Como otras aldeas del país, Nagoro, donde viven sólo 35 personas, sufre por la migración hacia las ciudades; para llenar el espacio de los que partieron, una vecina se dedicó a cubrirlo todo con muñecos.
Tsukumi Ayano hizo su primer espantapájaros hace 13 años, para ahuyentar a las aves que se comían las semillas de su jardín. Ese muñeco de paja a tamaño natural se parecía a su padre, así que hizo varios más. Y después ya no pudo parar.
Hoy, esas creaciones hechas a mano por Ayano cubren la aldea de Nagoro, en el sur de Japón, congelando como en un cuadro los movimientos de la vida cotidiana. Los espantapájaros posan sobre las casas, los sembrados, los árboles, las calles y hasta en una parada de ómnibus.
"Aquí viven apenas 35 personas -dice Ayano-. Pero hay 150 espantapájaros, así que nos superan varias veces." Como muchas otras aldeas rurales de Japón, Nagoro sufrió la migración de sus habitantes hacia las ciudades en busca de trabajo, dejando atrás sobre todo a los jubilados. La encanecida comunidad de Nagoro es un microcosmos de los que afectan al país, cuya población disminuye desde hace una década, con estimaciones que proyectan una caída de 127 a 87 millones de habitantes para 2060.
A los 65 años, Ayano es la vecina más joven de Nagoro. La escuela del pueblo cerró en 2012, cuando sus dos alumnos completaron sus estudios. Ahora, el edificio es ocupado por espantapájaros: estudiantes en sus pupitres y pasillos, una maestra frente al pizarrón, bajo la atenta mirada de un director vestido de traje.
Cada uno de los 350 muñecos hechos por Ayano fue confeccionado sobre una base de madera, y rellenado con trapo y papel de diario. Por lo general, están vestidos con ropa vieja, y los que duermen a la intemperie están forrados con plástico, para mantenerlos secos. Sin embargo, el clima suele ser traicionero y más de una vez Ayano tuvo que reemplazar los espantapájaros expuestos al aire libre. A veces, los nuevos son hechos a pedido, por lo general con la apariencia de algún joven que abandonó la aldea o de algún vecino muerto.
Los turistas ya empezaron a llegar, atraídos por los dos heraldos inertes que custodian el camino de ingreso al pueblo, junto a un cartel que identifica a Nagoro como "La aldea espantapájaros".
A Ayano la pone feliz mostrarles sus obras a los visitantes. En su ronda diaria, recorre la aldea deseándoles buen día a los muñecos y ocupándose de sus necesidades.