En 1975, Naciones Unidas designó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, con la idea de conmemorar la lucha femenina en su reclamo de igualdad de oportunidades en la sociedad. El escritor riocuartense Rubén Lucero escribió una palabras sobre la mujer.
Tengo sensaciones encontradas al hablar de las mujeres. Tengo una idea primaria: escarpines. Una voz suave que me susurra al oído: sana, sana, colita de rana…(algunas veces necesitaría escucharla de nuevo). Tengo una cocina inmensa, muchas tías, algunas vestidas de negro, guardando el luto y una mesa gigante donde se juega a las cartas. En un rato oscurece y todas quieren hablar.
Están apuradas. Tengo la primera vez que escuché “Culo Sucio”, la tía Norma me invitó a jugarlo y yo me escondí debajo de la mesa. Mi cara era un tomate. Tengo una vecinita en la calle Laprida. Le hablo sin mirarla, es tan linda que temo lastimarla. Ellas crecen rápido. Siempre tienen novios más grandes que uno. Yo todavía juego al trompo en el campito, ella pasa, me mira, pero pasa. Al lado, pegadito, un grandulón de la otra cuadra. Tengo una adolescencia entre Muchachas Ojos de Papel y Muchachas Corazón de Tiza, entre las pecas de Emma y los pechos de la Sarli. Lo prohibido es entrar al cine Avenida. La aventura es colarse otra vez. Tengo una profe de Matemáticas que me da sueño y una de Literatura con la que sueño. Debería releer las Rimas de Bécquer para homenajearla. Tengo que jugar a la pelota, escuchar el llamado para tomar la leche, ir a la casa de Carlitos y que esa mujer, la mamá, me haga descubrir los panqueques con dulce de leche. Las manos de las mujeres hacen esas cosas, cocinan amor. Tengo que ir a bailar, volver de madrugada, tomar un mate con mi madre y contarle que Emma bailó con otro pibe. Las mujeres saben dar una caricia al dolor y decirte, vamos a dormir, después hablamos, esto recién empieza. Tengo que invitar a una mujer al cine, llevarla a tomar un café en un bar del Coco Marino,( J&B, poco hielo, gracias), frente al Parque Sarmiento y mentirle algunos poemas que le robé a Oliverio. Ellas, las mujeres, saben descubrir a los copiones, perdonar el plagio y hacernos creer que en nuestro pecho late una estrella.
Tengo una puerta vaivén, un elenco que la abre y la cierra. Las mujeres del Líbano, cuenta el poeta del Buena Vista, pueden congelarte el rostro con el aliento. Respiran aire helado, lo despiden por las coronarias del órgano ausente. Hay mujeres duras y blandas, árabes y tanas. Elegir no es fácil. Tengo más amigas que amigos. Me congratula saber que cuento con ellas, con sus voces, con la magia de los espíritus sensibles. Con la flor que por naturaleza, por distinción, por humanidad, decora el escritorio desordenado que es la vida. Las mujeres saben de detalles. Tengo un aluvión de dudas, una catarata de certezas. Mañana me caso con vos y no tengo ni para comprarte un anillo. Ante de morir prometo ese regalo. La paciencia de las mujeres es una pompa que levita en un trazado imaginario donde se tejen los sueños familiares. Y también las trampas.
Tengo tantas sensaciones encontradas cuando intento escribir sobre mujeres y sobre su día, que detengo el teclado aquí. Me paro en esta esquina donde se cruzan las manos de terciopelo, algún perfume francés, los pasos de una pantera en celo y un cantante de ricota que canta vas a brillar mi amor, vas a brillar…