Ni son más sanos ni ayudan a dejar de fumar. Las sociedades médicas cargan al unísono contra los sistemas de vapeo tras conocerse su relación con una nueva enfermedad grave, y advierten del peligro de reenganchar a los jóvenes al tabaco.
La historia de Adam Bowen y James Monsees es de esas historias de éxito que gusta contar. No empezó en un garaje pero casi: dos amigos fumando un pitillo mientras daban vueltas a su proyecto de fin de carrera, hasta que al dar la última calada dieron con la idea feliz: ¿Y si diseñaban un cigarro más sano y, quién sabe, uno que hasta les permitiera dejar de fumar? Así nació Juul, la empresa líder de los cigarrillos electrónicos, del vapeo. Pero a veces los sueños se truncan y se convierten en una pesadilla. EEUU investiga casi medio millar de casos de una nueva enfermedad pulmonar grave no descrita hasta ahora, que se ha cobrado ya al menos seis vidas, que está directamente relacionada con el uso de cigarrillos electrónicos y que está afectando especialmente a jóvenes.
«Creemos que estos casos son sólo la punta del iceberg», explica Francisco Lozano, presidente de la Red Europea para la Prevención del Tabaquismo, consciente de la alarma que ha suscitado la noticia pero también de que «los cigarrillos electrónicos se han presentado como inocuos y no lo son. Lo que expulsan no es vapor de agua: está lleno de tóxicos. El problema es que son tan nuevos que no tenemos todavía sobre la mesa evidencias de todas las enfermedades que pueden provocar y que iremos viendo en pocos años», especialmente cánceres que pueden tardar años en aparecer.
La alerta en EEUU ha provocado que la propia Casa Blanca anunciara ayer su intención de restringir la venta de cigarrillos electrónicos de sabores. «Tenemos un problema nuevo en este país que se llama vapeo, especialmente entre niños inocentes. Está causando un montón de problemas y vamos a tener que hacer algo al respecto», anunció Trump.
César Minué, presidente de la Sociedad Española de Especialistas en Tabaquismo (Sedet), detalla que la nueva enfermedad del vapeo ha empezado con «síntomas respiratorios, como tos, dificultad para respirar, dolor torácico, acompañado de náuseas, diarrea, malestar general o fiebre». En España no se ha registrado todavía ningún caso. Y la causa aún no está clara. Según Esteve Fernández, director de Epidemiología y Prevención del Cáncer en el Instituto Catalán de Oncología, «los últimos informes de la FDA (la agencia estadounidense de medicamentos) indican que las personas afectadas habían vapeado un derivado del THC (un componente del cannabis) comprado en el mercado negro, que además contenía acetato de vitamina E», cuenta. «Aún no hay certeza sobre cuál es el compuesto que ha desatado la enfermedad».
Aunque buena parte de los casos parecen estar relacionados con derivados del cannabis y con la manipulación de las cargas en el mercado negro, la investigación no descarta un problema generalizado con el vapeo. Los cigarrillos electrónicos están en el punto de mira, tras años presentados como una alternativa más sana al tabaco convencional.
Esteve Fernández reconoce que es cierto que «en principio, los cigarrillos electrónicos contienen menos sustancias tóxicas [que el tabaco convencional, como defiende la industria] pues no contienen tabaco y no existe combustión. Sin embargo, no están exentos de riesgo, pues los compuestos usados para vaporizar la nicotina y los sabores a baja temperatura se convierten en algunas sustancias tóxicas».
Algo semejante ocurre en el caso de los nuevos dispositivos de tabaco calentado, tipo iQos. En éstos, en lugar de usarse una suerte de líquido con nicotina y saborizantes como se hace en los cigarrillos electrónicos, sí se usa tabaco, pero sólo se calienta sin dejar que llegue a producirse la combustión, que es el momento en el que más tóxicos se liberan. Según Esteve Fernández, «los aerosoloes de los cigarrillos electrónicos y de los dispositivos tipo iQos contienen tóxicos que en el aire puro no están» y que afectan no sólo a quien los usan sino también a quienes conviven con vapeadores. Esteve explica que «hemos detectado nicotina, cotinina y nitrosaminas derivadas del tabaco (sustancias que son cancerígenas), en la orina y saliva» de personas que convivían con vapeadores.
Muy gráficamente, Minué explica que menos tóxicos además no tiene por qué implicar mucha menos mortalidad: «Las concentraciones de estos compuestos tóxicos son menores que en el humo del tabaco convencional, pero hasta qué punto esta liberación menor se concreta en menos perjuicio no lo sabemos. Por ejemplo, los fumadores que reducen su consumo a la mitad están expuestos a menos tóxicos, pero la mortalidad no se reduce. Incluso en el caso de que el vapeo fuera menos tóxico, su expansión a nivel poblacional, con nuevos vapeadores o consumidores que fuman a la vez cigarrillo electrónico y convencional podría derivar en una mayor aparición de enfermedades. Por ejemplo, cuando se conoció la relación entre tabaco y cáncer de pulmón, aparecieron los cigarrillos con filtro, que podían reducir el riesgo de cáncer de pulmón a la mitad; el resultado fue que la falsa seguridad hizo que más personas fumaran y el número de cánceres de pulmón se disparara».
Su temor no es baladí. Las ventas tanto de los cigarrillos electrónicos como de los nuevos dispositivos de tabaco calentado no dejan de crecer. En España el sistema de tabaco calentado iQos, que es el que lleva más tiempo en el mercado, ha vendido ya casi 200.000 dispositivos, el vapeador de Juul ha superado los 50.000 cigarrillos electrónicos en su primer año en España y MyBlu, la otra gran marca de cigarrillos electrónicos, ha salido al mercado español envuelta en una agresiva campaña de publicidad que ha forrado las paredes de metros y vallas publicitarias dando imagen de un producto de diseño y moda.
Ha sido precisamente esta agresiva campaña publicitaria la que, incluso antes de conocerse las muertes por vapeo en EEUU, ha despertado las alarmas de las sociedades científicas, que al unísono han reclamado al Ministerio de Sanidad que actuara contra ella ante el atractivo que puede representar para los jóvenes y la posibilidad de que anime a los adultos ex fumadores a reengancharse.
Carlos Jiménez, presidente de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ), explica que el Ministerio «ha sido sensible a nuestra petición, pero la realidad es que hay un vacío legal que les permite hacer esta publicidad. Hace falta un cambio legal para evitar que se vuelva a normalizar el tabaco, sea el tradicional, el vapeo o el tabaco calentado». Entre tanto llega ese cambio, que en parte depende también de cómo considere Europa a este tipo de productos en las directivas, el Ministerio ha optado por intentar contrarrestar la agresiva campaña de los vapeadores con su propia campaña publicitaria, en la que advierte que el vapeo mata igual que el tabaco.
Javier Valle, director general de Juul, líder en cigarrillos electrónicos, niega la mayor sobre el peligro que entrañan estos productos como puerta de entrada a la dependencia con nicotina para los jóvenes: «Desde Juul hemos establecido los más estrictos procesos, yendo más allá de la legislación actual, para que nuestro producto nunca llegue a menores. Somos una alternativa para todos aquellos fumadores adultos que quieren dejar el tabaco de combustión».
A esta misma idea se aferra la llamada Plataforma para la reducción del Daño por Tabaquismo. Su portavoz, el cirujano oncológico Fernando Fernández, insiste en que «la mayoría de los consumidores de cigarrillos electrónicos eran previamente fumadores y lo utilizan precisamente para dejar de fumar, incluyendo los jóvenes».
Con rotundidad, Minué niega la argumentación de los vapeadores: «No hay pruebas concluyentes de que los nuevos dispositivos electróncios ayuden a dejar de fumar. Por el contrario hay otros tratamientos que sí lo han demostrado. Y en cualquier caso, su utilidad tendría que ser en un contexto sanitario, de ayuda con profesionales sanitarios, no en uno de venta comercial libre».
Y es que, lejos de ayudar parecen estar dificultando el abandono del tabaco.
Ángel López Nicolás, profesor de Economía en la Universidad de Murcia y especialista en economía del tabaco, explica que «lo que demuestran los estudios publicados hasta ahora es que una parte mayoritaria de los consumidores de estos productos también consume tabaco [tradicional]. Además se estima que alrededor de una cuarta parte de los jóvenes usuarios de cigarrillos electrónicos no habría comenzado a consumir nicotina de no existir estos sistemas. La evidencia científica sugiere que los cigarrillos electrónicos atraen a fumadores que desean dejar de fumar, pero a la vez reducen las posibilidades de éxito».
La industria del tabaco ha visto cómo su mercado moría prematuramente y ha tenido que reconvertirse e inventar algo para poder enganchar a los jóvenes. «Es evidente que cuando sacan a la venta cigarrillos electrónicos con sabor a mango y lima no se están dirigiendo precisamente al mercado de adultos, sino al de los más jóvenes», opina con dureza, el presidente de la Red Europea de la Prevención del Tabaquismo.
En España la última encuesta sobre drogas en estudiantes (Estudes), muestra ya que el 21% de los adolescentes de 14 a 18 años ha probado los cigarrillos electrónicos. Y lo más grave, incluso entre quienes no lo han probado, más de la mitad (63%) dice no ver riesgo alguno para la salud en el vapeo, lo que da idea de la errónea percepción que está calando en la sociedad.
Ante esta situación, los científicos lo tienen claro: 60 sociedades médicas han firmado la llamada Declaración de Madrid, promovida por el Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo, que insta a equiparar estos productos a todos los efectos con el tabaco tradicional. Esto implicaría prohibir su publicidad (el vacío actual permite publicitar los dispositivos por no ser tabaco como tal) y prohibir vapear en toda la hostelería -actualmente no se pueden utilizar en los bares los dispositivos de tabaco calentado tipo iQos pero sí los cigarrillos electrónicos para vapear con nicotina o sin ella-. Las sociedades médicas piden, además, una subida de impuestos. «En otros países de la UE se aplican impuestos especiales a los cigarrillos electrónicos», dice López Nicolás. «La fórmula podría ser un gravamen específico por cantidad de líquido». Para el tabaco para calentar, en cambio, los expertos recomiendan añadirle un impuesto sobre la cantidad de tabaco.
Y, sobre todo, piden hacerlo antes de que la pesadilla de Adam Bowen y James Monsees se convierta en la pesadilla de toda la sociedad.