Con una muestra en la Biblioteca Nacional y la reedición de su biografía más completa, empiezan los homenajes a una voz central para la literatura nacional, autora de una obra única.
Se cumplen 50 años de ese día en el que Alejandra Pizarnik decidió quitarse la vida. Se cumplen 50 años, también, de una escena repasada por quienes la conocieron, revisitada por quienes la leyeron, enmarcada, por algunos, como un gesto más, como parte de una obra rupturista. La muerte de la poeta, el nacimiento del mito, la permanencia de una voz incandescente: en estos días se multiplican los homenajes, los recuerdos, las relecturas de las distintas facetas de su obra y de su vida.
Una escritora entre la palabra y la imagen
Una de las conmemoraciones más destacadas es la que se realiza en la Biblioteca Nacional. Allí se acaba de inaugurar, en la sala Juan L. Ortiz, la muestra Alejandra Pizarnik, entre la imagen y la palabra, que, como apuntan los organizadores, tiene como finalidad “celebrar su figura y presentarle al público un fondo documental que pone de relieve sus complejos mecanismos creativos”. Con libros marcados con su letra “inconfundible”, con manuscritos seleccionados del tesoro de la institución y también con collages y dibujos que realizó la propia Pizarnik, la exhibición también quiere por un lado exponer materiales de la intimidad de la autora y, por el otro, traer a la actualidad una faceta menos conocida, pero muy vinculada con su obra.
#Muestras | Ya comienza la inauguración de la muestra “Alejandra Pizarnik. Entre la imagen y la palabra” en la sala Juan L. Ortiz pic.twitter.com/uVu1FqhE7g
— Biblioteca Nacional Mariano Moreno (@BNMMArgentina) September 22, 2022
Tal como señala Evelyn Galiazo, curadora de la muestra y directora de Investigaciones de la Biblioteca Nacional, la exposición “intenta plasmar la plasticidad de la escritura de Alejandra Pizarnik, que convoca al dibujo y al collage como declaración de principios poéticos. Como en las caligrafías asemánticas de Mirtha Dermisache, León Ferrari o Severo Sarduy —entre tantos otros—, en la escritura de Pizarnik la imagen toma la palabra para desmentir el oxímoron implícito en el concepto de texto como entidad inmaterial”.
La curadora destaca en la poeta un declarado interés, tal como señaló la propia Pizarnik, por “una escritura densa; concreta al máximo; desmesuradamente materialista”. Ocurre que hasta en la correspondencia de la autora de La condesa sangrienta se puede rastrear un gran amor y culto a los soportes e instrumentos de la escritura, como libretas, cuadernos, blocks y todo tipo de lapiceras y marcadores (“Me hechiza y me embruja comprar lapiceros, rotuladores (tengo 83) y todo lo que existe en esos palacios llamados papelerías”, le escribió, por ejemplo, al poeta y pintor catalán Antonio Beneyto).
“Sin ser una dibujante excepcional, o tal vez gracias a eso, Pizarnik desarrolló un estilo particular. Asistió al taller del pintor catalán Juan Batlle Planas y expuso en varias galerías. Lamentablemente, se ignora el paradero de la gran mayoría de sus obras plásticas, pero gracias a un convenio de mutua colaboración con la Biblioteca de la Universidad de Princeton, la muestra incluye digitalizaciones de los dibujos y collages conservados allí, además de dos originales que la poeta le obsequió a Ivonne Bordelois y Graciela Maturo”, agrega Galiazo.
Sobre la enorme cantidad de documentación, manuscritos, apuntes y libros marcados por la escritora, que estuvieron dispersos muchos años y que hoy se conservan en el Fondo Alejandra Pizarnik de la Biblioteca Nacional, detalla: “Por decisión de Horacio González, siempre dispuesto a incrementar el patrimonio de la institución, en 2007 la Biblioteca Nacional adquirió seiscientos cincuenta volúmenes que le pertenecían a la escritora. Años más tarde, Myriam Pizarnik de Nesis, su heredera y hermana mayor, decidió sumar ciento veintidós ejemplares más y una importante cantidad de material de archivo”.
Es por esto que la institución en la actualidad es la encargada de custodiar “un número significativo de manuscritos y dactiloescritos originales, distintas versiones de textos corregidos a mano y pasados en limpio, correspondencia, notas personales, separatas y recortes de prensa; papeles que ella misma recortaba y clasificaba, contribuyendo activamente en la construcción de su propia imagen autoral”.
Se trata, en sus palabras, de “un valioso conjunto que arroja nuevas luces sobre la belleza oscura de su obra” y que también tiene como finalidad impulsar nuevas investigaciones alrededor de Pizarnik luego de que estos materiales estuvieran dispersos, entre universidades extranjeras, colecciones privadas y archivos.
Una biografía, 30 años después
Con motivo del aniversario de la muerte de Pizarnik, esta semana también se le realizó un homenaje en el Centro Cultural Borges, que sirvió además para presentar el libro Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito de Cristina Piña y Patricia Venti. Se trata de uno de los recorridos más exhaustivos sobre la vida y la obra de la escritora y también una vuelta de tuerca a una primera versión del libro que la propia Piña había publicado en 1991.
La nueva edición, ampliada a partir de una gran cantidad de documentación nueva, implicó varios recorridos por los diarios depositados en la Biblioteca de la Universidad de Princeton, junto con lecturas de sus cuadernos, borradores y correspondencia. Las autoras, a la vez, entrevistaron a amigos de la poeta y, sobre todo, mantuvieron extensos diálogos con su hermana mayor, Myriam.
Tal como señala el título de la publicación, la intención parece ser, al recorrer sus páginas, la de atravesar el mito de la escritora, ver de qué materiales está compuesto y para entender, por fin, cuáles fueron las rupturas que abrió en su época.
Entre otros momentos, las autoras recorren el interés inicial de Pizarnik por el periodismo, su llegada a París en los '60 y los días en lo que, entre otras cosas, entrevistó a Simone de Beauvoir y Marguerite Duras.
Por supuesto que la publicación también llega a reconstruir, desde sus escritos y desde quienes la conocieron, aquellos últimos días de la poeta.
“Está mitificada la figura de Alejandra como una poeta maldita que sin duda fue, se da la unión entre escritura y vida y además ese suicidio lleva a mitificar la figura porque se subraya la concepción del absoluto de la literatura que se articula con la vida”, señaló Piña a la agencia Télam en 2021, apenas lanzada la nueva versión de la biografía.
“Ese mito Pizarnik se fue agrandando con los años y hay muchísima gente que no la ha leído y conoce nada más que lo que se dice de la leyenda de Alejandra: la de la poeta que se suicida entregada totalmente a su escritura”, concluyó.
Pizarnik para ver
Lejos de encallar en ese final trágico e inquietante, la figura de Alejandra Pizarnik es, desde hace 50 años, una imagen que vuelve, que impregna a otras disciplinas artísticas. Ocurrió en el llamado under porteño, sobre todo a partir de los ‘80 y con el regreso de la democracia: artistas y amigos de la escritora como Batato Berea, Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese y Fernando Noy, recuperaron sus textos y lo transformaron en distintas versiones para sus performances.
Pero eso siguió hasta la actualidad. Sin ir más lejos, este año se estrenaron varias obras teatrales que se nutren de la poesía de Pizarnik.
En el ámbito audiovisual, además de documentales televisivos, entre los que se destacan capítulos de la saga Memoria iluminada lanzados por Canal Encuentro, además de algún largometraje, quizá una de las rarezas y materiales más interesantes para volver sobre el universo creativo de Alejandra Pizarnik sea el cortometraje de 1993 Vértigos, o contemplación de algo que cae, de la cineasta y productora argentina Vanessa Ragone, quien años más tarde trabajaría en El secreto de sus ojos, se ganaría un Oscar y se convertiría en una de las referentes más importantes del cine argentino.
Aquel trabajo incipiente alrededor de la poeta ganó el Primer Concurso Nacional de Cortometrajes promovido por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), más tarde conocido como el prestigioso ciclo conocido como Historias Breves. Está disponible en la plataforma gratuita Cine.AR.
De media hora de duración, Vértigos es una indagación, una exploración con una puesta experimental, llena de texturas, de la que participan, entre otros, un dream team de colegas, personas cercanas a Pizarnik y artistas como el propio Tortonese, Rosario Bléfari, la hermana de la escritora, las poetas Olga Orozco y Diana Bellessi. También hay lecturas de sus poemas en las voces de Alfredo Alcón, Norma Aleandro y Liliana Daunes.
“La muerte como tema era su patria, su lugar de origen”, dice allí Fernando Noy y remata: “Alejandra iba hacia algo inevitable: la sensación de abandono”.