La serie termina como la sitcom de acción real más longeva de la historia, un clásico difícil de replicar.
Acababa de rodarse el primer episodio de Friends. Era 1994 y su emisión no estaba asegurada. Mucho menos su éxito. Solo una persona lo tenía claro: el realizador James Burrows, que había dirigido La chica de la tele, Taxi y más de 230 episodios de la rompedora Cheers, y sabía en qué se basaba el triunfo de cualquier sitcom: que el reparto tenga tanta química que la audiencia los incorpore en rutina diaria. Tanto confiaba Burrows en los seis amigos que se los llevó en un avión privado a cenar a Las Vegas: “Mirad a vuestro alrededor”, les dijo. “Nadie os conoce. Nunca podréis volver a hacer esto. Vuestra vida va a cambiar”.
Eso mismo debió de pensar, en 2007, el guionista y productor Chuck Lorre cuando eligió al reparto de The Big Bang Theory, también dirigido por Burrows. Habían reunido a otro grupo de amigos dispuesto a conquistar la televisión. De nuevo un sofá y dos casas vecinas. El giro era que, esta vez, el reparto representaría el estereotipo de nerd.
La semana pasada, el mundo decía adiós al fenómeno de Juego de tronos. Pero el miércoles, la televisión cerraba hace otro hito histórico: Big Bang emitía su capítulo final. El equipo se despedía como la comedia más longeva de la historia, exceptuando las de animación. Mantuvo en alto su audiencia (13 millones de espectadores de media por episodio) en una industria que ya mira las sitcom como un fenómeno de otra era. Este jueves TNT (21:45) emite ese final. ¿Un resquicio de la comedia tradicional?
Lorre, creador de Dos hombres y medios y Mom, cree que esa duda resurge al acabar todo éxito, si bien el panorama actual es distinto: “La audiencia está fragmentada. Hay miles de opciones. Pero que sepamos, hay alguien, solo y triste, escribiendo un guion que unirá el elenco perfecto y que explotará culturalmente. Pensar que eso no volverá a pasar sería presuntuoso. La escala de la explosión será distinta, pero el impacto puede ser igual o mayor”, explicaba al LA Times.
En una época donde no se repiten datos de antaño, cuando un capítulo normal solía reunir 20 millones de espectadores, su cadena, CBS, ha ganado hasta 150 millones de dólares por los anuncios de The Big Bang Theory cada temporada. Sus reposiciones han generado más de 1.000 millones de beneficios para su estudio, Warner. En España se ha vendido hasta a cuatro operadores. Todo esto por un precio cada vez mayor: los cuatro protagonistas cobraban casi un millón por cada episodio de media hora.
“Tiene un encanto de arte perdido. Esa producción ya no existe. Sonaba a vieja, pero sabías qué perseguía. Tiene un punto de televisión antigua, de la que te sientas y te encuentras. Pero cuando algo tiene gracia, tiene gracia. Hay dos piezas: los personajes y que te rías con ellos”, reflexiona Adolfo Valor, guionista de Lo dejo cuando quieras y responsable del podcast Cebollas verdes: “Desde The Office, en 2005, se vive un camino de no retorno hacia otro estilo de narrar. Los nuevos autores nacen con otras inspiraciones”. Es decir, dejar atrás el estilo teatral para mutar a uno cinematográfico, estilizado, y, a veces, hasta dramático.
Todo apunta al fin de un estilo de comedia que se remonta a los cincuenta, cuando Yo amo a Lucy (1951-57) popularizó un modo de hacer televisión: una comedia con público en directo, enormes decorados de tres paredes, iluminación plana, pausas para que se oyeran, de fondo, las risas del público, y tres cámaras fijas. En aquella época, Lucy no podía ni decir la palabra “embarazada”,pese a estarlo, pero sí formaba con su marido en la ficción la primera pareja de diferentes etnias protagonista de la televisión. Los chistes se convirtieron así en vehículos para que un público reticente escuchase discursos de alto voltaje social y político. Se logró que un público reticente escuchase discursos sobre Vietnam (Todo en familia), racismo (Cosas de casa, Los Jefferson), el matrimonio gay (Will & Grace, Ellen) o la clase obrera (Roseanne).
Esta comedia clásica de chistes, no ha dejado de ser negocio ni en esta era de la tragicomedia. Las dos series más vistas en Netflix en EE UU, por ejemplo, son The Office y Friends; más que éxitos como Stranger Things o Black Mirror, segúnThe Wall Street Journal. “Hay fans que se sacan fotos con el mobiliario de la serieen una exposición”, recuerda Valor: “Las ven nuevas generaciones y flipan. Estas series son imperecederas, están siempre en emisión. Son reconocibles y dan calor. Seinfeld lo llama el buen universo”. Netflix ha intentado repetir estos fenómenos con Día a día, Madres forzosas o The Ranch.
A CBS se le hará complicado llenar el hueco que deja el fenómeno Big Bang. De momento ya ha pedido derivados a Lorre, último gran creador del formato clásico, quien hasta ahora se ha negado: “La única razón que veo para hacerlo es dinero, y no parece suficiente”, explica. Precisamente ya ha jugado a la tragicomedia con El método Kominsky (Netflix). La franquicia pervivirá, aun así, en la precuela El joven Sheldon (Movistar), sobre la niñez de uno de los protagonistas y que acaba de introducir al resto del elenco en su versión infantil. Sin risas del público.
También Modern Family, la otra gran comedia de los últimos años, que se encuentra a caballo entre el modelo clásico y el contemporáneo, se despide en unos meses. Disney planea incluir sus 11 temporadas en sus nuevas plataformas. Los 277 episodios de The Big Bang Theory podrán vender su segunda vida también por millones de dólares. Será uno de los platos fuertes de la plataforma de Warner, WarnerMedia, junto con Friends, para ser descubiertos por nuevas generaciones. Aquellos seis amigos que un día cenaron en Las Vegas ganan hoy, entre repeticiones y ventas globales, unos 20 millones anuales gracias a la serie. Jamás pudieron salir a cenar sin ser reconocidos de nuevo. Eran amigos de todo el planeta.