatizó esta argentina radicada en el sureste asiático, que tiene planeado quedarse en ese país hasta que concluya el contrato laboral de su pareja.
“No nos vamos a quedar a vivir eternamente, no me veo teniendo una familia acá por más que sea un lugar espectacular donde no hay robos, inflación y no te preocupás porque no te alcanza la plata para llegar a fin de mes”, precisó. Sin embargo, admitió que tampoco le gustaría volver a radicarse en Argentina: ”Solo lo haré para visitar a la familia”.