Por un capricho de la viralidad emerge ahora una fotografía del otoño pasado en Lesbos. En ella se ve al fotoperiodista griego Aris Messinis llevando a un niño refugiado en brazos para acercarlo hasta la orilla en pleno caos de desembarco. Es una fotografía con cierto grado de dramatismo, pero que no llamará la atención de los profesionales que han trabajado en las playas de la isla. Y no lo hará porque es una imagen rutinaria. Todos han pasado por eso y nadie lo ha contado porque forma parte del día a día. Decir que un fotógrafo deja su cámara para ayudar a los refugiados sencillamente no es noticia.

Hasta Lesbos han viajado los mejores fotógrafos del mundo no sólo en términos de calidad sino calidad humana. Gente curtida en guerras y crisis, acostumbrada a tratar con respeto a la gente a la que fotografía y cercana, no sólo físicamente, como exigía Robert Capa, sino emocionalmente. Aris Messinis, Santi Palacios, James Natchwey, Sergei Ponomarev, Bulent Killic, Javier Bauluz... Todos ellos élite del fotoperiodismo, todos ellos más humanos que aquellos que suelen acusar a los profesionales de "buitres carroñeros" de la imagen.

La foto de Aris con el niño la hemos visto, en las playas de Lesbos, todos los días. La razón es sencilla. Mientras que en las crisis de pateras del Estrecho la Guardia Civil acotaba la zona para impedir el acceso, en Grecia a los refugiados los reciben los fotógrafos y periodistas, además de los voluntarios de varias organizaciones, como la española Proactiva. Y no hay autoridad que se persone en la playa.

Cuando llegan varias lanchas seguidas, los voluntarios se reparten para ayudar y a veces no llegan a todas. También ayudan los pescadores, siempre con Dimitris a la cabeza. Luego, como premio, se llevan el motor de la zodiak para revenderlo.

Lo importante es sacar a los niños primero, por eso hacen una cadena en la que el bebé pasa de mano en mano. El último de esa cadena puedes ser tú, que estás haciendo fotos. Dejas la cámara, lo coges, lo dejas en la orilla y vuelves a lo tuyo, que es disparar. No he visto a ningún periodista negarse a hacerlo. Al contrario. Es así de sencillo. Con los ancianos o heridos se actúa igual. Los socorristas hacen lo más difícil, los sacan de la embarcación y los dejan a la gente que está en la orilla para seguir haciendo su trabajo. Un 30% de la gente que viaja en la lancha son niños.

Después, en la orilla, hay doctores voluntarios que se ocupan de los casos de mareos, crisis e hipotermias de los refugiados, gente que no cobra un duro y hace guardias de muchas horas en el invierno frente al Egeo. Son ellos, que dejan su trabajo por unas semanas, los que se merecen los "me gusta".

Lo que sí es noticia es cuando un periodista agrede a un refugiado. Esto es lo que sucedió con la húngara Petra Lazlo y dio la vuelta al mundo. Lazlo es hoy una apestada dentro del gremio que perdió su trabajo por propinarle una patada a un solicitante de asilo que cargaba con su hijo.