Un típico combo -hamburguesa, gaseosa y papas- equivale a un churrasco de 250 gramos, dos ensaladas medianas (de tomate y zanahoria una; de lechuga, repollo y remolacha la otra, ambas sazonadas con dos cucharaditas de aceite), dos fetas de queso, un pan, un vaso de leche descremada y dos frutas. ¿Atraería este menú a los comensales si tuviesen conciencia plena de lo que están comiendo? Probablemente, no.
La incitación al consumo y la información nutricional confusa explican en parte por qué la mesa de los argentinos aún está lejos de alcanzar un equilibrio saludable.
Los expertos señalan que estos hábitos provocan el desarrollo de enfermedades no transmisibles, como la diabetes, la obesidad, la hipertensión y aun el hígado graso no alcohólico a edades cada vez más tempranas.
Foto: LA NACION En la Argentina se come menos de un tercio de las frutas y legumbres deseables en una dieta saludable y más del doble de carne. Y somos líderes en el consumo de pan, gaseosas y sodio. Son algunas de las conclusiones de la II Cumbre de Alimentos, que organizó el Ministerio de Salud bonaerense en la Universidad Católica Argentina (UCA).
"Ponemos en la mesa alimentos poco variados, concentramos mucho en una sola comida, el desayuno es incompleto o, directamente, lo suprimimos, y hacemos poca actividad física", resumió Claudia Guzmán, ingeniera en alimentos, máster en Nutrición y Dietética, y ex miembro de la Comisión Nacional de Alimentos (Conal) por el Ministerio de Producción de Santiago del Estero.
Según un trabajo, al mes pasado, del Centro de Estudios sobre Política y Economía de la Alimentación (Cepea) presentado en la cumbre, los argentinos comemos más del doble de carnes, harinas y dulces que lo recomendado; menos de un tercio de las frutas y las legumbres que necesita el organismo, y menos de la mitad de las verduras y los lácteos que aconsejan la Organización Mundial de la Salud y las Guías Alimentarias Argentinas (ver infografía).
Esta brecha es más pronunciada en los sectores bajos. "Allí, la obesidad pasa por el consumo de harinas y derivados (pan y fideos) que, junto con la papa, aportan calorías saciantes y económicas. Además se consume gran cantidad de grasas saturadas en panificados con grasa y cortes grasos de carne que son más económicos -precisó Guzmán-. En los sectores de mayor nivel socioeconómico se consumen cortes magros, lácteos descremados y más frutas y verduras, pero también más fiambres, snacks y comida rápida. Y la clase media vive en tensión permanente entre cuidarse y gratificarse."
El país ostenta el consumo de pan, gaseosas y sodio más alto del mundo, según coincidieron Guzmán y Viviana Baranchuck, médica especialista en diabetes y obesidad, durante su presentación. Mientras, en la pantalla de una de las aulas de la UCA en Puerto Madero se proyectaban filminas con datos locales que disparaban el debate entre los asistentes. "Hay una crisis de la comida casera. Sólo en la ciudad de Buenos Aires hay 600 pizzerías, 120 locales de cadenas de comida rápida y 700 agencias de mensajería para delivery", dijo Baranchuck, directora médica de la Fundación DAAT.
Factores como la pérdida de la mesa familiar, la costumbre de los chicos de comer mientras juegan con la consola o la computadora, la invitación constante al consumo, el uso de los locales de comida rápida como lugar de reunión de adolescentes, las dietas que se ponen de moda y la información alimentaria confusa combinada con etiquetas nutricionales difíciles de leer hasta con anteojos de aumento conspiran con la adquisición de mejores hábitos.
"Detectamos, por ejemplo, que el 66,5% de los adultos no puede ver el rotulado de los alimentos", indicó Baranchuck. "Tampoco existe la costumbre de hacerlo y nadie educa a los pacientes en cómo leer una etiqueta. Sería bueno que los médicos nos tomemos ese tiempo para explicarlo cuando atendemos. Sobre todo si se trata de pacientes con enfermedades de riesgo", dijo.
DEFECTO DE ORIGEN
Para Guzmán, la formación de los consumidores llega con un defecto de fábrica. Con la frase "ya puede comer de todo", que se escucha en el consultorio cuando el niño cumple un año, se prendería una luz verde imaginaria que habilita a poner en el plato del más chico de la casa lo que come la familia. "En realidad, lo que el pediatra quiso decir es que un chico puede empezar a comer todos los grupos de alimentos, es decir, cereales, hortalizas, frutas, carnes, lácteos...", aclaró.
Baranchuck llamó la atención sobre la aparición de casos cada vez más jóvenes de hígado graso no alcohólico, que atribuyó al exceso de grasas e hidratos de carbono. Ayer, la Asociación Argentina para el Estudio de las Enfermedades del Hígado presentó, justamente, un informe que alerta sobre esta complicación en los más chicos (ver aparte).
La médica también se refirió al jarabe de fructosa en postres infantiles, barritas de cereal y mermeladas de bajas calorías. "Es más barato que el azúcar y le da más estabilidad al producto, pero genera adicción y es uno de los responsables de la epidemia de obesidad en los Estados Unidos", concluyó.
PANTALLAS Y COMIDA CHATARRA
Uno de cada 10 chicos argentinos tiene hígado graso no alcohólico, una enfermedad metabólica que aparece por la acumulación de grasa en las células del tejido hepático. La Asociación Argentina para el Estudio de las Enfermedades del Hígado (Aaeeh) presentó ayer un informe en el que advierte sobre el crecimiento de esta afección en esta década debido a los "hábitos de vida poco saludables", que combinan el sedentarismo durante horas por el uso excesivo de las pantallas y el consumo de comida "chatarra".
"Es el principal motivo de consulta en hepatología. Es entre tres y diez veces más frecuente que las hepatitis virales. Y esto aumenta entre un 70 y 90% en los chicos con obesidad y diabetes", dijo Gabriela Ruffillo durante las jornadas multidisciplinarias de la Aaeeh.
"Para prevenir la enfermedad son claves la educación alimentaria y la adopción de hábitos saludables, con una reducción de las horas frente al televisor o la computadora", explicó Javier Benavides, de la asociación.