El rastro de hierro radiactivo explica la formación del Sistema Solar. Ocurrió hace 3,2 millones de años.
Para saber más de las estrellas, hay que mirar el fondo del mar. Las pequeñas cantidades de hierro radiactivo presentes en el lecho marino han ayudado a los astrónomos a conocer que una o varias supernovas explotaron hace ahora entre 3,2 y 1,7 millones de años. El rastro de este elemento químico puede medirse en los océanos Pacífico, Atlántico e Índico y así lo han hecho dos estudios que hoy publica la revista Nature. La desintegración radiactiva también ha permitido determinar que las explosiones tuvieron lugar relativamente cerca de la tierra, a 300 años luz.
Cabe la posibilidad de que estos fenómenos sean los responsables de que el Sistema Solar esté inmerso en una región del espacio donde reina el vacío, mientras que el resto del Universo está lleno de gas y de polvo.
"Esta investigación demuestra esencialmente que estos sucesos ocurrieron en un pasado no muy lejano. Sabiendo esto, podemos considerar qué efectos puede haber tenido y buscar eventos en la historia de la Tierra que podrían estar conectados a ellos", ha señalado Anton Melott, autor principal de uno de los estudios.
Las explosiones no están relacionadas con ningún evento de extinción al superar el limite de 30 años luz que se considera dañino. De hecho, se produjeron cuando desaparecieron los australopitecos y el Homo erectus comenzaba a ganar terreno. Estos homínidos pudieron observar un resplandor más fuerte incluso que el de la Luna. Los científicos aseguran que las explosiones sí podrían haber alterado el clima del planeta y, por tanto, el devenir de la evolución. Otra casualidad más detrás de eso que llamamos vida.
"Nuestro grupo de investigación está trabajando en averiguar cuáles podrían haber sido los efectos. Realmente no se sabe si las explosiones fueron lo suficientemente cercanas como para causar una gran extinción o algún efecto severo en el planeta. Estamos tratando de decidir si debemos esperar ha hallar algún efecto sobre el terreno en la Tierra", indica Melott.
"Es una coincidencia interesante que las explosiones correspondan con el periodo en que la Tierra se enfrió y pasó de la era del Plioceno al Pleistoceno", ha explicado por su parte Anton Wallner, profesor del Departamento de Física Nuclear de la Universidad Nacional Australiana, el autor principal del otro estudio.
Partículas a cinco kilómetros de profundidad
El estudio de Wallner y otro dirigido por el alemán Dieter Breitschwerdt se centran en análisis del hierro-60, un isótopo radioactivo que se produce en la fase terminal de una estrella y lanza no sólo materia sólida en la forma de hierro sino también otros elementos, además de rayos cósmicos.
Wallner, junto con colegas en Europa, Japón e Israel, analizaron las partículas de hierro-60 incrustadas a 5 kilómetros de profundidad en la corteza terrestre y en sedimentos del piso oceánico de los océanos Pacífico, Atlántico e Índico.
La presencia de hierro-60 en los principales océanos llevó a asumir a los científicos que existe una distribución uniforme global y por ello descartaron que se deben a un impacto aislado, como por ejemplo el de un meteorito.
Los análisis de las partículas de hierro-60 indican que provienen de supernovas ocurridas entre 3,2 y 1,7 millones de años, además de una de unos 8 millones de años. Ésta última coincide con los cambios globales ocurridos en la fauna durante el Mioceno tardío.
Los científicos sugieren que los rayos cósmicos que provienen de las supernovas podrían haber aumentado la cantidad de nubes provocando un descenso de la temperatura en el planeta. Pero el bombardeo de rayos cósmicos al que estuvo expuesto la Tierra no fue lo suficientemente intenso en radiaciones para causar un daño biológico o desencadenar una extinción masiva de la vida.
El segundo estudio de un grupo de investigadores alemanes liderados por Breitschwerdt utilizaron modelos informáticos para delinear la travesía de las partículas de hierro-60 de la llamada Burbuja Local, una región de gas caliente en la Vía Láctea, hacia la corteza submarina de la Tierra.
Según los científicos alemanes, las supernovas ocurrieron a distancias de 294 a 327 años luz del Sol y la más cercana, 9,2 veces más grande que la masa solar, ocurrió hace 2,3 millones de años, informó la cadena australiana ABC.