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24/05/2013 10:11 hs

​Es hija de una mucama y heredó una fortuna

Argentina - 24/05/2013 10:11 hs
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La Justicia determinó que Sofía Reguero es fruto del amor prohibido entre su madre y un terrateniente millonario.

Parece un cuento del estilo Cenicienta. O mejor, una novela rosa, de esas en las que pudo haberse inspirado la “diosa” y best seller del género, la española Corin Tellado. Justamente en el sur del país ibérico, en la provincia de Sevilla, un juzgado reconoció, tras siete años de litigio, que Sofía Reguera (63) es hija de un ganadero terrateniente de aquellos pagos, fruto de la relación prohibida que este hombre mantuvo con su criada.

“Se querían. No fue algo de un día. No fue un aquí te pillo. Mi madre entró a trabajar de empleada en su casa con 18 años y me tuvo con 23”, relató días atrás Reguera al diario español 20 minutos, pocas horas después de reafirmada su identidad y, claro, su herencia. Según calcularon en la Justicia española, la fortuna de esta familia sevillana estaría valuada en 15 millones de euros.

Pero la historia de amor entre sus padres comenzó en 1947, y sin intenciones económicas, cuando Rosario Reguera entró a trabajar en la finca de la familia del terrateniente, ubicada en El Coronil. Pronto hubo conexión entre el hijo único de la casa y la criada y la relación se mantuvo hasta avanzado el embarazo. Cuando Sofía empezó a crecer dentro del vientre de su madre, la familia de su patrón y amante la convenció para que volviera a parir al pueblo. Le prometieron que claro, por supuesto, regresaría para ser la futura legítima esposa de su hijo y heredero. Pero mientras Rosario paría, la familia ganadera arregló todo para que el hijo se casara con una mujer de su misma clase social. Lo lograron y aun más: de esa nueva unión nació otro único hijo, actual litigante y hermano de Sofía.

A pesar de todo, Rosario rearmó su vida, y el terrateniente siguió viendo a la criada durante muchos años. Aunque nunca llegó a reconocer a su hija la visitaba. “Era elegante, guapo y delgado. Con sus pantalones de rayas y botas altas. Un señorito. Lo que era. Un terrateniente. Iba a la puerta de mi colegio a hacerme fotos. Se acercaba lo justo”, contó Sofía, pelo negro, ojos marrones, sonriente.

Rosario, que se resistió al reclamo, murió en 2006 y finalmente Sofía, apuntalada por sus hijos, buscó en la Justicia el reconocimiento que no tuvo en la familia. Su hermano siempre la negó y eso fue muy duro para ella. Incluso, cuando el padre murió, en 1970, él incineró rápidamente el cuerpo para no dejar rastros genéticos, lo que para los jueces fue un acto “de mala fe”. Por eso, la Justicia comparó los ADN de los presuntos hermanos y ratificó que lo son “con un 99,99 por ciento de posibilidades”. Fue la prueba clave.

Cuando Sofía se enteró de la sentencia lloró y pensó en sus propios hijos, uno desocupado, el otro camionero, y una más, con problemas económicos. Por eso estaba feliz: “Ha sido un orgullo muy grande que me reconozcan que soy hija de quien soy. La de mis padres fue una historia de novela”.

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