El destino los puso en la situación de esconder en su pequeño apartamento de Hong Kong al ex agente de la CIA y la NSA Edward Snowden. "Usaba su ordenador día y noche... Al irse me sentí un poco triste. Me abrazó y me entregó 200 dolares".
Hace tres años, Vanesa Rodel y su bebé estaban en su minúsculo apartamento de Hong Kong cuando alguien llamó de noche a su puerta. Al abrir, se topó con sus dos abogados -Robert Tibbo y su socio Jonathan Mann- y un hombre joven al que no había visto en su vida. Ya en el interior, los letrados le preguntaron si podía acoger durante unos días a ese extranjero de gafas y ademanes nerviosos que los acompañaba.
"No tenía ni idea de quién era, pero el señor Tibbo me dijo que ese hombre necesitaba ayuda, y yo accedí", relata a Crónica en su nuevo hogar esta filipina que por entonces tenía 42 años. "No me explicaron más, sólo que necesitaba un sitio seguro donde estar y que no hablase de su presencia con nadie".
A la mañana siguiente, Vanesa se levantó pronto para adecentar el piso antes de bajar a comprar algunos utensilios que su inesperado visitante le solicitaba, incluido un periódico. Fue tras adquirir una edición del diario en inglés South China Morning Post cuando Vanesa se quedó de piedra. "Allí estaba él, con su rostro cubriendo toda la portada", rememora mientras sonríe tímidamente. "Acto seguido pensé: Oh Dios mio, esto es increíble. ¡El hombre más buscado del mundo está en mi casa!".
El inquilino sorpresa no era otro que Edward Snowden, el ex agente de la CIA y la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) que unos días atrás había revelado los programas de vigilancia y espionaje masivo de EEUU por todo el mundo. Vanesa fue una de los cuatro refugiados que durante dos semanas protegieron a este personaje tras hacerse públicas aquellas explosivas confidencias, y cuya historia se dio a conocer hace semanas coincidiendo con el lanzamiento del filme Snowden, de Oliver Stone.
Snowden llegó a Hong Kong tras dejar su puesto en Hawai en mayo de 2013. Entre el 3 y el 10 de junio, este ex contratista estadounidense de 29 años se enclaustró en una habitación del lujoso hotel The Mira junto a los periodistas de The Guardian y The Washington Post elegidos para dar la exclusiva. Una vez que su nombre salió a la luz pública, su equipo legal y él decidieron que lo mejor era ocultarse para tratar de escapar de la prensa y de la alargada sombra de la Administración americana.
Para ello, Snowden contó con la inestimable ayuda de Robert Tibbo, un abogado canadiense de 52 años con unos 15 de experiencia en Hong Kong y famoso por su trabajo en casos de derechos humanos. Para su nuevo cliente, el letrado diseñó un plan propio de una novela de espías.
Tras escabullirse del hotel cinco estrellas, Snowden fue conducido hasta el edificio de las Naciones Unidas, donde Tibbo esperaba para presentar una solicitud de asilo ante las autoridades hongkonesas. "Así estaba legalmente protegido y evitábamos que pudiera ser extraditado", cuenta a Crónica. Después vino la segunda parte, un golpe maestro en aquel delicado momento. "Decidimos ocultarlo entre varias familias de refugiados cuyos casos llevábamos, el último lugar en el que nadie esperaría encontrárselo".
En junio de 2016 había registrados 11.169 solicitantes de asilo en esta urbe china, la mayor parte procedentes del sudeste asiático. A la gran mayoría les está prohibido trabajar, lo que los condena a vivir de las escasas ayudas gubernamentales en una de las ciudades más caras del mundo y a llevar una vida miserable en pisos cochambrosos de los peores barrios. Además, sus procesos administrativos se eternizan durante años -hay casos que superan la década- para finalmente ser rechazados. Hong Kong cuenta con una desalentadora tasa de aceptación de tan sólo el 0,5%. "La sociedad los discrimina y los trata como a un grupo de apestados", critica Tibbo, que ahora lleva unos 70 casos de este tipo. "Todas las instituciones han fracasado a la hora de cubrir sus necesidades y los han condenado a vivir en la indigencia. Son los intocables de la ciudad".
Pero a pesar de su precaria situación, Tibbo confió ciegamente en esta gente a la hora de ocultar a su protegido. "Sabíamos que no nos traicionarían. Todos ellos saben lo que es ser perseguido y tener que dejar tu país por ello. Son solidarios, y ninguno dudó en ayudarle sin pedir nada a cambio", afirma el abogado mientras un taxi nos lleva a conocer a otra de las familias.
Al llegar a una calle del populoso barrio de Sham Shui Po, uno de los más pobres y saturados de la urbe, nos recibe Supun Thilina, un esrilanqués de 32 años que languidece en el sistema hongkonés desde 2004. Vive cerca, en un piso de 15 metros cuadrados con una habitación en la que entra un colchón, un minisalón atestado con sus enseres y un baño-cocina. Allí reside desde 2015 con su compañera Nadeeka Dilrukshi (de 33 años, también solicitante de asilo), Sethumdi, su alegre y guapa hija de cuatro años; y Vithika, su bebé de seis meses. Éste es el tipo de vivienda en el que se ocultó Snowden durante aquel tiempo.
"Cuando el señor Tibbo me llamó aquella noche, pensé que algo pasaba", relata Supun sentado en una banqueta de plástico de su salón sin ventanas. "Al ir a buscarlos, estaban con otro hombre cuyo corte de pelo me hizo pensar que era militar. Me preguntaron si lo conocía, y dije que sí, pero era mentira. Estaba un poco asustado y no quería hacer preguntas", recuerda con una carcajada.
Al día siguiente, Supun fue a comprar el periódico para su invitado. Al llegar a casa, Nadeeka vio la foto del hombre que descansaba en su cama en la portada."No podíamos creer que fuera él, que alguien tan famoso estuviera en nuestra casa", narra de pie en el quicio de la puerta. "Ahí entendimos la gran responsabilidad que suponía cuidarlo".
Durante días, Snowden permaneció en la habitación volcado en su ordenador y alimentándose de McDonald's y dulces. Gracias a las compras de material informático que Supun hacía en una tienda del barrio, pudo comunicarse con el mundo exterior a través de una sofisticada encriptación y de las memorias USB que llegaban escondidas en tartas. Tal y como apareció, una noche oscura volvió a marcharse. Como muestra de agradecimiento, les dejó 200 dólares.
Su siguiente parada fue la casa de Vanesa y su hija Keana. "Mi primera impresión fue que estaba asustado y muy preocupado", dice la madre. Esa sensación no se le fue con los días. "Una vez que supe quién era, incluso me sentí halagada de que me hubieran elegido. Tan sólo tenía una casa pequeña y oscura, pero confiaron en mí".
Vanesa llegó a Hong Kong en 2002 para trabajar como empleada doméstica. Al cabo de tres años finalizó su contrato, y pasó otros cinco como inmigrante ilegal en la ciudad hasta que fue arrestada. En 2010 presentó su solicitud de asilo por persecución de género en Filipinas, y desde entonces espera una contestación.
Durante varios días -los implicados siguen manteniendo un gran secretismo en torno a muchos detalles, incluido cuánto tiempo lo acogió cada uno-, Vanesa y su hija durmieron en el salón mientras Snowden estaba en su cama. "Usaba su ordenador día y noche, preocupado por su siguiente paso", señala esta mujer en su salón alfombrado con las caras de personajes Disney. "Al irse, me sentí un poco triste. Me abrazó y me entregó 200 dólares. Sabía de nuestra situación, y fue su forma de devolverme el favor", añade.
El último en acogerlo en su morada fue Ajith Pushpakumara, ex militar de 44 años de Sri Lanka. Nos recibe en su destartalada habitación de un piso compartido con otros cinco inmigrantes, un habitáculo sin ventanas en el que la pintura se cae a pedazos y apenas guarda nada. Ajith llegó a Hong Kong en 2004 escapando de un sistema que lo había encadenado a un muro y torturado por desertar antes de condenarlo a muerte.
"Te he visto en la tele"
"Yo te conozco, te he visto en la tele", fueron las primeras palabras del ex soldado de brazos tatuados cuando vio al hombre que acompañaba a su abogado. Más tarde, Snowden pasó la noche en una habitación similar a la que Ajith ocupa hoy día. "Mi inglés era muy malo, por eso hablamos muy poco", dice este hombre de mirada triste y tono amable. "Aun así, me sentí como en una película".
Snowden llevaba ya casi dos semanas escondido entre los refugiados cuando el 21 de junio -día de su 30º cumpleaños- fue acusado formalmente de tres delitos graves bajo la Ley de Espionaje de EEUU de 1917 y se solicitó su detención formal al Gobierno de Hong Kong. En ese momento empezó la carrera por sacarlo de allícuanto antes.
Con la ayuda de sus letrados y la red de colaboradores de Wikileaks que encabeza Julian Assange desde Londres, Snowden pudo abandonar Hong Kong el día 23 sano y salvo en un avión con destino a Sudamérica. Al recalar en Moscú, se le informó de que su pasaporte había sido revocado por los Estados Unidos, y desde entonces reside en la capital rusa en compañía de su novia.
Mientras, sus ángeles de la guarda de la ciudad china siguieron adelante entre estrecheces y guardando sepulcral silencio sobre lo acontecido. En tres años, ninguno ha logrado avances significativos en sus casos y, como muchos otros en su situación, ven pasar un día tras otro sin poder hacer nada de provecho con sus vidas.
Desde que se estrenó la película, algunos incluso han tenido problemas con las autoridades. "Me hicieron varias preguntas sobre el tiempo que Snowden estuvo conmigo, pero me negué a contestar. Desde ese momento, me han cortado todas las ayudas", asegura enfadada Vanesa, un hecho que Tibbo considera "un castigo" por no colaborar con ellos.
No obstante, también han surgido voces influyentes haciendo un llamamiento para que mejore su suerte, y se ha puesto en marcha una campaña de recaudación de fondos que ya ha logrado 18.000 euros para ellos. "Hace tres años, estas valientes familias me protegieron en la clandestinidad de Hong Kong. Todavía están aguardando a que se les conceda el asilo", declaró el propio Snowden en Twitter en septiembre. Pese a estos apoyos, a día de hoy, todos siguen esperando.