Reveló que la sacó del rosario que llevaba uno de sus confesores cuando estaba siendo velado y que siempre la lleva consigo; fue "ese ladrón que todos tenemos dentro", dijo
"Mientras arreglaba las flores, agarré la cruz del rosario y con un poco de fuerza la arranqué. Y en ese momento lo miré y le dije: «Dame la mitad de tu misericordia»."
En una reunión que tuvo ayer con sacerdotes de Roma, cita tradicional del inicio de la Cuaresma, Francisco no sólo los llamó a ser misericordiosos con los heridos de este mundo, sino que confesó una anécdota de su vida totalmente desconocida.
Sorprendiendo a todos, contó que en la década del 90, siendo vicario general de Buenos Aires, "robó" la cruz del rosario de un sacerdote que se había muerto, a quien admiraba: el padre José Aristi, famoso confesor de la Iglesia del Santísimo Sacramento, que incluso confesó a Juan Pablo II en uno de sus viajes a la Argentina. "En ese tiempo yo vivía en la curia y cada mañana bajaba al fax para ver si había algo", relató Francisco. Una mañana de Pascua, encontró un fax que anunciaba la muerte del padre Aristi "a los 94 o 96 años". Y como ya tenía arreglado ir a almorzar con sacerdotes ancianos jubilados, Jorge Bergoglio decidió pasar por la tarde a despedirse de su amigo sacerdote, en la Iglesia del Santísimo Sacramento.
"Bajé a la cripta y estaba el ataúd, sólo dos viejitas que rezaban, pero ninguna flor. Y pensé: «¿Pero para este hombre, que le perdonó los pecados a todo el clero de Buenos Aires, y también a mí, ninguna flor?»", contó. Fue así que Bergoglio salió a comprar flores -"porque en Buenos Aires, donde hay gente, en los cruces de calles, hay florerías", explicó- y volvió a la cripta.
"Empecé a preparar bien el ataúd con las flores... Miré el rosario que tenía en la mano y enseguida me vino a la mente ese ladrón que todos tenemos dentro, ¿no? Y mientras arreglaba las flores agarré la cruz del rosario y con un poco de fuerza la arranqué. Y en ese momento lo miré y le dije: «Dame la mitad de tu misericordia»", reveló, dejando boquiabierto al auditorio.
"Sentí una cosa fuerte que me dio el coraje de hacer esto y esta oración", siguió, al destacar que desde ese día siempre llevó consigo esa cruz. Como "las camisas del papa no tienen bolsillos", puntualizó, ahora la guarda en un sobre de tela muy pequeño, debajo de su hábito blanco. Y cuando tiene "un pensamiento malo contra alguna persona", pone su mano arriba de esa cruz "robada". "Y siento la gracia, siento que me hace bien. ¡Qué bueno es el ejemplo de un cura misericordioso, de un cura que se acerca a las heridas!", exclamó.
Francisco, que fue aplaudido por los sacerdotes romanos, utilizó la anécdota para ponerle el broche final a un discurso simple y claro que terminó siendo una clase magistral sobre la misericordia. "En la Iglesia, toda, es el tiempo de la misericordia, que fue una intuición de Juan Pablo II", dijo. "La verdadera misericordia se hace cargo de la persona, la escucha atentamente, la acompaña en el camino de la reconciliación", explicó.
Criticó a los curas "asépticos" o los "de laboratorio, todo limpio, todo lindo", que "no ayudan a la Iglesia". Los curas deben saber llorar y acariciar a los tantos heridos de este mundo, subrayó. Recomendó no ser ni "mano ancha" ni rígidos. Y volvió a reiterar su visión de Iglesia como "hospital de campaña" que debe curar a la gente herida "por los problemas materiales, por los escándalos, también en la Iglesia, por las ilusiones del mundo". "Nosotros, los curas, debemos estar ahí, cerca de esta gente." (La Nación)