Se traspapeló hace 36 años durante una exposición.
Apenas 12 segundos catapultaron a los hermanos Wright a los libros de Historia. Los mismos que su máquina voladora, como bautizaron al invento, pudo elevarse sobre el suelo. Era la primera vez que un artilugio más pesado que el aire y autopropulsado por un pequeño motor era capaz de despegar, volar y aterrizar. Y hacerlo siguiendo las órdenes del piloto, figura a la que ellos acababan de poner alas. Sucedió un 17 de diciembre de 1903 en Kitty Hawk, un pequeño pueblo de Carolina del Norte. Casi a escondidas, rodeados de sus amigos más íntimos, los Wright cambiaron el mundo.
Esos 12 segundos escondían sueños de la infancia, incontables desvelos y buena parte de sus ahorros. Por eso, cuando aún volaba sólo en sus mentes, Orville y Wilbur Wright quisieron proteger este avión primitivo bajo el paraguas legal de una patente. La solicitaron el 23 de marzo de 1903 y se la concedieron más de tres años después, el 22 de mayo de 1906. A lo largo de muchos años, la piedra Rosetta de la aviación descansó en los Archivos Nacionales de Washington D.C., el repositorio federal para documentos de importancia histórica.
Más de siete décadas después de aquellos 12 segundos, en 1978, el documento abandonó su ubicación habitual. El Museo Nacional del Aire y el Espacio de la Institución Smithsonian, también en Washington, organizaba una exposición conmemorativa y la patente era uno de sus mayores atractivos. A su regreso, en 1980, la causalidad quiso que fuera a parar a la caja equivocada. Y ahí comenzó su particular aventura.
Frágil pero con ansias de volar. El mismo espíritu indómito de la máquina voladora de los Wright se apoderó de aquellos papeles. 36 años jugando al escondite entre los más de 269 millones de páginas que almacenan los Archivos Nacionales. Lo de la aguja en el pajar se quedaba corto.
Pero el pasado 22 de marzo, justo un día antes de cumplirse 113 años desde su solicitud, la patente del primer avión fue localizada. La obstinación de los trabajadores del programa de recuperación de documentos de los Archivos Nacionales, en funcionamiento desde 2006, dio por fin sus frutos. Gracias a ellos, desde agosto de 2015 se han recuperado varias piezas de valor incalculable: entre ellas, nueve indultos presidenciales fechados entre 1849 y 1877 y una carta de 1857 del que sería general de la Confederación, George E. Pickett.
Peor suerte han tenido varios telegramas de Abraham Lincoln de 1864 o el mapa que el Ejército del Aire elaboró para planear el lanzamiento de la bomba de Nagasaki, en Japón, durante la Segunda Guerra Mundial; ambos todavía en paradero desconocido.
«La pérdida de la patente de los hermanos Wright fue una pena pero, al producirse en la década de los 80, no ha afectado al desarrollo posterior de la aviación», explica Federico Yaniz, general del Ejército del Aire retirado y miembro del consejo asesor del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire (SHYCEA). «La tecnología avanza pese a los descuidos», sentencia, y recuerda que los aviones a reacción ya surcaban el cielo en la Segunda Guerra Mundial.
Más difícil resulta extraviar del imaginario colectivo la idea de que estos dos hombres, que se entretenían analizando el vuelo de las gaviotas, fueron los pioneros. «El mundo entero lo ha reconocido como el primer vuelo, y eso que eran muy discretos», afirma Rafael de Madariaga, también miembro del consejo asesor del SHYCEA.
La hazaña cobra mayor relieve en un momento histórico efervescente. A finales del siglo XIX y principios del XX, ser el primero en volar con una máquina a motor, más que una ambición, era una obsesión. El francés Clément Ader lo intentó el 9 de octubre de 1890 con su Éole, una máquina inspirada en las alas de los murciélagos; despegó pero no logró controlar el aparato. Pero el nombre que más resuena entre los escépticos es otro. «Algunos creen que el primero en volar, al modo que afirmaban los Wright, fue el brasileño Alberto Santos Dumont, porque la medición de su vuelo sí se realizó bajo supervisión», destaca Yaniz.
Ser capaz de volar ha sido el anhelo continuo de la Humanidad. «El primer aviador fue Abbás Ibn Firnás, en el años 852. Se partió las piernas y una vértebra al lanzarse desde una torre en Córdoba, pero fue capaz de planear gracias a una tela», explica Yaniz. Más adelante, a partir del siglo XVIII, los esfuerzos se centraron en desarrollar globos aerostáticos y dirigibles, que cayeron en desuso a raíz del desarrollo del avión.
Frente a todos esos emprendedores, los hermanos norteamericanos tenían el viento de cola en varios sentidos gracias a la experiencia adquirida en el taller de bicicletas que regentaban. «Disponían de un gran conocimiento en mecánica y un sentido empresarial muy fuerte: modificaron el primer modelo, lo vendieron al Ejército de Estados Unidos y después lo exportaron a Europa», recuerda Yaniz.
El desengaño tardó poco en visitarles. Su enfrentamiento con el emprendedor Glenn Curtiss, al que acusaron de violar la patente en 1908, les consumió la energía que precisaban para perfeccionar sus modelos. Y aunque el primer avión militar fue originario de los Wright, pronto se vio superado por otros diseños.
La estructura a base de madera y telas que apenas necesitaba un motor de 80 CV para volar se quedó obsoleta. «El piloto iba tumbado y la maniobrabilidad era reducida. Durante los primeros veinte años, sólo subirse al aparato era una aventura peligrosa», explica el general Yaniz. Eso sí, «el trabajo de los Wright sirvió de acicate para el resto», añade. Así, a partir de 1914, los aviones pasaron de fabricarse de manera individual -la mayor parte se hacía a mano- para hacerlo en serie.
De la escuela de aviación que montaron en 1909 en la localidad francesa de Pau salió el primer piloto español, Benito Loygorri. Otro español, el sastre Antonio Fernández, original de Aranjuez pero afincado en la Costa Azul francesa, se convirtió en la primera víctima española de la aviación al tratar de emular a sus idolatrados hermanos Wright y estrellarse ese mismo año con el aeroplano que construyó.
Durante los primeros años, la aviación tuvo en ocasiones más de espectáculo que de medio de transporte. «Hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial hubo mucha exhibición patrocinada por ayuntamientos o empresas», dice Yaniz.
En efecto, todo cambió con la llegada de las dos Guerras Mundiales. «Fueron decisivas. Se hace una crítica feroz a todo lo militar, pero cuando los pueblos tienen que defenderse ponen el máximo empeño en ello», defiende Yaniz. «El desarrollo que ha experimentado la aviación desde entonces ha sido increíble. Similar al de las telecomunicaciones», argumenta.
Volar ha cambiado un mundo en el que las grandes distancias ya no se miden en kilómetros, sino en horas de viaje. Para recordar el poder que puede concentrar un pedazo de papel, la patente de los Wright volverá a exponerse en Washington a partir del próximo 20 de mayo en el Museo de los Archivos Nacionales.