Muchos ya son profesionales con trabajo fijo, pero igual conviven con amigos. Dicen que así pagan la mitad de lo que gastarían en departamentos chicos y que logran mayor comodidad.
Vivir en la gran ciudad, en una casa con jardín, parrilla y pileta o en un amplio departamento y gastando poco. La fórmula es posible juntándose con amigos. La convivencia en grupo no es nueva, lo que está cambiando es la edad. A los grupos de estudiantes se les están sumando los treintañeros ya profesionales que todavía no tienen planes de armar una familia a corto plazo. Y también están los costos. La ecuación es simple: alquilar un dos ambientes más expensas y gastos puede llegar a costar 5.000 pesos en Barrio Norte, Palermo o Belgrano. Por mucho menos, pero compartiendo piso y gastos, es posible elegir un regio departamento de cuatro dormitorios entre cuatro o una casa en la que se puedan hacer asados y darse un chapuzón.
“Hoy hay jóvenes que ganan buenos sueldos y por razones de afinidad y comodidad piensan de esa forma. En vez de alquilar un ambiente eligen algo más grande y comparten gastos –explica Roberto Arévalo, al frente de la Cámara Inmobiliaria Argentina–. Hay un cambio de paradigma. Se comparten oficinas, autos y hasta las inmobiliarias se están agrupando”.
Pero las ventajas no son sólo económicas. Vivir en grupo puede ser divertido y mucho más ameno para quienes esquivan la soledad. Además, la división de roles quita obligaciones. Casi como compartir la vida con una familia, elegida por afinidad. Suena a plan imbatible, y quienes lo ejercen así lo afirman.
Lo cierto es que muchos ya pasaron los treinta, edad en la que, se supone, prima la idea de comenzar a pensar en planes familiares. “Ser co-locatarios es muy frecuente en Europa y entre extranjeros adultos que viven en Buenos Aires. El motivo es abaratar costos, pero quizá responda a otros motivos. Las generaciones de entre 30 y 40 años deciden vivir de una manera que no responde a los íconos clásicos de la familia tipo –explica el psiquiatra Juan Eduardo Tesone, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la Sociedad Psicoanalítica de París–. Clásicamente, la co-habitación respondía a la conformación de una familia constituida por una pareja con hijos. Desde hace tiempo los casamientos han disminuido, las parejas ya no tienen necesidad de refrendar su unión por un contrato explícito. Lo que aparece en la contemporaneidad es la posibilidad de encarar la vida según el deseo y no en respuesta a los íconos sociales de pareja con hijos. Los jóvenes se interrogan más sobre el tipo de vida que quieren realizar y las elecciones de vida son múltiples, variadas, más libres, y las rutas que se toman en la vida mucho mas cambiantes. El deseo de maternidad o paternidad no se vive como un imperativo social”.
Para Dina Laufer, psicóloga especialista en Familia, en muchos casos la primera motivación que lleva a irse a vivir con amigos está relacionada con la necesidad de independizarse del hogar de los padres: “Para muchos, es una forma de cortar con el cordón umbilical. Pero algunas veces no es tan fácil de lograr, ciertas cuestiones económicas ponen límites, por eso compartir los gastos con amigos posibilita cumplir el sueño de independizarse. Para otros, si bien podrían afrontar el gasto que implica vivir solo, no lo evalúan por la sensación de soledad que no estarían dispuestos a afrontar”.
Tesone retoma esta idea del espíritu gregario: “Hoy es menos frecuente que una persona viva toda su vida en su lugar de nacimiento y esa movilidad se ve facilitada por la posibilidad de compartir vivienda, elección impulsada por los altos costos en las grandes ciudades. No siempre se conocen de antemano y la co-habitación no requiere necesariamente una amistad previa. En muchas ocasiones se realizan a través de sitios en internet que ofician de facilitadores de los contactos. Asistimos actualmente a configuraciones de vida y de co-habitación que se van reinventando en función de la presión económica, pero sobre todo por la libertad que sienten las nuevas generaciones en orientar sus vidas de manera más libre”. La tendencia es menor entre las mujeres. La convivencia se da mientras estudian, luego, si comparten vivienda lo hacen entre dos, no más. Pero esa es otra historia.