Entrevista al autor de Donde la palabra calla, de editorial Grijalbo, libro que escribió junto con su esposa Alicia Schineider, tras la muerte de su hijo Nicolás
"Nosotros éramos una familia como tantas, quizás como la tuya. Gustavo, dos hermosos hijos, Nicolás y Luciana, y yo. Vivíamos con alegrías, proyectos y altibajos comunes a todas las familias. Pero un día Nicolás, de 18 años, fue al cumpleaños de un amigo y murió en un accidente. Atravesé, al igual que toda la familia, esa noche oscura y sentí la desesperanza y el miedo a toda una vida sin sentido, en una especie de nada eterna que terminaría con mi muerte", escribe Alicia Schneider, en una descarnada confesión de una madre a la que le duele el corazón.
Atravesar por semejante experiencia transformó su vida y la de su marido, el neurocirujano Gustavo Berti, para siempre. "No tiene sentido intentar volver a ser la persona que eras antes de perder a tu hijo. Esa persona ya no existe más", detalla el padre. Esta pareja cordobesa decidió atravesar su duelo como una experiencia transformadora. Después, llegó la hora de compartir eso que habían aprendido con los demás. Entonces formaron el grupo "Renacer", que nuclea a padres que perdieron a sus hijos.
-No existe un término para nombrar la muerte de un hijo. ¿Qué se puede decir del significado de semejante pérdida?
-La muerte de un hijo es la crisis existencial más severa por la que un ser humano puede atravesar. Nada de lo previamente vivido es suficiente para enfrentarse a esta situación límite. Nunca la pregunta por el sentido de la vida se hace tan acuciante. Encontrar el sentido que yace latente en la tragedia es el gran desafío. Y es solo a través de una profunda transformación interior que éste se encuentra, haciendo así posible acceder con entereza a una vida plena y valiosa. No existe una palabra que de un nombre a la muerte de un hijo, de aquí el título del libro. Esta ausencia nos obliga a pensar más allá de lo pensado, a explorar nuevos territorios. En este desafío nos adentramos en busca de un sentido tan valioso que vaya más allá del mero transitar un duelo como respuesta a la pérdida, y nos conduce a afirmar que un hijo que muere merece de sus padres ese proceso de profunda indagación existencial y transformación interior.
-¿Qué pierde la persona que pierde un hijo?
-Nada se pierde, todo se transforma, profundamente. Ningún padre puede volver a ser la misma persona luego de perder un hijo. La vida como la conocíamos y concebíamos ya no existe. Nos damos cuenta que, frente a lo que no podemos cambiar, siempre somos responsables de nuestra actitud al enfrentarnos a lo que nos pasa. Su vida y su partida nos dan la posibilidad de descubrir en nosotros una ampliada, reconfortante y fortalecedora capacidad de compasión hacia el otro que sufre.
-¿Para ustedes existió una vida antes y otra después de Nicolás?
-Absolutamente. Nosotros éramos una familia como cualquier otra, con proyectos comunes a la mayoría de las personas, pero con un fuerte compromiso social y la ilusión de lograr un país mejor para nuestros hijos. La partida de Nicolás, en esta acuciante búsqueda de sentido, nos llevó a un profundo proceso de reasignación de valores, y ese compromiso que siempre estuvo se tradujo en la necesidad de ayudar a otros en su momento de sufrimiento, creando así Renacer, el primer grupo de ayuda mutua de padres que enfrentan la muerte de hijos. Esto significa que somos, una vez más, responsables de cómo será ese "después" de la partida.
-¿Qué es necesario dejar atrás y qué es importante no dejar ir tras la muerte de un hijo?
-Es imprescindible darse cuenta de que nuestra vida ya no puede ser como antes, hay que dejar ir esa parte de nosotros que ansía que todo siga igual. Darse cuenta de que somos nuevas personas, tanto del punto de vista existencial como social, cultural y aún político. Lo que no debemos hacer es permanecer en el dolor lacerante del momento en que el hijo muere y la forma en que lo hace. Lo que sí debemos hacer, es rescatar el recuerdo siempre presente de esos amados hijos del dolor y resignificarlo en el amor, que es lo que damos y daremos siempre en su nombre.
-Cuando conocen a alguien que vivió lo mismo que ustedes, ¿qué es lo primero que le dicen? ¿Qué es lo que esa persona necesita escuchar?
-Cuando deseamos ayudar a quien ha pasado por esta tragedia, lo más importante es la actitud con la enfrentamos esta tarea: es necesario mostrar serenidad y templanza, a la vez que empatía y compasión. La paz y el amor se notan tanto en la mirada como en el lenguaje corporal con el que se lleva la frente alta y con dignidad, y que demuestran, sin que medie palabra alguna, que se puede seguir viviendo plenamente. Los padres necesitan primero ser recibidos con un fuerte abrazo, en el que está implícito el ser uno y ambos a la vez, lo que permite darse cuenta que no son los únicos en sufrir esta pérdida; luego escuchar que no solamente se puede encontrar sentido en la misma sino que se puede ser nuevamente feliz, pero con una felicidad sustentada en una profunda resignificación de valores. Desde un punto de vista existencial les decimos que el sufrimiento es inevitable pero que deben elegir entre atravesarlo con dignidad o miserablemente y que a través del tiempo no es lo mismo uno que otro.
-¿El dolor puede transformarse en algo positivo?
-Definitivamente. Viktor Frankl dice que el sufrimiento hace al hombre lúcido y al mundo transparente. Nosotros podemos aseverar que adquirimos una visión nueva de la realidad, no teñida por prejuicios o ideologismos, que nos permite orientarnos hacia aquellos valores específicamente humanos como el amor, la solidaridad, el respeto y la compasión, lo que nos hace acercarnos más a lo que debe ser el hombre.