Se convierte en la monarca que más tiempo ha permanecido en el trono. El 76% de los ciudadanos se declara satisfecho con la Corona. Un recorrido por las frases célebres de 'su Majestad'.
Todo en la reina de Inglaterra es de récord. Isabel II cumple 90 años, una edad nunca antes alcanzada por un soberano británico. Pero ya en septiembre logró el hito de convertirse enla monarca que más tiempo ha permanecido en el trono, al superar los 63 años y 216 días que lo ocupó su tatarabuela, la emperatriz Victoria. Un dato más, ya que de batir marcas se trata: la monarquía goza hoy en el Reino Unido de la popularidad más alta desde que las encuestas empezaron a medir esta variable, allá por los años 50. El 76% de los británicos se declara satisfecho con la Corona y sólo el 17% optaría por la República, según un sondeo de Ipsos Mori para el Kings's College de Londres.
Ése es el verdadero mérito de Isabel II, la prueba de la grandeza de su reinado. Porque lo de llegar a los 90 en el trono, como ella misma reconoció divertida en una ocasión, no tiene más mérito que el de dejar pasar el tiempo.... y gozar de una envidiable salud de hierro, característica de los genes de los Windsor. Pero hacerlo con ese nivel tan alto de aceptación sí es para celebrar.
Estamos ante un verdadero fenómeno que no se explica sólo por la fascinación que la monarquía sigue despertando. En el éxito de Isabel II destaca, por encima de todo, su capacidad para haberse sabido confeccionar un traje de reina a su medida, tejido con silencio. Difícil de llevar durante tanto tiempo, pero sin duda eficaz. Los historiadores coinciden en que la capacidad demostrada para permanecer muda durante todo su reinado es clave en su popularidad. No hay ningún otro caso igual en las dinastías reinantes de Europa. En la era de la globalización y de los mass media, Isabel II no ha concedido una sola entrevista. Y, en palabras del periodista de la BBC Jeremy Paxman, "sabemos cuáles son las opiniones de la reina: la reina no tiene opiniones".
La total ausencia de opiniones, clave del éxito del reinado de la soberana británica
Pensémoslo un instante. Resulta extraordinariamente complicado llevar a semejante extremo el principio de neutralidad que encarna. Máxime cuando desde que fue coronada en 1953, cada uno de sus pasos ha sido escrutado con lupa. De la monarca se han escrito millones de páginas. Y casi todo son lugares comunes, tópicos, nimiedades sobre lo que lleva en el bolso o lo que da de comer a sus perros corgi. Pero lo que hay en su cerebro es secreto de Estado.
Y eso que, desde hace casi 64 años, mantiene el encuentro semanal con sus primeros ministros -ha tenido ya 12-; preside un sinfín de actos públicos -sólo en 2015, 393, a sus 89 años- y ha realizado ya 265 viajes al exterior. Y sus característicos guantes han estrechado la mano de todos los líderes políticos y religiosos del planeta. Pero ahí permanece, inmutable en su silencio; sin opiniones. Y las tiene, claro que las tiene. Se sabe de su profundo interés por las cuestiones políticas. Y, con sus recomendaciones, influye decisivamente en asuntos de Estado. Más de un premier ha estado a punto de irse de la lengua...Pero lo cierto es que el pacto de silencio ha aguantado bien y la reina permanece como un ejemplo de discreción e imparcialidad absolutas.
Gracias a ello, Isabel II es símbolo real de la unidad de la nación. Su figura está por encima de la política -jamás se ha visto salpicada-, como lo ha estado siempre de las modas. Y, a la vez, la meticulosidad y profesionalidad con las que ejerce el cargo se han traducido en una imagen intachable de servicio público, su obsesión. Incluso cuando los escándalos familiares -como en su annus horribilis plagado de divorcios e infidelidades- o su falta de reacción a la muerte de Diana dañaron su imagen, lo que nadie cuestionó fue la prudencia y corrección con las que ejercía la jefatura del Estado.
Reina por sorpresa
No es pequeño reconocimiento para quien no estaba predestinada a reinar. Isabel II se crió como una princesa a la que como mucho le iba a corresponder ejercer de consorte de algún otro príncipe. Pero la abdicación de su tío, Eduardo VIII -quien antepuso su obsesión por Wallis Simpson, haciendo tambalear la monarquía-, empujó al trono a Jorge VI, convirtiéndose ella en la heredera y futura monarca.
La leyenda dice que nunca perdonó a su tío por abdicar. Y que ella se prometió no hacerlo jamás. De momento, lo cumple. En su discurso de coronación consagró toda su existencia a servir "a nuestra gran familia imperial". Nada tiene que ver la geopolítica global actual. Muchos de los países que en 1953 integraban la Corona británica son hoy repúblicas independientes. Aun así, Isabel II se mantiene como cabeza de la Commonwealth - 54 naciones y casi 2.000 millones de habitantes- y es jefa de Estado de 15 países, además del Reino Unido, como Canadá, Australia o Nueva Zelanda.
Pero no es cierto como sostienen algunos analistas que Isabel II se confunda con la propia institución monárquica. Todo lo contrario. La jefa -como la llaman sus familiares- es consciente de que sólo es el engranaje principal. Y es la institución la que de verdad importa y debe adaptarse para mantener su vigencia y funcionalidad. De ahí que pocas familias reales como la inglesa sepan sacar el máximo provecho a la potencialidad de todos sus miembros. Las monarquías en el siglo XXI cumplen un rol de proyección de imagen, de alta diplomacia y de marca como en ningún otro periodo de la historia. Y todos los Windsor trabajan en el objetivo común de agrandar el valor de la Corona.
El precio de la monarquía británica
No sólo en sentido figurado. Si en lo político la monarquía parlamentaria como forma de gobierno garantiza estabilidad institucional, en lo económico ofrece lo que los expertos llamanexternalidades positivas. Según estimaciones de firmas financieras, si la monarquía británica fuera una empresa, su valor sería de unos 46.000 millones de euros. La capacidad de atracción de turismo o de generar volumen de negocio con cada uno de sus grandes fastos -la boda del príncipe Guillermo, por ejemplo, supuso un estímulo económico de al menos 600 millones de euros- son altamente valoradas por la ciudadanía británica.
Así las cosas, y con la sucesión bien garantizada, Isabel II puede presumir a sus 90 años de haber inventado una forma de reinar, la suya, muda, estoica y resistente a cualquier contingencia.