Aquellos planes dietarios basados en la restricción de alimentos, tenderían a separar a las personas de su capacidad de responder y registrar señales en su cuerpo.
Podría considerarse a cada ser humano como un ecosistema en si mismo, con un medioambiente interno y externo, en armonía con las leyes naturales del planeta y todo el universo.
Lamentablemente, con nuestro afán de querer controlar estas leyes esenciales, los humanos corremos el riesgo de autodestruirnos.
De las distintas épocas de la historia, ésta es la que mas ha profundizado la distancia entre la naturaleza y el hombre. Pareciera que vivimos en una sociedad que se ensaña en olvidar nuestra pertenencia a la naturaleza de la que provenimos, y nos sustenta.
Para muchas personas el cuerpo es un gran desconocido, pasamos gran parte del tiempo atendiendo su imagen, sufriendo por ella. A pesar de estar tan centrados en esta mirada, desconocemos su identidad, la confundimos con nuestro aspecto. Al mirarnos en el espejo vemos: kilos, color de pelo, arrugas, marca de ropa o quizás alguna diferencia en la simetría que nos resulta insoportable por lo “imperfecta”.
Tratamientos muy en boga actualmente, se basan en dietas super restrictivas y poco sostenibles en el tiempo. La cultura nos dicta: “si estás gorda restringite”. Esto podría ser parcialmente eficiente para reducir el peso de algunas personas, pero los números no acompañarían esta metodología (más de la mitad de la población mundial sufre sobrepeso u obesidad), y la naturaleza tampoco acompaña.
Teniendo en cuenta que nosotros, la especie humana, instintivamente nos calmamos teniendo comida disponible y segura, restringirse “a morir” promueve, a mediano y largo plazo, el efecto contrario al que se busca: compensar la prohibición comiendo compulsivamente, atracándose, subiendo rápido y angustiándose mucho más. Esta metodología apela a que el descenso vertiginoso es necesario para no cansarse y lamentablemente, sin quererlo, termina instalando más enfermedad e infundiendo la confusa sensación de que “la dieta te salva”, cuando en la realidad este abordaje te encierra en un círculo vicioso. No te conecta con las causas mas profundas de tu desorden alimentario e incluso va en contra de señales instintivas de supervivencia que el cuerpo fue adquiriendo durante milenios de experiencia.
La evolución y diseño biológico de la especie humana fue diseñada en un ambiente de escasez. Cuando había comida, había que comerla. Saber que tenemos comida disponible nos deja tranquilos. Nunca antes en nuestra historia tuvimos a nuestro alcance tanta cantidad y variedad de alimentos durante todos los meses del año como ahora. Como dice el reconocido investigador de mindfulness Vicente Simón: “Se trata de vivir con nuestros cerebros en este mundo tan nuevo. Un mundo que vamos creando sobre la marcha”. Al mantenernos en contacto con las propias necesidades, podemos autorregular lo que los genes nos recuerdan y elegir lo que es más sano para nosotros.
Los recientes avances científicos de la ciencia de la nutrición, en combinación con la milenaria práctica de mindfulness, ofrecen una novedosa visión mucho más integrada, comprensiva y aliviadora. En 2013, la Dra Jean Kristeller publicó un importante estudio donde evidencia que alguno tratamientos basados en dieta, incluso los cognitivo conductuales, pueden favorecer el descenso de peso, pero tienden a separar a esos mismos individuos de su capacidad de registrar y responder a las señales internas desactivando la capacidad de autorregulación. Lo más interesante es que demuestra que abordando los trastornos alimentarios desde la aceptación y la confianza en uno mismo, los pacientes dejan de sufrir un vínculo tortuoso con el alimento. Logran sensibilizarse al apetito, relativizando la comida como objeto de descarga emocional y recuperan la capacidad de satisfacción y plenitud dejando en el pasado los atracones. Se logra bajar de peso sin recuperarlo, mejorando sustancialmente en 6 meses, en tiempos similares a los que promueven los tratamientos restrictivos. La diferencia está en el abordaje.
Tener como eje el escuchar el cuerpo. Darse tiempo para uno mismo. Moverse lo suficiente. Descansar lo necesario. Reconocer lo que está pasando internamente y adquirir herramientas más sanas para hacer de la alimentación un espacio de placer. Transitando las emociones sin comérselas es conectar eficientemente con la generosidad de la naturaleza. Si la respetamos, sintonizamos con una fuente inagotable de natural bienestar y óptima salud.
*Daniela Tagliani es psicóloga y forma parte del equipo docente de la Formación en COMER DESPIERTO, alimentación consciente basada en mindfulness.