Perdió a su padre a los 3 años. Trabajó casi hasta los 70. Recién entonces emprendió el último camino, y llegó a la meta. ¿Será el último camino? Apuesto que no.
El alumno Román Carballo se recibió de abogado en la Universidad de La Matanza, y recibió su título en la tarde del miércoles 20. Se lo entregó el doctor Luis Busnelli, decano del Departamento de Derecho y Ciencia Política.
Hasta ahí, un acto natural y previsible que sucede con puntualidad anual. Sin embargo, pocas veces en la historia de esa universidad, fundada en 1989, y en su Patio de las Américas, se oyó una ovación semejante cuando Román Carballo tuvo su título en la mano.
Porque el nuevo abogado… ¡tiene 80 años!
Y logró su título a esa edad no por estudiante crónico, una triste figura entre nosotros… Lo hizo a pulmón, a una edad insólita, y en nueve años: hazaña y ejemplo para tantos jóvenes "cansados de estudiar antes de abrir el primer libro", como alguna vez me dijo Guillermo Jaim Etcheverry, brillante médico y ex rector de la UBA.
Al día siguiente, Román contestó un cuestionario. Prefirió esa forma, sospecho, en aras de la precisión. Conózcalo…
–¿Dónde nació?
–En Cruz del Eje, Córdoba, el 28 de febrero de 1937.
–¿Qué nivel social tuvo su familia paterna? ¿Profesionales, artesanos, artistas, empleados, obreros?
–Mi padre, Ramón, que murió en 1940, era empleado, y también hacía corretajes para aumentar el bolsillo. Mi madre, Maxi (Maximina), profesora de piano, también tuvo que trabajar como empleada al hacerse cargo de la familia. Yo tenía apenas tres años…
–¿Quién o quiénes de esa familia le marcaron el rumbo?
–Tanto ellos como familiares, amigos y conocidos conformaron la imagen del padre que va formándose interiormente.
–¿Qué estudios y que trabajos iniciales tuvo? ¿Cómo se ganó la vida?
–Luego de la primaria cursé Perito Mercantil, y a los 18 empecé a estudiar para Contador. Desde los 14 fui cadete, a los 18 empleado público, a los 21 conscripto por trece meses y a los 22 entré a una compañía de seguros en la que trabajé hasta los 57 años. Tengo experiencia, especialmente, en Accidentes de Trabajo. Desde los 59 entré a una compañía aseguradora de ese rubro, y llegué a una gerencia. Me retiré a los 69…
–¿Hijos?
–Leticia y Adrián. Mi familia más próxima desde la muerte de Hilda, mi esposa, luego de 52 años de matrimonio.
–¿El Derecho fue una vocación temprana que no pudo concretar, o una vocación tardía?
–Ganó mi atención cuando un profesor venía a Ramos Mejía para explicarnos Derecho comercial… ¡a las siete menos cuarto de la mañana! Pero me acerqué mucho a esa ciencia en las empresas de seguros.
–Lo imagino buen lector… ¿Sus preferidos?
–La lectura ha ocupado mucho de mi tiempo, y no me son extrañas las demás artes. Sin tener autores preferidos, está pendiente terminar la lectura, iniciada e interrumpida hace varios años, de "Psicoanálisis y Existencialismo", de Víctor Franquel.
–¿Qué alumno fue? ¿Alguna vez se sintió en desventaja ante los estudiantes más jóvenes, o cree que para muchos de ellos fue un ejemplo?
–He sido un alumno aceptable… El trato con los jóvenes me rejuvenecía, y salvo la evidente diferencia de edad, no había otra. Muchos de ellos fueron para mí ejemplos de inteligencia, capacidad y esfuerzo. Si bien entonces no tenía la sensación de que pudieran considerarme un ejemplo, sí me lo han demostrado ahora.
–¿Va a ejercer como abogado, o ha logrado el título por autodesafío y curiosidad intelectual?
–Estoy dispuesto a ejercer la profesión, más que como litigante, como consejero. Pero tendré que iniciar el camino para poder transitarlo. Sin buenos comienzos no hay buenos finales…
–¿Cómo es hoy su vida?
–Las rutinas de trabajo fueron reemplazadas por las de estudio. El contacto con la familia es lo más placentero de mi vida: dos hijos, cuatro nietos (con sus novias), una bisnieta… Los hobbies, la fotografía y la música, fueron postergados, pero ahora trataré de retomarlos.
Y bien. ¿Queda algo más por decir? Tal vez no. Pero sí para imitar, en tiempos sombríos para las aulas del país: Los fantasmas del menor esfuerzo, del atajo, del éxito rápido, de las deserciones, hacen sonar sus alarmas con más estridencia cada día.