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08/04/2014 10:06 hs

El granadero cantor

Argentina - 08/04/2014 10:06 hs
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La popularidad en tiempos de los próceres.

 tiempos en que la galera era el medio de locomoción más confortable, pero los caminos ofrecían 1000 peligros, el pasajero Lionel Walton nunca llegó a destino. El coche fue atacado por la indiada y una lanza se cargó la vida del inmigrante inglés. En 1911, la nieta de Lionel Juana Anselma Duró dio a luz a un niño que quiso anotar con el nombre de su abuelo. Pero en el Registro Civil transformaron el Lionel en Leonel. Su nombre completo terminó siendo Leonel Edmundo Rivero.

Alberto, el tío músico de Leonel, le enseñó a tocar la guitarra y, a la vez, algo de literatura, porque punteaba acordes mientras recitaba, a libro abierto, el Martín Fierro. La primera canción aprendida por el pequeño, y que le permitiría lucirse en reuniones de parientes o vecinos, fue el Pericón Nacional. Eso, como solista. Porque con sus padres y sus hermanos, Aníbal y Lidia, conformaban un quinteto familiar de amplio repertorio, siempre inclinado hacia el folklore. En el secundario, Leonel Edmundo cambió de público. A la salida del colegio sus compañeros iban en masa a lo de los Rivero para escucharlo cantar y recitar con maestría décimas de payadores.

En ese tiempo comenzó a pegar estirones y su altura lo convirtió en el número uno de Ciudad de México, el equipo de fútbol del barrio. El buen arquero vivía en el límite de Coghlan y Saavedra. El tamaño también fue determinante cuando cumplió el servicio militar en 1929. Ingresó al Regimiento de Granaderos a Caballo y, a fuerza de golpes, se convirtió en un buen jinete. Allí también cautivó con sus canciones. No sólo sus camaradas le acercaban la guitarra, sino también los jefes inmediatos, quienes lo apuraban con un a ver si nos toca algo lindo, Rivero. Cuando cumplió con el año de servicio en el cuartel de la avenida Luis María Campos ya sabía que su vocación estaba definida. No sería arquero ni ingresaría a la Universidad. Lo suyo era la música.

Intentar vivir de la música implicaba -tal vez hoy también- cantar lo que sea y donde sea. Pero antes debía darse a conocer. Edmundo Rivero tocó su guitarra en los intervalos de los cines, en musicalización en vivo de vistas mudas e incluso en serenatas dadas por amigos o extraños. Pero su primera actuación profesional, la vez que por fin recibió una retribución como músico, fue en la radio.

En aquel tiempo la audiencia era bastante limitada, pero la radio tenía un enorme potencial. El aspecto comercial no se había consolidado y los anunciantes no estaban del todo convencidos de la eficacia de la tanda. Fue entonces cuando surgió el canje como alternativa. Los dueños o locatarios de las radios aceptaban mercadería a cambio de promoción. Eso significa que también los empleados y circunstanciales contratados cobraban en especies. El primer cachet de Edmundo Rivero fue un pescado. Según contó, le dieron a elegir entre un pejerrey y una merluza. Lamentablemente en sus memorias olvidó mencionar cuál fue su elección. Pero, sin duda, debe haber disfrutado de esa primera recompensa por su talento.

Fuente: La Nación 

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