Se criaron en varios países, hablan muchos idiomas y se hacen notar en la vida profesional.
Algunos llegaron a la Argentina cuando eran chicos; otros nacieron aquí, pero crecieron afuera. Están los que eligieron este país para quedarse. Hablan perfectamente dos o tres idiomas y manejan bien un par de lenguas más. Aman viajar y no tienen miedo de empezar de cero en un lugar desconocido. Son los nuevos nómades, ciudadanos de un mundo cada vez más pequeño e integrantes de una generación cada vez más globalizada.
Hijos de profesionales expatriados o de emigrantes, nacieron entre 1980 y 1990, y fueron criados en dos o más países. Son exitosos en su vida profesional y no están apurados para constituir una familia. Si bien tienen claras sus raíces, carecen de sentimientos nacionalistas y no toleran los estereotipos.
La vida misma les enseñó a ser flexibles y fuertes ante cualquier desafío. Ernesto Luna es porteño y cumplía 12 años cuando su vida dio un giro radical: sus padres lo llevaron a Japón. Sin saber una palabra de inglés y mucho menos de japonés, Ernesto ingresó a un colegio internacional y aprendió a convivir con otras culturas.
Pero dos años y medio después, su familia se mudó a Suiza y un año más tarde, a Chile, donde Ernesto terminó la secundaria. Ahora vive y trabaja en Buenos Aires, pero antes de venir acá hace cuatro años, estudió en universidades de Francia y Dinamarca. "Fue más difícil volver que irme", cuenta. Hoy tiene 30 años y se siente "100% argentino en algunas cosas, con fuertes influencias en otras".
En cambio, Lara Proells, alemana de 26 años, hizo toda su carrera universitaria en la Argentina. Se recibió de politóloga en cuatro años y medio, con promedio 9. "En la UBA me dijeron que tenía que ser alemana para lograrlo en ese tiempo", se ríe Lara, pero se acuerda muy bien de sus primeros seis meses del CBC llorando y pensando que no iba a poder. Antes de llegar al país, Lara vivió seis meses en Uruguay y un año en Ecuador.
Curiosa por América latina, hace diez años abrió el mapa y apuntó a Uruguay. Encontró un programa de intercambio en su colegio ("algo muy común para los alemanes", dice) y se fue a vivir con una familia al campo, con la cual sigue en contacto. "Me di cuenta de lo poco que sabía sobre América latina", confiesa ahora. Viviendo en ese campo uruguayo, Lara ya supo que iba a volver lo más pronto posible. Lo logró y se quedó por años, sin descartar completamente la posibilidad de volver a Alemania.
"Estos grupos suelen enfrentar algunos dilemas de identidad cultural, que es tan ambigua que los lleva a identificarse activamente con una variedad de culturas", explica Marcelo Baudino, director y consultor de Iceberg Inteligencia Cultural, primera firma argentina especializada en el desarrollo de habilidades para trabajar efectivamente con personas de otras culturas.
Según el estudio "Decoding a Global Talent", de Boston Consulting Group y The Network, publicado en octubre pasado, la Argentina es un país muy deseado para los expatriados de Brasil, México, Francia, Alemania e Italia (con un promedio de 10 en una escala de 0 a 20). A su vez, los argentinos consultados por el estudio eligieron Estados Unidos, Brasil, Italia, Francia, Canadá y Alemania, entre otros países del mundo. Otra investigación, elaborada por la red de expatriados Internations, coloca a la Argentina en el séptimo lugar en el ranking de países donde los expatriados se acomodan más fácilmente, y el tercero en facilidad para encontrar amigos.
Denis Khorovodov tenía nueve años cuando llegó a Bariloche con toda su familia. Tres semanas después, el pequeño Denis ya se encontraba a las puertas de la primaria, aunque sin saber castellano. "Entonces, sólo podía responder a la pregunta: «¿Cómo te llamás?», y se me acercaron enseguida como 300 compañeros. Respondí casi a cada uno y así empezó mi nueva vida acá", cuenta Denis en un perfecto castellano 15 años después de aquel episodio. "También vivimos en Canadá por dos años, pero luego volvimos a la Argentina, nuestro segundo hogar después de Rusia", agrega Denis, que nunca perdió el contacto con su país natal.
Para la surcoreana Jin Yi Hwang, el ingreso a la primaria argentina tampoco fue un momento fácil. "Tenía ocho años cuando llegamos al país y nadie en la familia hablaba castellano", recuerda Jin Yi, cuya trayectoria profesional en la Argentina merecería una historia aparte. Una vez aprendida la lengua, como hija mayor acompañaba a los padres en sus reuniones de negocios como traductora. Se recibió con el mejor promedio del Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER) y fue la primera locutora de origen oriental en Telefé a los 22 años. Después comenzó a estudiar abogacía en la UBA y terminó una maestría en Derecho en Nueva York con una beca.
"Está claro que aquellas personas que han vivido en más de una cultura a una temprana edad tienen menos apego por una cultura en particular, o, dicho de otra manera, se sienten más cómodos interactuando en contextos culturales diversos", explica Baudino.
La exigencia personal y profesional es otra característica que une a estos "ciudadanos del mundo". Perfeccionistas y rígidos consigo mismos, se esfuerzan más para lograr sus objetivos. Olga Khamidulina nació en Uzbekistán (integrante de la Unión Soviética en aquel momento) y llegó a la Argentina cuando tenía ocho años. Como Denis y Jin Yi, no sabía ni una palabra de castellano y por eso tiene recuerdos borrosos de su primer año en el país. Si le hubieran dicho que iba a ingresar al Colegio Nacional de Buenos Aires y luego estudiar en la UBA no lo habría creído. Pero hoy, a los 26 años, asegura que incluso se siente más argentina. "Tuve que alejarme de mis raíces para adaptarme en una nueva sociedad", confiesa.
"Las personas que tienen que migrar enfrentan desafíos y situaciones que son específicas de comenzar a vivir en un país y una cultura diferente a la propia", explica Julia Taleisnik, coordinadora de capacitación en AFS Programas Interculturales. "Es importante cuando se migra a una nueva cultura (país o contexto), formar redes de apoyo, es decir, contactarse con otros ya sean locales o que están en una situación similar", agrega Taleisnik, que es psicóloga.
Aquellos que recién conocen a Adrián Bono, periodista y emprendedor, nunca logran definir su nacionalidad: cambia con mucha facilidad del inglés estadounidense al español con acento argentino o a su lengua materna, el español castizo. Hijo de madre argentina y padre español, Adrián nació en Mallorca y vino a vivir a la Argentina a los cinco años, y luego vivió en varios lugares de Europa y los Estados Unidos, donde adoptó la cultura del trabajo y aplicó en su emprendimiento más importante: The Bubble, un medio digital en inglés con las noticias de América latina. "En la Argentina me siento como en casa", dice Adrián, pero asegura que es parte de la generación millennial: "Una generación de escépticos que cuestionan todo y tienen un nivel cultural muy diverso".
Baudino asegura: "La gente que ha tenido cierto grado de exposición internacional a edad temprana o ha vivido en más de una cultura por un tiempo prudente tiene más posibilidades de desarrollar características de tolerancia y adaptación".
De ciudadanos del mundo a "nómades globales", como los llaman los profesionales de la inteligencia multicultural, también hay un grupo aún "más multicultural": los chicos de la tercera cultura (TCK, por sus siglas en inglés). "Estos grupos suelen enfrentar algunos dilemas de identidad cultural, la cual es tan ambigua que los lleva a identificarse activamente con una variedad de culturas, pero también en ocasiones genera sentimientos de nunca estar realmente en «casa»", dice Baudino.
"La posibilidad de migración deja abierta nuevas oportunidades, pero siempre se debe recordar que todos tenemos una "mochila" de identidad cultural, experiencias previas, creencias, valores, etcétera, que no se dejan atrás", agrega Taleisnik.