Camino al paraíso de invierno
Edición del 08 / 07 / 2024
                   
16/10/2014 10:46 hs
Imágenes

"Mis hijas sanaron las heridas que tenía en el corazón"

Río Cuarto - 16/10/2014 10:46 hs
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En unas tiernas fotos con sus princesas, la top model cuenta cómo la maternidad le cambió la vida. Y asegura que Fabián Cubero es el mejor padre y compañero que pudo haber elegido.

Con una sonrisa de absoluta felicidad, abre la puerta de su casa, en un barrio privado en Tigre, y se convierte en la mejor anfitriona. Y eso que la noche anterior a las fotos durmió poco, ya que sus horas de descanso van y vienen al ritmo de las de Sienna, la menor de sus princesas, que los tiene hechizados tanto a ella como a su marido, Fabián Cubero (35, futbolista, capitán de Vélez).

Nicole Neumann (33) recuperó su figura y sus curvas de infarto en tiempo récord después del tercer parto. Como buena madre, conversa con ¡Hola!, ofrece galletitas, mira de reojo a la beba que duerme y no pierde de vista a las mayores, Indiana (5) y Allegra (3), que bailan y juegan a su alrededor. En su casa, claramente, el reinado es compartido y rebozante de hormonas femeninas.

Para completar el cuadro, entra en escena Michu Michu, uno de sus tres gatos, que convive en perfecta armonía con otros tantos perros, cobayos y hasta con los peces que nadan en un estanque. En un divertido "caos organizado" transcurre la charla. El hombre de la casa, Fabián Cubero, está concentrado. Así que hoy, tarde de viernes, mandan las chicas.

–¿Cómo recibieron a Sienna? ¿En qué momento como mujer te encontró?

–En cinco años tuve tres hijas, así que mi realidad no varió tanto. El cambio más fuerte fue con la primera porque implicaba algo desconocido. El embarazo lo viví como lo mejor que me pasó en la vida. Con Sienna, en cambio, la ansiedad era otra y a los ocho meses estaba feliz si me decían que me la sacaban unos días antes. Yo no me siento más canchera porque sea la tercera: nació en invierno, así que el tema de que no se resfríe lo viví con mucho estrés. Encima, al momento de volver a casa, las chicas estaban con fiebre y llegué a consultarle al pediatra y al neonatólogo si convenía irme a un hotel con la beba. [Se ríe]. Parecía primeriza. Pronto entendí que es obvio que si hay otras dos chiquitas en la casa de algo se va a contagiar. Con el tema de la salud tengo como los dos extremos, porque, por otro lado, me encanta que mis perros besen a mis hijas, que ellas anden en patas y que se embarren, como lo hacíamos nosotros a su edad.




–Con hijas tan seguidas, ¿recuperaste algo el sueño?

–No. El último tramo de la noche Sienna lo hace conmigo en la cama porque estoy agotada. Es que el tirón más largo que hace es de cuatro horas y después yo, durante el día, no paro un minuto: trabajo, voy a buscar a las chicas al colegio, entreno...

–El entrenamiento luce, recuperaste la figura enseguida.

–Gracias, ni yo puedo creer lo rápido que me recuperé. Es la primera vez que me pasa. Con Indiana engordé veintitrés kilos, con Allegra, diecisiete y con Sienna dieciocho. El primer mes, aunque estuve encerrada y no me podía mover por la cesárea, bajé doce kilos sólo amamantando. Creo que la mayor diferencia es que durante el embarazo hice zumba, que es un tipo de fitness pero bailado, que dejé tres semanas antes del parto por pedido de mi médico, y que me dejó reemplazarlo por pilates. Y los últimos dos meses me hice drenaje linfático. Apenas me dieron el alta, retomé zumba y arranqué con spinning.

–¿Cómo es Fabián papá? ¿Ayuda en la casa con tanta vorágine?

–El vive con un poco de culpa que las dos más grandes puedan llegar a sentirse un poco desplazadas. Yo lo sigo por la casa y le pido que le haga upa un ratito a Sienna para ir a bañarme, por ejemplo, y él me responde que Indiana y Allegra quieren jugar. [Se ríe]. Pero la verdad es que es un padrazo. Mi psicóloga siempre me dice que para mí fue tan fuerte conocer a papá recién a los 18 años que elegí el mejor padre del mundo para mis hijas, y tiene razón: es el mejor padre y compañero. Fabián cambió pañales desde un primer momento, le encanta bañarlas, se tira al piso a jugar, les hace morisquetas y nunca está cansado para ellas. Ni siquiera cuando viene de algún partido. Ahora que Sienna empezó a sonreírle, lo tiene totalmente en un bolsillo.

–Por lo que contás, los dos son muy familieros…

–El lo es todavía más. Yo tengo la posibilidad de serlo recién ahora. Todo el mundo sabe que mi familia siempre fue muy disfuncional.

–¿Cómo están las cosas ahora con tu madre y con tu hermana?

–Bien. Nos vemos muy seguido. Para el Día de la Madre nos vamos a juntar todos: mi abuela, mamá, mi hermana… Lo mismo que para el cumple de Indiana, que es en unos días. La mía no fue precisamente la familia Ingalls, por decirlo de alguna manera. De sangre germana, no existió esa cosa del contacto físico, del beso, del cariño. Eso fue algo que yo trabajé desde chica, porque lo sentía como una gran carencia y quería revertirlo. Por eso, para mí, ser mamá era un gran desafío y todo el tiempo me imaginaba cómo iba a ser.


                          

–¿Qué imaginabas?

–Que las iba a abrazar y besar hasta que se hartaran. Y eso es lo que sucede. Fabián es igual, lo mismo que su familia, que, aunque vive en Mar del Plata, está muy presente y mis chicas mueren por ellos.

–¿Te seguís viendo con tu papá?

–Sí. Viene dos o tres veces al año con su mujer y con mi medio hermana, que tiene 12 años. En diciembre llegarán para conocer a Sienna y después se van con nosotros unos días a Punta del Este.

–¿Sentís que la maternidad te sanó de algún modo las heridas?

–Sí, claro. Yo no soy una persona de guardar ni tener rencores, acepto las cosas como vienen. No me quedó otra y es un trabajo interno que hice porque quería estar bien, ser sana y lograr lo que no tuve estando entera, y no partida en mil pedazos y que el día de mañana mis hijas padezcan mis falencias. Mis hijas sanaron las heridas que tenía en el corazón. Tenía necesidad de ese vínculo incondicional, como cuando decís "muero de amor por esta persona y esta persona muere por mí". Eso me pasó prácticamente a partir de ellas. Una vez fui a ver a una señora que trabaja con la energía y hace reiki. Me acompañaron Fabián e Indi, que era una bebita. Apenas la vio me dijo: "Esta chica es un alma vieja y vino para sanarte". Fue impresionante, me quedé helada.

–Y a Sienna, ¿cómo la definirías?

–Es mi bebé feliz. Me siente cerca y ya me sonríe. Es buenísima, la llevé a desfiles, al programa de [Marcelo] Tinelli y se la bancó muy bien. Es muy lindo verla con sus hermanas, porque son muy maternales y la aman. Ya antes de nacer se peleaban por quien iba a cambiarle los pañales. ¡Y lo siguen haciendo! Son divinas y si la oyen llorar enseguida vienen a avisarme.

–¿Te reconocés en tus hijas?

–Mucho. Les encanta jugar con mi ropa, mis collares y los tacos y nos arman shows. De hecho, en el último desfile que hice, Allegra se subió espontáneamente a la pasarela y la recorrió de mi mano. Me encanta verme reflejada en ellas, que disfruten y no sufran con ser hijas de…

–¿Cómo manejás ese tema?

–Hacemos una vida muy natural y tranquila: vamos a la chacra y andan a caballo, juntan huevos, corren en el pasto. Es una elección que nuestros trabajos no se conviertan en una forma de vida. En el colegio, por ejemplo, en la primera reunión la directora me advirtió que no les interesaba salir en ninguna revista. Y le expliqué que a nosotros tampoco y hasta por una cuestión de seguridad preferimos que ni se sepa a qué colegio van. Quizás a Indiana le pasa ahora que los varones empiezan con el fútbol y le preguntan por el papá y por Vélez. Pero todo es con la mejor onda.

–¿Van a seguir agrandando la familia Cubero-Neumann?

–Nunca se sabe. Hoy, sobre todo Fabián, dice que no.

–Pero habían hablado de adoptar en algún momento también.

–Sí. Es un tema que me sigue dando vueltas. No puedo ver a un ser desamparado, siento que debo intentar remediarlo. Y es algo que, sin compararlo, también canalicé con los animales. El año y medio que vivimos en Monterrey, México, colaboraba con un hogar de niños y me enamoré de dos chiquitos. Le taladré la cabeza a Fabián y fuimos a hablar con la intención de adoptarlos. Lamentablemente, me dijeron que teníamos que tener cinco años de casados y que priorizaban a quienes pudieran comprobar que no podían tener hijos biológicos. Si bien hoy lo entiendo, en su momento me fui llorando. Al tiempo quedé embarazada y nos volvimos a Argentina. Acá amadrino al Pequeño Hogar Exaltación de la Cruz, que queda en Capilla del Señor. Con mis amigas juntamos alimentos y ropa y todos los años, para el Día del Niño, les armo un festejo y llevo a mis hijas para que sean conscientes de la necesidad de ayudar a los demás.



–¿Te gustaría volver a vivir afuera?

–Voy a seguir a Fabián adonde su trabajo lo lleve. Tenemos carreras cortas y sabemos que debemos aprovecharlas.

–¿Eso les genera presión?

–No lo vivimos como algo estresante, pero sí de una manera muy consciente. Por lo pronto, armamos juntos una empresa, Nikka, de carteras y zapatos cruelty free. A mí, además, me encanta la conducción y Fabián hizo el curso de técnico para tener una salida laboral más y poder dirigir un equipo algún día.

–¿Qué tal te resulta trabajar con él?

–Hacemos cosas muy diferentes: yo estoy en la parte del diseño y la publicidad y él en la parte administrativa. Ya tenemos un showroom, venta online e hicimos los zapatos del desfile de Ramírez. Todo surgió porque yo no quería usar zapatos de cuero. Me pareció perfecto reunir mi trabajo con mi filosofía de vida. Estamos muy contentos con el resultado.

El sol empieza a ponerse en el horizonte y Nicole abraza a sus hijas, para protegerlas del frío que se encaprichó en volver. Es una escena muy dulce, que invita a la retirada. Con la misma sonrisa que nos dio la bienvenida nos despide y enseguida vuelve a sus amores, que la reclaman.



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