Robert Bowen viste sombrero para protegerse del sol. Está sentado junto a su caravana y comienza a hablar de sus caballos. Ha logrado poner a salvo de las llamas a dos de ellos. Pero Stella, una yegua gris, quedó atrás. Bowen y su esposa están en un centro de ayuda a los afectados por los incendios en Bairnsdale, en el sur del Estado australiano de Victoria. Hasta aquí han llegado cientos de personas que, como ellos, se vieron obligados a abandonar sus hogares ante el riesgo inminente e incontrolable de las llamas, que desde noviembre están arrasando el gigantesco país y
ya llevan más de cinco millones de hectáreas quemadas. El fuego ya ha causado 13 muertes.
Robert y Diane Bowen, junto al centro de ayuda de Bairnsdale.
“Llegamos aquí el lunes antes de Año Nuevo”, relata Bowen a EL PAÍS. “Hubo un momento en el que decidí quedarme y defender la casa del fuego, pero mi generador eléctrico se rompió, lo que me impedía usar la bomba de agua. Entonces decidí que me importaba más la seguridad de mi esposa y la mía”, explica este hombre de 70 años. Ellos, como todos los que están aquí, se consideran afortunados. “Estamos vivos, vimos el fuego muy de cerca”, asegura Shan Hutchings, que logró escapar de las llamas junto a su marido y sus cuatro hijos. Habían comprado su casa hace apenas un año. “Este tipo de incendios son parte de la vida aquí”, puntualiza su marido Rob, ambos en la cuarentena.
Incendios en Australia
Los fuegos que asolan Australia desde septiembre han cobrado especial intensidad en la última semana. Como consecuencia, han muerto ya más de una veintena de personas.
Han coincidido con los Bowen en el centro de Bairnsdale, donde los voluntarios proporcionan comida, agua y ayuda psicológica a los cientos de afectados que duermen en sus tiendas de campaña o en caravanas, a la espera de que alguien les diga que pueden volver a casa. El humo que viene y va, dependiendo del viento, es un recordatorio de que el infierno se encuentra a tan solo 20 kilómetros de distancia.
Quienes llegan a Bairnsdale vienen huyendo, sobre todo, de los incendios que están asolando el condado de East Gippsland, los más graves que ha sufrido Victoria esta temporada y donde han ardido más de 800.000 hectáreas. La tensión es notable ya que las predicciones meteorológicas indican que lo peor llegará este fin de semana. “Dicen que el viento cambiará hoy [por este sábado]. Si eso sucede, significará que el fuego se acerca a mi casa”, comenta preocupado Allid Roberts, instalado en el campamento junto a su pareja.
El jueves, el premier de Victoria, Daniel Andrews, declaró zona catastrófica en seis condados del Estado y pidió a sus 100.000 habitantes que buscasen un lugar seguro de inmediato. “Si puedes irte, tienes que hacerlo. Si estás en estas zonas no podemos garantizar tu seguridad”, alertó Andrews, en lo que los medios locales titularon como la mayor evacuación en la historia de Victoria, donde actualmente hay 70 focos activos. Mientras miles de personas se lanzaban el viernes a las carreteras para huir de las zonas amenazadas, el Ejército iniciaba el rescate marítimo a bordo del HMAS Choules de las 4.000 personas atrapadas por los fuegos en la playa de Mallacoota.
Bairnsdale, una zona de bosque y campo, se ha convertido ahora mismo en una de las zonas que más preocupa a las autoridades de East Gippsland. Es el último punto seguro antes de entrar en el infierno de las llamas. Muchos de sus habitantes poseen extensos terrenos y numerosos caballos, razón por la cual las autoridades han adecuado unos establos en el centro de ayuda. De cuidarlos se encarga Shawne McKenna, uno de los voluntarios “como el 95% de las personas que trabajan en este centro”, admite. “Una de las primeras cosas que debemos hacer con algunos caballos es quitarles las herraduras, porque les puede quemar el metal”, explica este hombre de origen griego. 300 caballos descansan ahora en estas instalaciones y se espera que lleguen muchos más.
A McKenna le gustó que el primer ministro australiano, Scott Morrison, se acercase el viernes al centro de ayuda de Bairnsdale, donde vino a hablar con los damnificados y a darles una bolsa con galletas. “Apoyo al primer ministro y al Gobierno porque este no es el momento de hablar de política, es momento para ayudar a la gente”, dice este entrenador y cuidador de caballos. No opina lo mismo, sin embargo, Shan Hutchings, quien pide que le sustituya “un primer ministro que sepa lo que está sucediendo”.
A Morrison le llueven las críticas desde que se descubriera, el mes pasado, que en medio de la grave crisis estaba de vacaciones en Hawái. El escándalo en la opinión pública fue mayúsculo, lo que le obligó a regresar de inmediato. “Lamento profundamente cualquier ofensa causada a cualquiera de los muchos australianos afectados por los terribles incendios forestales”, dijo entonces en un comunicado.
Pero las críticas van más allá. La oposición y varios expertos le acusan de no creer en la lucha contra el cambio climático, ni de tomar las medidas preventivas necesarias para evitar los incendios. “Eso es lo que tratamos de advertirle al primer ministro en abril o mayo. Y no nos escuchó”, denunciaba el excomisionado de los equipos de bomberos y de rescate del Estado de Nueva Gales del Sur, Greg Mullins, el pasado viernes.
Los científicos alertan de que Australia tendrá que acostumbrarse cada vez más a temporadas de incendios más virulentas y tempranas. Como ha sucedido en esta crisis, en la que los incendios más graves empezaron en noviembre, cuando el verano en el hemisferio sur comienza el 21 de diciembre. “Las predicciones relacionadas con el cambio climático indican que las temperaturas serán más altas y por períodos más largos en diversas partes de Australia. Las temperaturas que se han registrado en algunas zonas del país en los últimos años son prueba de que las predicciones son correctas”, indica Tina Bell, profesora asociada en la Universidad de Sídney. En diciembre, el país rompió durante dos días seguidos (el 17 y el 18) su récord de temperatura máxima, con una media de 40,9 y de 41,9 grados centígrados, respectivamente.
Una de las causas detrás de la virulencia y frecuencia de los incendios en Australia son las amplias extensiones de eucalipto, un árbol típico de esta parte del mundo. “Este árbol y otras especies de la misma familia contienen aceites en sus hojas que pueden hacerlos más inflamables. Además, algunas especies tienen largas cintas de corteza que se desprenden en esta época del año, lo que genera un combustible adicional para que el suelo arda. A su vez, esta corteza puede actuar como una escalera para hacer llegar el fuego desde el suelo hacia las copas de los árboles”, explica Bell. El calor seco, añade, ha agudizado la combustión de muchas plantas. Tanto que en los últimos tres meses, los incendios han emitido a la atmósfera la misma cantidad de dióxido de carbono que el país emite en todo un año, según informa el diario The Age.
Los incendios han provocado que la ciudad más emblemática del país, Sídney, se viese invadida a menudo por el humo de los incendios que asolan su Estado, Nueva Gales del Sur, que el viernes declaró el estado de emergencia y tiene más de 150 focos activos. Este sábado, Sídney marcó su máxima histórica al rozar los 50 grados (48,9) en el oeste de la ciudad y tuvo ráfagas de viento por la noche de casi 100 kilómetros por hora, según recogía The Sydney Morning Herald. En lo que va de temporada, ya se han quemado en este Estado unos 3,6 millones de hectáreas.
Se estima que solo en Nueva Gales del Sur, han muerto por culpa de los incendios 480 millones de animales, según Chris Dickman, profesor de Ecología por la Universidad de Sídney. Una de las especies que más está sufriendo esta temporada de incendios es la de los koalas, que se alimentan precisamente de eucalipto. Según denuncia la ONG ecologista WWF, esta especie de marsupial puede desaparecer de Nueva Gales del Sur en 2050. En los últimos 20 años, la población de koalas en este Estado se redujo un 25%, según los datos de WWF.Toda esta situación, que claramente ha desbordado a las autoridades, ha llevado al primer ministro a movilizar a 3.000 reservistas del Ejército para colaborar en las labores de extinción en los Estados de Nueva Gales del Sur, Victoria, Australia del Sur y Tasmania, la isla en el sur del país que también está sufriendo incendios. “Es un día muy difícil para Australia”, admitía este sábado Morrison, después de cifrar en un total de 23 personas las fallecidas en lo que va de esta temporada de incendios. Lo más escalofriante de todo este escenario es que el verano austral solo acaba de empezar.
Fuente: El País