La edición genética trata de acelerar el descubrimiento de nuevos fármacos
En una antigua fábrica de caramelos, no muy lejos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (Cambridge, EEUU), Yi Yang se sienta delante de una campana de flujo laminar para manipular una bandeja transparente. Sumergidas en un líquido fucsia, millones de células tumorales esperan a ser manipuladas con la tecnología de moda en laboratorios de todo el mundo, CRISPR, una especie de edición genética que también se ha puesto al servicio de la Oncología.
En este Instituto de Investigación Básica de Novartis en Boston (NBIR, según sus siglas en inglés) ya no queda rastro del azúcar de los caramelos en las paredes. Ahora todo luce aséptico y acristalado en este centro al que la compañía ha invitado a un grupo de periodistas de todo el mundo con motivo del World Medical Innovation Forum que se celebra esta semana en Boston.
Rob McDonald, uno de los investigadores del NIBR, explica que aquí se emplean las famosas tijeras genéticas descubiertas por las investigadoras Doudna y Charpentier (con permiso del español Francisco Mójica) para tratar de desarrollar nuevos fármacos contra distintos tipos de cáncer.
"El cáncer es una enfermedad genética muy compleja", recuerda McDonald. "Aunque el tumor responda inicialmente al tratamiento, sabemos que es capaz dedesarrollar resistencias porque adquiere mutaciones secundarias, generalmente en genes supresores de tumores". Y si esos guardianes -encargados de controlar a las células tumorales- están mutados o desaparecidos, "¿cómo podemos atacarlos, si ya no están?".
Uno por uno, mediante la tecnología CRISPR-Cas9, los científicos del NIBR van apagando uno a uno millones de genes, para ir comprobando cómo afecta su apagado a la célula tumoral y tratar así de acelerar el descubrimiento de nuevas moléculas antitumorales.
En total, explica McDonald, entre estas cuatro paredes en Cambridge se trabaja con400 líneas celulares, 19.000 genes y alrededor de 76.000 millones de células, que cubrirían un campo de béisbol entero si se extendiesen una al lado de otra. Un esfuerzo titánico, dice, imposible sin la nueva tecnología genética, no sólo aparentemente sencilla (su uso se ha extendido en poco tiempo a todos los campos de la ciencia), sino también muy barata (unos 20-30 dólares por gen, frente a los 4.000 dólares de otra tecnología previa de edición genética, TALEN, que podía llegar a costar en torno a los 4.000 dólares por gen).
Como explica Yi Yang en otra sala del NIBR, la tecnología permite hacer cambios precisos en el ADN de las células para tratar de dar respuesta a una pregunta: ¿Es importante ese gen para la supervivencia de las células tumorales? Y, en consecuencia, ¿es o no un buen candidato para tratar de atacar con un potencial medicamento?
Y aunque su aplicación en el terreno del desarrollo de fármacos parece por ahora la más fructífera, no es la única. Laboratorios de todo el mundo exploran también el potencial terapéutico de esta tecnología genética en el tratamiento de pacientes con cáncer.
En 2015, investigadores del Eliza Hall Institute (Australia), demostraron -en trabajos in vivo- que esta técnica era capaz de eliminar células del linfoma de Burkitt mediante el borrado de un gen (MCL1) encargado de mantener con vida a las células tumorales.
El propio NIBR, en colaboración con la Universidad de Pensilvania, investiga el uso de CRISPR-Cas9 para mejorar la eficacia de los tratamientos con células T modificadas que lidera el doctor Carl June. Este hematólogo demostró hace unos años que modificar genéticamente las células del propio paciente en el laboratorio y después transfundírselas permitía controlar ciertos tumores hematólogicos, fundamentalmente la leucemia.
Esas células T de laboratorio -modificadas para que reconozcan una proteína típica de las células de la leucemia- ya han demostrado su eficacia en un grupo de 36 niños con leucemia linfoblástica aguda (la más común en la infancia) que no habían respondido a otros tratamientos. Y aunque también ha logrado algunas respuestas en adultos con leucemia crónica, los resultados en estos pacientes no son tan espectaculares, por lo que se sospecha que CRISPR-Cas9 podría ayudar a una manipulación más eficiente de estas células quiméricas: no sólo para mejorar su eficiencia en adultos, sino para ampliar el uso de esta terapia génica a otros tumores sólidos (y no sólo hematológicos) y comprender mejor cómo interactúan las células inmunes modificadas con la célula tumoral.
Como explica a EL MUNDO Glen Dranoff, responsable de Inmuno-Oncología en el NIBR, CRISPR podría mejorar el control de estas células defensivas y hacerlas más potentes, aunque es muy cauto sobre el potencial terapéutico de la edición genética en cáncer. "Desde luego existe mucho interés, pero no estamos ahí todavía. De momento CRISPR es una herramienta muy potente para el desarrollo de fármacos".
Y es que, como él mismo explica a EL MUNDO, para llegar a trasladarla a la clínica en el futuro, "hay algunos aspectos que en el laboratorio no parecían tan importantes, como es la seguridad, que en la clínica son fundamentales. Porque al fin y al cabo estás haciendo cambios en el genoma y tienes que estar muy seguro".