Lucrecia es una mujer soltera de clase media. Hace años comenzó a eliminar algunos alimentos de su dieta, pues los médicos le diagnosticaron alergia alimentaría.
Luego con el tiempo, comenzó a volverse adicta a la lectura de las etiquetas de los envases, para asegurarse de que no contuviera aquello que le causaba alergia. Tras una diarrea que demoró en mejorar, un médico le ordenó, eliminar de sus comidas otra larga lista de alimentos. Alguien luego le comentó que el consumo de carne no le convenía. La borro de su menú semanal. Luego escuchó comentarios acerca de las hormonas de los pollos. No más pollo, leyó sobre los aditivos, así que dejó de comprar alimentos envasados o preparados. Desde entonces sólo come lo que ella cocina. Además, Lucrecia odia la gordura.
Cuando llegó al consultorio estaba severamente desnutrida. Ya no sabía que debía comer y qué debía evitar. Su alimentación era absolutamente monótona y extremadamente trabajosa. Dedicaba la mitad de su día a preparar y seguir su particular dieta y aun así no se sentía bien.
A los 36 años, Lucrecia padece ORTOREXIA, es decir, la obsesión por comer sano. Lo paradójico de estos individuos hipersanos es que sus dietas quizás sean las menos balanceadas del universo alimentario.
La palabra ortorexia proviene del griego ortho, “correcto”; y orexia, “ingesta”. Se denomina ortorexia nerviosa a aquellos cuadros graves que incluso pueden llevar a la muerte. Esta gente lleva las cosas al extremo. No comen nada que no sea orgánico, conservantes, pesticidas o que estén genéticamente modificados. Sólo usan utensilios de cerámica, madera o vidrio. Progresivamente, dedican más tiempo, esfuerzo y energía a comer sano que a vivir, disfrutar, compartir tiempo con otros, desear, descansar. La comida se convierte en una suerte de dogma. Son los que comen todo sano. Así se definen y los definen.
Los ortoréxicos sufren grandes problemas de interacción social: son capaces de llevar su vianda a restaurantes, fiestas o bien a declinar invitaciones por la imposibilidad de acceder a una alimentación “saludable”. Como el resto de las patologías relacionadas con la alimentación, la ortorexia aísla. La espiritualidad gastronómica obliga a los ortoréxicos a consumir todo su tiempo planificando, comprando, reparando, fraccionando.
Son capaces de recorrer largas distancias sólo para comprar orgánico. Sacrifican relaciones, afectos y actividades para satisfacer su obsesión por la comida, y desprecian a los que no piensan como ellos. Considerando las complicaciones y los esfuerzos que impone la ortorexia, pocos logran sostener tales comportamientos. Por eso, un estado de omnipotencia y hasta de pureza o santidad invade a quienes permanecen atados a esa obsesión, aunque en realidad se trata de enfermos.
Es una patología cada vez más extendida en las sociedades occidentales contemporáneas. Suele comenzar con una dieta inocente, hasta que en algún tiempo impreciso ya es tarde. Los procedentes de la ortorexia son la obsesión por las dietas, el culto al cuerpo y el miedo a la comida tratada con productos artificiales. Todos nos preocupamos por comer alimentos sanos, pero cuando ese comportamiento normal se transforma en una obsesión que entraña peligros para la salud, se convierte en ortorexia.
Los ortoréxicos experimentan una sensación de control si se respetan las reglas. Si sienten que abandonan la dieta aunque sea mínimamente, el pánico y la culpa los obliga a pagar penitencias. Tal vez se embarquen en ayunos o dietas aún más estrictas. El dogma domina sus vidas. Viven para inhibir la tentación de la comida habitual a su entorno o cultura. Algunos llegan al extremo de desechar un vegetal que haya estado más de 15 minutos fuera de la tierra.
Suelen ser personas cultas, universitarios y aunque no de manera excluyente con personalidad obsesivo-compulsiva y tendencia a la perfección. Muchas veces la ortorexia se asocia con trastornos-compulsivos-obsesivos (TOC) y con la anorexia nerviosa.
Además de trastornos psicológicos, los ortoréxicos padecen problemas nutricionales como disminución del peso, deficiencia de vitaminas o proteínas, constipación, anemia y un largo etcétera.
La ortorexia parece buscar la salud, pero es en realidad un escape, un camino para aumentar la autoestima mediante la delgadez, una compulsión por el control, una búsqueda de espiritualidad, o el uso de la comida como recurso de identidad.
La clave para la curación de los ortoréxicos es romper la fuerte identidad que han armado. Una vez recuperados, los ortoréxicos siguen comiendo de manera saludable pero son más flexibles. Comienzan a ser personas más allá de lo que comen. Comprenden que la alimentación es sólo una parte de la vida, y que la obsesión por la comida les ha impedido disfrutar muchas experiencias valiosas y placenteras.