Tocado
Así te sentís cuando te dicen que tenés cáncer. Como si estuvieras jugando a la batalla naval y tu contrincante te tira un E-7, justo donde vos pusiste el barquito de cuatro casilleros. Sabes que te dieron y que a la larga, va a seguir apuntando por esa zona hasta que finalmente grites hundido.
Esta metáfora se me ocurrió el 6 de diciembre, cuando falleció Sergio Kremer, el esposo de la querida colega Lele Peruchini. A Sergio lo encontré dos veces en la sala de quimioretapia de la Neoclínica. Una vez, con la buena noticia de que era la última sesión, y la otra cuando su estado empeoró. La primera vez que nos encontramos había aumentado de peso, Lelé estaba contenta y con esa sonrisa que tanto la caracteriza hablamos de los hijos, del trabajo, de la lucha de Sergio con esta pelea tan desigual. Estaba tocado pero con esperanza.
Uno se puede morir de muchas maneras, en un accidente, de un ataque al corazón, de un ACV, electrocutado o cayéndose de un avión con tu equipo de fútbol. De golpe, con la sorpresa de un hundido fatal. Después de todo, la única certeza que tenemos en esta vida es que algún día nos vamos a morir o a transformar en algo distinto.
Cuando el 4 de mayo de 2014 el doctor Claudio Moscone le dijo a mi familia que tenía cáncer y ellos me transmitieron con todo el dolor y el amor del mundo que tenía esta enfermedad de mierda, me sentí tocada. Y me preparé para la pelea, mejor sea dicho, nos preparamos para la pelea. Sin embargo, uno sabe que a partir de ese momento tomás conciencia de que tenes fecha de vencimiento. La pucha, me voy a morir, y la vida es tan linda que no tengo ganas.
En el medio de esa batalla, vos en el medio del océano que es la vida, empezas a moverte en la calma del mar y en los vientos de las tormentas.
Y mientras vas recorriendo el tratamiento te encontrás con gente como vos. Los que salen te contagian la esperanza y los que se van, su partida te asusta. María Soledad Nieto, Jorge Cena, Graciela de Casari, el señor que estaba haciendo un departamentito para sus hijos en Holmberg, la vecina de la calle Jujuy, el boquita Origlia. Y te acordás de Julia Almirón, de Susana Olmos, de Rita Aliaga, de Hugo Carnicer que le pusieron huevos y ovarios para curarse y no pudieron. Los tocaron y se hundieron en plena estrategia para salir del huracán.
En estos años de intentar amortiguar el golpe por dentro y por fuera quería pensar en algo que le sirviera a mis hijos en este andar por los mares de la vida.
Muchos andamos pensando que nos viven tocando cuando en realidad enfrentamos los eventos propios del mar. Andamos como locos pensando que el barco tiene huecos por todos lados y en realidad somos nosotros los que dejamos entrar el agua que nos puede poner en peligro.
Cada uno tendrá sus propios ejemplos de huecos imaginarios. Gabriela estuvo una semana torturando a su hijo cuando se llevó matemática en sexto. La única materia que llevó a coloquio en todo el secundario. Una semana, que en vez de mimarlo, ayudarlo y esperar el examen, porque durante toda su vida había sido buen alumno y sobre todo buena persona, prefirió castigarlo con silencios y sermones.
Claudia estuvo años intentando disimular sus piernas flacas, sin agradecer que podían andar en bicicleta, caminar, nadar y correr, que la llevaban de un lugar a otro y que en noches de amor eran buenas compañeras.
Viviana se pasó un verano con cara de traste porque ese año no había ganado lo que creía suficiente, sin pensar que tenía un techo, un plato de comida, un jardín, el río, el jazmín florecido, los chicos leyendo en sus camas o haciendo un postre y a su marido pintando la casa para seguir construyendo su lugar en el mundo.
Y así andamos mirando la parte oscura de las cosas, un cadete en moto es un loco y no alguien que lleva rápido una pizza para que no se enfríe; el mal humor del compañero de la Uni y no nuestro mal humor; el vecino que no corta la palmera para embromarnos y no porque la plantó su abuela, pensando que tu amigo que te ninguneó con un Ok sin considerar que estaba en una reunión importante, creer que una amiga se mete en tu vida y no pensar que te está dando un buen consejo.
Aprendamos a mirar el colchón que nos espera para descansar, al despertador que suena y nos avisa que seguimos vivos y que tenemos un día para adelante, al llamado de un papá que mientras te avisa que compró una docena de huevos para vos está diciendo que te quiere; a la tía que hace mucho no visitas y te regaló la virgencita milagrosa para tu bautismo; al funcionario que quiere hacer las cosas bien y a veces no le sale; al verdulero que fue al mercado y eligió los mejores tomates para vos.
Aprendamos a disfrutar del silencio y de la música, el aire que entra y sale sin dificultad, el corazón que late sin abandonarte, los recuerdos que construyeron tu presente.
En los mares de la vida hacen falta los vientos que te llevan a destino, el agua que refresca, la calma de la noche, el brillo del sol, la sal del agua, los huracanes que te fortifican.
Aprendamos a no sentir sólo los tocados de la vida sino también las caricias, pensemos que los huracanes son excepcionales y los plácidos amaneceres la regla.
Mirémonos y miremos el océano que nos rodea por dentro y por fuera.
El otro día vi una foto donde había una chica con la pierna enyesada. Le habían escrito: “Para que seamos felices…y nos demos cuenta”.
De eso se trata. De darse cuenta de todo lo felices que somos, aunque a veces sintamos un tocado, que te toca pero no te hunde.
Feliz Navidad y que podamos hacer un mejor 2017 entre todos. Depende de nosotros.
Por Alejandra Elstein - Otro Punto