Montado en lo que parecía una bicicleta antigua, y haciendo frente a toda una ola de gritos, llantos y exclamaciones, cuando Ricardo Arjonahizo su ingreso triunfal en el escenario no quedó una sola persona sentada en el Kempes, en la fría noche de jueves. La tarea de los acomodadores para hacerle entender a las fanáticas que debían sentarse fue ardua –casi imposible–, porque parecían sufrir una especie de trance hormonal. O un trance de amor.
El escenario de dos niveles simulaba ser una estación de trenes, con bancos y valijas como ornamentos. A esa estación llegó él, pasadas las 22, para dar inicio al viaje que lo tenía al guatemalteco en sus dos roles: como pasajero y a la vez como conductor.
“No es casualidad que estemos aquí otra vez. Esto estaba escrito. ¿La última vez cuándo fue? ¿Hace dos años? Si”, se preguntó y respondió Arjona después de la primera seguidilla de canciones.
“Dejemos en claro que todo lo que queda de mí esta noche es para ustedes. La mejor venganza para nuestros enemigos es disfrutar y pasarla bien”, dijo Arjona.
¿Indirecta para aquellos odiadores natos de su música? Así pareció.
El estadio Kempes, sede de infinitos partidos de fútbol y rivalidades, se transformó en algo distinto. Y eso que los colectivos, el caótico tránsito, las muchedumbres y el humo de los puestos de comida podrían haber confundido a algún despistado. Pero lo que pasaba en los alrededores no tenía nada que ver a lo que desde temprano ocurría adentro: bastaba poner un pie en el suelo del estadio para advertir que no eran las barrabravas y los hinchas los que colmaban el estadio sino miles de mujeres y algunos valientes de la platea masculina que, unidos por la música, alentaron a un único ídolo de la noche.
Con la misma intensidad de los gritos de gol, desde las 21.30 y después de las actuaciones de Martín Monguzzi y Jano, los más de 20 mil presentes empezaron a demostrar su capacidad pulmonar pidiendo por el músico... que se hizo esperar un poco (llegó a Córdoba una hora antes, en un vuelo privado).
De ayer y de hoy
A la luna en bicicleta fue el tema elegido para el inicio del show, y luego siguieron otras canciones de Viaje, último disco de Arjona. Invertebrado, Piel pecado,Cavernícolas, Apnea y Lo poco que tengo fueron algunas.
“Sin pasaportes, sin visa, sin aeropuerto, sólo con un poquito de imaginación usted puede ir a tantas partes”, recitó antes de cantar Viaje.
En el repertorio tampoco faltaron esos clásicos que podría reconocer hasta quien jamás compró un disco del artista: Historia de taxi, Mujeres, Señora de las cuatro décadas, Desnuda, Dime que no. Entre recuerdos y emociones, el público cantó, a todo pulmón, cada una de aquellas letras.
La historia de Andrea, la cordobesa que Arjona subió al escenario
Las bajas temperaturas no fueron un impedimento para el disfrute de principio a fin. La alegría se reflejaba en los rostros, en el brillo de los ojos, y hasta en las lágrimas que algunas no pudieron contener, o no quisieron.
Y no había razón o motivo alguno para reprimirse: desde el 9 de mayo, cuando salieron a la venta las entradas para el show cordobés, hasta ayer, pasaron cuatro meses y dos días en los que muchos de los que estuvieron imaginaron una y otra vez el recital. El mismo que anoche, al final, abandonaba el mundo de los sueños y se volvía realidad.
Matices
Ricardo Arjona diseñó el show para alternar momentos de gran despliegue escénico con otros más íntimos. Como aquel que llegó casi al final, cuando inauguró un bloque acústico que revivió temas de sus primeros años y en el que las luces de celulares adornaron las plateas y el campo. "Guitarra en mano, luces pocas y algunos clásicos. Vamos a recordar algunas canciones que quedaron olvidadas", dijo Ricardo antes de Me enseñaste ("me enseñaste de todo excepto olvidarte"). Después vendrían Tu reputación o Realmente no estoy tan solo.
La escenografía y el montaje se realizó con gran dinamismo y despliegue. El manejo de luces, las imágenes emitidas en las pantallas (entre las que se distinguía a Jésica Cirio en el videoclip Piel pecado y a Sofía Zámolo en Apnea), mas los elementos que adornaban cada canción ofreció un buen marco teatral y entretenido.
Antes de las 23, Arjona se detuvo a leer los carteles que se levantaban y de manera imprevista subió a la afortunada Andrea del público mientras cantabaSeñora de las cuatro décadas.
“Es por un asunto del clima. El frío me pone peligroso, medio atrevido. Además no hay mucho espacio en el escenario cuando canto esta canción, así que me tendré que sentar y hacerla subir a mis piernas”, alegó el músico, para convertir a Andrea en la persona más envidiada de la velada.
Después de deleitar al público con un repertorio inspirado en el amor y en las pequeñas cosas de la vida, Ricardo Arjona se despidió de “La Docta” con ganas de volver. Con ganas de otro viaje.