Estamos todos locos. Pero de verdad, estamos muy mal de la cabeza, porque hoy en día parece casi inevitable querer ir a un espectáculo público y no pensar que algo puede pasar, que un incidente podría ocurrir, que algún demente mal intencionado está rondando por ahí.
Después llega el tiempo de los lamentos y buscamos responsables. Es culpa del fútbol, las cargadas y su folclore ofensivo e ilógico. Es culpa de la música, su violento Rock N’ Roll o su descontrolada electrónica moderna. A eso llegamos. A desparramar culpas a un deporte o sonidos que suenan en el ambiente.
Creo que ya es tiempo de preguntarnos,
¿no seremos nosotros? ¿No será la sociedad en su totalidad la que no respeta al prójimo y desea con fervor revelarse ante el statu quo?
Siéntense a pensar un segundo en los últimos acontecimientos públicos que tomaron relevancia por sus consecuencias.
Show del Indio Solari. Miles y miles de personas en un descampado escuchando a su ídolo. Algo se salió de control y
perdieron la vida dos chicos.
No hay que ser ingenuo, obviamente las condiciones de seguridad no eran las adecuadas, el lugar no estaba habilitado para tanta gente y el show albergó tres o cuatro veces más de lo que se podía. Pero… ¿por qué? Si hay 100 mil pibes escuchando música en un complejo sin policías, ¿por qué tienen que morir un par?
¿Tan enfermos estamos para no tener la capacidad de quedarnos unos minutos escuchando la música que nos gusta sin matarnos entre nosotros?
El pasado fin de semana el fútbol argentino tuvo preponderancia por la muerte de Emanuel Balbo, joven que
murió tras ser arrojado por la tribuna en el partido entre Belgrano y Talleres. La gente ya casi lo toma como algo más, como otro hecho medio loco que pasa en el país.
¡Lo tiraron de la tribuna para que se muera! (Encima, mientras estaba agonizando en el piso, pasó otro simpatizante y le robó las zapatillas. Eso ya no es pobreza, no es falta de trabajo. Es miseria humana).
La trifulca comenzó porque Él identificó al supuesto responsable de la muerte de su hermano. Pero de ahí en más el otro involucrado gritó que Balbo era hincha de Talleres, por lo que ya era justificativo suficiente para tirarlo de la platea y que se rompa la cabeza contra el piso. Así funcionan muchos por estos días. “Ey, ey, aquel es de Atenas y está infiltrado en la popular de Estudiantes, ¡hay que darle una paliza, hay que matarlo a piñas!". Entonces, todos los de River son tus enemigos porque vos sos de Boca. Ah, ese arbitro me cobró un offside que no era, tengo derecho a reventarle el cráneo de un piedrazo. Y encima me creo un “justiciero”. Ese es el razonamiento, así de contaminadas están las cosas.
No es una guerra santa. Es un juego donde ganás o perdés y te vas a tu casa. No es un infierno donde sobrevive el que salta más alto y aguanta la respiración más tiempo en medio del pogo. Es un show de música donde disfrutas de los artistas que te gustan y también te vas a tu casa.
Dejemos de culpar a las pelotas de cuero, a los colores de las camisetas, a las guitarras y los recitales. Y no porque sea un evento público donde esté repleto de gente tengo permitido perder la timidez y animarme a pasar por encima del otro.
Empecemos por casa. No nos acostumbremos. No lo tomemos como algo más. Hagámonos cargo.
Nicolás Grimalt