Porque los niños no tienen autonomía alimentaria, comen lo que los adultos (y las instituciones, y la industria y la publicidad hechas por adultos) les ofrecemos para comer. Somos los adultos los que creamos el medio social donde su comida es posible. Entonces, los adultos debemos empezar por preguntarnos qué es comer bien y para quién, porque el significado va a variar si el que define ese "buen comer" es un nutricionista, un ecologista, un economista, un industrial, un publicista, un cocinero, un sacerdote o una mamá. Y luego de que tengamos una respuesta comencemos a practicar ese "comer bien" porque los chicos aprenden sobre todo aquello que experimentan, de manera que si queremos que ellos coman bien debemos comer bien nosotros, los adultos que formamos su contexto significativo: la familia, la escuela, el sistema de salud, la industria, los medios son los formadores del gusto (infantil y adulto).
Porque comemos como vivimos, una sociedad que vive apurada no podía sino comer rápido (y mal). Así como se han desplazado muchas de las funciones de la familia en las instituciones, la industria de lo bueno para vender y malo para comer ha desplazado la cocina. Y los que más perdieron son los niños. Si queremos que coman bien hay que cocinar, compartir la mesa y enseñar con el ejemplo.
Cocinar: porque es ofrecer una comida controlada, regulada en sus ingredientes, preparaciones, porciones y sobras.
La comensalidad de la mesa es no sólo nutrición sino un potente transmisor de saberes y valores que nos llegan "con la leche tibia" como quería Serrat, y en ese compartir está su valor y su sentido.
"Seguimos creyendo que prohibir es la solución cuando existe evidencia que sólo genera más deseo y descontrol".