Venenos que sanan: nuevas terapias curativas inspiradas en la naturaleza
- 02/10/2016 18:29 hs
COMPARTIR EN:
Investigan los componentes tóxicos de los animales venenosos para desarrollar medicamentos para cardiopatías, el cáncer o de enfermedades autoinmunes.
Su veneno es uno de los más letales de la naturaleza. Como si fuera un dardo, el caracol marino Conus geographus lo lanza hacia donde está su presa para aturdirla de forma fulminante y engullirla. Así consigue comida este molusco de vivos colores que habita en los arrecifes de los océanos Índico y Pacífico. El mismo veneno que deja paralizados a los pequeños peces y moluscos de los que se alimenta está siendo investigado para desarrollar una insulina ultrarrápida para tratar a diabéticos.
Un equipo de Australia y EEUU ha determinado la estructura tridimensional de la insulina que, entre otros componentes, produce este caracol marino y que, según explican en un estudio publicado en Nature Structural and Molecular Biology,actúa tres veces más rápido que la que genera el cuerpo humano.
"Estamos intentando fabricar una insulina sintética que se parezca a la que produce este caracol marino. De momento, ésta es más débil que la humana, por eso estamos intentando conseguir que sea más activa manteniendo su rapidez", explica Helena Safavi, investigadora de la Universidad de Utah (EEUU) y coautora de la investigación. En los peces, el efecto es instantáneo porque penetra a través de las branquias. Aunque en los humanos harían falta unos minutos, creen que podría hacer efecto en sólo cinco minutos frente a los 15 que tardan los productos más rápidos comercializados.
Este estudio sobre Conus geographus es el último ejemplo de las posibilidades terapéuticas de los venenos presentes en la naturaleza, en los que las compañías farmacéuticas pusieron sus ojos en los años 70 para desarrollar nuevos fármacos. En 1981, la Agencia Estadounidense del Medicamento (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó captopril, el primero basado en un veneno animal. Desarrollado a partir de las moléculas del veneno de la serpiente Bothrops jararaca, está indicado para la hipertensión. Le siguieron eptifibatida y tirofiban (para síndromes coronarios agudos), bivalirudina (para la coagulación de la sangre durante las cirugías), exenatida (para la diabetes tipo 2) o batroxobin (para monitorizar el sangrado).
Caracoles marinos
"Llevamos mucho tiempo trabajando tanto con otros componentes del veneno deConus geographus como de muchos otros caracoles marinos de los que, en total, conocemos unas 800 especies", detalla Helena Safavi a través de un correo electrónico. "La mayoría de los componentes investigados hasta ahora son neurotoxinas con un amplio abanico de potenciales aplicaciones terapéuticas para el dolor, la epilepsia y para proteger el corazón". Como ejemplo menciona ziconotida, un fármaco para el dolor crónico basado en un componente aislado deConus magus.
De momento, explica Safavi, no están trabajando con ninguna farmacéutica para desarrollar su insulina ultrarrápida inspirada en Conus geographus y que, según calcula, podría tardar una década en llegar al mercado: "Hay un largo camino por recorrer para que un descubrimiento se convierta en un medicamento".
Son pocos los fármacos aprobados hasta la fecha, aunque numerosos componentes de venenos están siendo sometidos en la actualidad a ensayos clínicos, como señala el investigador de la Universidad de Queensland Glenn King en un artículo publicado en Biological Theraphy. Entre las posibles aplicaciones de esos futuros medicamentos figuran el tratamiento de cardiopatías, el cáncer o de enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple.
Una librería con 203 venenos
"El potencial de los venenos de animales para conseguir nuevos fármacos es enorme", asegura Rebeca Miñambres, responsable del Departamento de Proyectos de I+D de Sistemas Genómicos. La compañía, con sede en Valencia, ha formado parte de un consorcio internacional que ha llevado a cabo el proyecto Venomics, y que ha creado una librería de toxinas procedentes de 203 venenos de animales.
Los recogieron durante expediciones en la Guayana francesa y Francia. "Tenemos peces venenosos, arañas, serpientes, hormigas, avispas, escorpiones, lagartos, etc." La especie "más rara" que estudiaron, recuerda, fue un pulpo de anillos azules, considerado uno de los animales más venenosos del mundo.
"Se tomaron dos tipos de muestras de los animales: del veneno, que es el que contiene las proteínas o las moléculas con actividad tóxica (por ejemplo una gota de veneno de alacrán), y de cuyo estudio se encargó el grupo de proteómica; y muestras de la glándula que produce el veneno, es decir, del tejido, que es lo que estudiamos en nuestra empresa y que nos permite ver los genes que dan lugar a ese veneno. Secuenciamos el RNA, que es el ácido nucleico que codifica los genes y da lugar a esas proteínas", relata por teléfono esta doctora en bioquímica.
Venomics, que contó con un presupuesto de nueve millones de euros -seis de ellos aportado por la Comisión Europea-, concluyó en 2015 y, según subraya Miñambres, "supuso un desafío enorme para que el que hubo que hacer un desarrollo tecnológico brutal". "No es lo mismo trabajar con una glándula de serpiente que con una avispa o una hormiga. No existía la tecnología para estudiar muestras tan pequeñas", afirma. En su opinión, ese desarrollo tecnológico unido al potencial de los venenos "supone un cambio de paradigma en el desarrollo de los fármacos", señala Miñambres.
"Buena parte de los avances científicos en bioquímica, inmunología, farmacología y fisiología se han hecho usando venenos de animales como serpientes, arañas, escorpiones, o especies de origen vegetal", explica el biólogo Carlos Pérez Santos, colaborador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), en Madrid, y del de Ginebra. Y es que el interés por estudiar la composición de las sustancias tóxicas de la naturaleza y sus aplicaciones terapéuticas no es algo nuevo.