La casa de Nico no es como cualquier otra. No tiene computadoras, televisión ni radio. Se sigue una dieta específica. La familia habla en voz baja. Se lucha a pulmón para sustentar numerosas terapias, con poca o inexistente ayuda. En ese hogar, una protagonista central es, desde hace un año, Volta, una perra de asistencia que "trabaja"para mejorar la calidad de vida de Nico.
Un día con Nico y Volta
Clarín pasó un domingo con Nicolás Meini, un nene de siete años que vive en Luis Guillón, en la zona sur del Gran Buenos Aires. Cuando tenía dos años y diez meses, a Nico le
diagnosticaron autismo, en un grado moderado, pero con necesidad de apoyo. "Nos empezó a llamar la atención. Por ejemplo, no quería pasar por una puerta corrediza: gritaba, se tiraba al piso, y no sabíamos por qué", explica su mamá, Elizabeth Baimler, que es pediatra. Pensaron que eran celos, porque ella estaba embarazada de Sofía, que hoy tiene cinco años. Pero no. Cuando empezó el jardín de infantes, confirmaron que era diferente a los demás.
Nico grita, corre, y juega a solas en el jardín. Pero también sociabiliza al descubrir las cámaras que lo rodean: quiere usarlas y que le enseñen cómo funcionan. Quizá, porque tiene limitado el acceso a pantallas y radios ya que repite --una y otra vez-- las palabras que escucha, en especial los jingles publicitarios. Su vocabulario es limitado, pero alcanza para abrir la heladera y decir "manzana". También para demostrar lo que necesita. "Es momento de ir a pasear", comparte la mamá al verlo inquieto. Agarra la cartera y sale a la calle.
El papá, Leandro Meini, trabaja en un banco y asegura que lo ayudaron mucho en cuanto se enteraron. Pero remarca que --por lo general-- tener un hijo con autismo implica luchar con las obras sociales, con los colegios, y hasta con los propios amigos. "La realidad es dura y el entorno no te favorece en nada. No hay contención, hay que remarla", describe. Su disconformidad lo llevó a recibir a este diario: quiere que se hable del tema y que se deje de discriminar. "Son chicos normales, no tienen nada que les impida hacer algo. No pueden quedar fuera del sistema", subraya.
Para cubrir su necesidad de estímulos, los días de Nico están llenos de actividades. Va a una escuela especial. Sigue un tratamiento domiciliario con una línea cognitivo-conductual, una terapia ocupacional, floortime (tratamiento relacional que da pautas a los padres), fonoaudiología, natación y están buscándole un músicoterapeuta. Sigue una dieta libre de caseína, gluten, y azúcares. No toma ningún medicamento.
Volta no es una perra común y eso está a la vista. Cuando llega un extraño, se mantiene distante. No ladra, no busca llamar la atención, no reclama caricias. La recibieron el año pasado por un programa que organizan la Fundación Bocalán Argentina, la marca de alimentos Eukanuba y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En abril se hizo la cuarta entrega, y en total ya se dieron 14 perros de asistencia para niños con autismo y personas con discapacidad física. El programa es "de por vida" para el beneficiario: en caso de que siga necesitando la compañía de un perro, si el primero se enferma o muere, le dan otro. Todo gratis. Si tuvieran un costo, cada animal valdría250.000 pesos.
Volta es un labrador. Se elige esta raza porque tiene una mordida blanda y predisposición a traer objetos. También, por ser amistosa y sociable. Ella fue entrenada como Perro de Servicio para Niños con Autismo (PSNA). "Tiene habilidad para la seguridad vial y para la regulación del sueño. También se va formando un vínculo:donde vaya Nico, lo sigue Volta", cuenta Guillermo Quattrocchi, entrenador de la Fundación Bocalán, que participó en el proceso de acoplamiento.
Es como si hubiera dos Volta. "Se pone el chaleco y empieza a trabajar", comenta Guillermo. Así la entrenaron desde chiquita: sabe que es su uniforme y que al usarlo debe cumplir funciones. Incluso, si lo tiene puesto, no puede hacer sus necesidades. Cuando se lo saca, cumple el rol de mascota: "es cariñosa, corre, juega, se ensucia. Es una perra feliz, contenta", define Quattrocchi.
En un año de convivencia, la perra ayudó a Nico a regularse. "Dejó de dormir en mi cama conmigo y logramos que subiera a su habitación. Se acuesta con Volta en los pies y al ratito yo me puedo retirar", cuenta Elizabeth. También le costaba quedarse en la mesa para comer. Ahora lo hace, con la perra a su lado. En la calle, la diferencia es notoria. "Nico no caminaba más de una cuadra.
Se tiraba al piso, lloraba, hacía berrinches o salía corriendo", dice su papá. "Lo logró naturalmente. Desde que tomó confianza con la perra vamos a todos lados: a las sierras, a las montañas, a la playa", se entusiasma Leandro.
Hasta pueden ir "de shopping". Para desplazarse, Volta usa un peto (chaleco) con tres anclajes que la sujeta a un cinturón que usa Nico, para mantenerlo agarrado. Y lleva dos correas: una para el nene y otra para el padre, que es quien conduce al perro. Así, pueden mirar vidrieras como cualquier vecino. "Esto era imposible antes, porque Nico empezaba a correr. Nos turnábamos o nos quedábamos en el auto con él. Para nosotros es un lujo", cuenta Leandro en el patio de comidas.
"No todo es maravilla, no en todos los lugares te dejan entrar con un perro", lanza el padre. "Hay una ley, pero aún no está reglamentada", completa el entrenador. Es la N° 26.858, que busca "asegurar el derecho al acceso, deambulación y permanencia a lugares públicos y privados" y a "los servicios de transporte público" de toda persona con discapacidad, acompañada por un perro guía (usados por los ciegos) o de asistencia (como este caso).
Y, ahora sí, momento de volver a casa. En el auto, Volta viaja acostada en el piso, junto a las piernas de Nico. El nene se saca las zapatillas y pone sus pies sobre la perra: su calor y su textura lo ayudan a relajarse. Entonces nos da un beso y nos saluda con la mano, como haría cualquier chico de su edad. Un nene feliz por haber disfrutado de una salida. Dos adultos satisfechos por mostrarle a la sociedad su vida cotidiana: con todas sus alegrías y sus grandes dificultades.