" Me pega cada día". "Se burla constantemente de mí". "Siempre me grita y me empuja". "Me dice que soy gorda y fea y que no merezco tener amigos". "Me rompe los juguetes a propósito". "Me asusta". "Me hace cosas horribles y lloro cada noche; a veces, tengo ganas de desaparecer”
Si estos testimonios de niños y niñas de entre once y quince años tuvieran su origen en la escuela, no habría dudas a la hora de calificarlos como casos de acoso escolar: un acto intencionado de agresión, física o psicológica, que se repite durante un periodo de tiempo y en el que un individuo o un grupo se sitúan en una situación de poder sobre otro. Sin embargo, ¿qué pasa cuando estos testimonios suceden en casa, entre hermanos? ¿Cómo se le llama a esto?
En el mundo anglosajón cada vez son más los expertos que empiezan a utilizar el término bullying en el contexto familiar. Las relaciones fraternas, a menudo salpicadas por los celos, y en las que, por la diferencia de edad, suele haber un desequilibrio físico e intelectual, son un buen caldo de cultivo para este tipo de dinámicas. Así, este concepto, que habitualmente se aplica en los entornos educativos, expande su radio de acción.
En casa, como en el colegio
Dos estudios, realizados ambos en Estados Unidos, confirman esta afirmación. El primero se publicó en la prestigiosa revista norteamericana Pediatrics, bajo el título "Relación entre agresiones entre hermanos y problemas mentales en la adolescencia". El trabajo, liderado por la psicóloga Corinna Tucker, entrevistó a 3.500 niños y jóvenes y descubrió que, comparativamente, se daban más situaciones de bullying en familia que en colegio: un tercio en el hogar frente a un cuarto en las aulas. El informe, que fue reseñado por la Academia Americana de Pediatría, también destacaba que mientras que la intimidación entre compañeros de escuela es un problema reconocido, cuando sucede entre hermanos es despachado como algo normal.
Las agresiones identificadas variaban del abuso psicológico al físico, en diversos grados (de los golpes al robo y rotura de juguetes, pasando por los insultos). En general, eran percibidas por los padres como algo corriente, incluso, saludable: una manera de enseñar a los hijos a lidiar ante las situaciones difíciles que les deparará la vida. Sin embargo, el estudio también concluía que los niños y niñas que habían sufrido agresiones de este tipo tenían más posibilidades de padecer problemas mentales.
"La violencia entre hermanos es un tipo de violencia prevalente en las vidas de muchos niños y niñas, pero se sabe muy poco de este fenómeno", destacan desde la publicación Journal of Interpersonal Violence, especializada en el análisis de la violencia. Esta entidad, que también publicó un estudio sobre el impacto del bullying en casa, denuncia asimismo que se haya hecho mucha investigación sobre esta cuestión en la escuela pero apenas se haya reparado en el acoso en familia.
El Journal entrevistó a casi una treintena de parejas de hermanos, de los cuales el 78% aseguró haber sido acosado durante su infancia (un tercio, durante varios años). Muchos aseguraron haber sido tanto víctimas como perpetradores. Como el estudio publicado en Pediatrics, éste también destaca que los índices de acoso son más elevados dentro de casa que en las aulas. Asimismo, señala que el 85% de los entrevistados aseguró ver este tipo de violencia como normal.
La competencia por la atención de los padres
Las relaciones entre hermanos, competidores naturales por la atención de los padres, puede ser de amor y de odio al mismo tiempo. Por ello, es lógico, casi algo natural, que haya peleas. Sin embargo, como señaló Robin Kowalski, autor del estudio del Journal: “Hay una cosa que son los desacuerdos normales en las relaciones fraternales y otra que es el bullying”.
Él asegura no saber dónde marcar la línea entre los dos conceptos, mientras que Corinna Tucker utiliza el término agresión entre hermanos para denominar a estas situaciones. Sin embargo, en algunos casos, esta última acepción parece demasiado suave.
A raíz de la difusión de los estudios en los medios internacionales, aparecieron algunos testimonios de violencia fraterna que ponen los pelos de punta. Como el de Charlotte, quien en la web de la BBC explica que, de niña, pegaba, "muy fuerte", a su hermana menor, cada día. Asegura sentirse aún mal por ello y que su culpa no la mitiga que a ella la pegase, también con regularidad, su hermano mayor. También se siente mal Louise, otro testimonio, quien recuerda constantes peleas con su hermano durante su niñez: un "círculo vicioso" de golpes e insultos terribles, el uno al otro, que según, ella, son la consecuencia de su distanciamiento y los problemas que él tiene. "Me siento responsable y no creo que sea capaz de dejar de sentirme culpable si no consigo disculparme por las cosas que le dije", escribe.
Un joven anónimo, de 21 años recuerda cómo era acosado en casa por un hermano mayor que parecía "encantador" a ojos de todo el mundo pero que, cuando estaban solos, le pegaba con regularidad. "Todavía tengo miedo de él", afirma. June, la tercera de cinco hermanos, recuerda a su hermano mayor como "un matón y un perverso", pero lo que peor llevaba es que su madre lo favoreciera siempre frente a los otros cuatro. A Anna también le sucedía algo similar en la infancia: su hermana los acosaba constantemente a ella y a sus otros tres hermanos, pero sus padres ignoraban sus quejas. "No me hicieron caso hasta que mi madre le oyó mandarle a mi hermano que me golpeara con una madera: si no lo hacía, le rompía un juguete".
Por su parte, Deborah, estadounidense y madre de dos chicos de 16 y 17 años, ya se dio cuenta de que algo pasa en su familia: "Mis dos hijos son muy populares, van a un colegio buenísimo, pero en casa tenemos un verdadero problema: el mayor es un acosador". Entre otros, Deborah cuenta cómo le clavó un bolígrafo en el estómago a su hermano, a quien "amenaza de muerte constantemente", pega y destroza sus pertenencias. "Tiene un temperamento psicótico", asegura.
Cuándo decir: “basta”
Algunos de estos casos, en especial este último (donde el joven también agrede a la madre), son muy extremos, pero sorprende que se haya llegado hasta situaciones como las descritas. ¿Dónde están los límites en las peleas entre hermanos? ¿Cuándo hay que decir basta? ¿Cuando cae la primera torta? "Yo creo que antes, mucho antes", afirma la psicóloga Mireia Trias Folch. "Aunque estos son casos excepcionales, siempre hay que procurar que nadie pegue a nadie, porque pegar es una falta de respeto al otro en su cuerpo, y en un niño, su cuerpo es su yo. En las desavenencias y discusiones entre hermanos la línea roja está siempre en la falta de respeto".
Trias cree que el bullying entre hermanos es un tema "áspero" y que quizás pasa más desapercibido porque los padres lo justifican con un "está celoso" o un "ya pasará", mientras que en la escuela, donde se lleva ya una década hablando de lo mismo, existe mucho más control. "Por eso, lo que es muy importante es la prevención, y para hacerlo las dos herramientas principales son la educación, la de los padres, en concreto, y la cultura, en un sentido más general", afirma esta especialista. Para ella, la clave también está en poner límites claros y sin ambigüedades: "Hoy, buscando dar una educación moderna, se intenta que los niños hagan caso con extensas explicaciones casi para adultos. Y a menudo son discursos que no sirven, o bien porque aún no tienen la edad para comprenderlos o porque ya se puede estar dentro de una espiral de violencia con el hermano".
Una delgada línea
Para Maribel Martínez, del centro Terapia Breve-Sentirse Bien, es importante distinguir entre una relación de hermanos mal llevada y un trastorno. "En lo que corresponde al entorno familiar es importante, primero, definir lo que es el bullying: ¿Es el hermano que te rompe el juguete y vos te sentís enojada? ¿Es una discusión por el programa de la tele?". Para esta psicóloga, situaciones como estas son habituales en la sociabilización fraterna, mientras que algunos de los aspectos que se mencionan en este reportaje implican un trastorno disocial. "Otra cosa –añade– es cómo las dinámicas familiares pueden llevar a relaciones de hermanos muy disfuncionales, con violencia incluso: es ahí donde se puede abarcar a muchas familias y donde uno se puede sentir identificado". La línea roja, entonces, se marca cuando hay sufrimiento: "Porque una misma situación puede ser vivida por uno como una manera de hacerse fuerte y de defenderse, pero por otro, como un sufrimiento. Entonces sí que hay que actuar".
La normalidad con la que culturalmente se ven las peleas entre hermanos es uno de los obstáculos para que el acoso entre ellos se reconozca como un problema. En ocasiones, los mismos que lo padecieron, como Juan, lo ven como una manera de fortalecer el carácter: "Mi hermano mayor me acosaba todo el tiempo y era terrorífico", recuerda. "Pero considero que es parte natural de la rivalidad entre hermanos y, pese a lo mal que me sentí, ahora sé que puedo enfrentarme a lo peor de la gente". Juan considera que el bullying fue una especie de "lección de vida" y asegura llevarse bien con su hermano, cuatro años mayor.
Pero, ¿es necesario aprender así las cosas? Para Mireia Trias, en absoluto. "Que un hermano sea vivido como terrorífico no es parte natural de la rivalidad fraternal", afirma rotunda. La psicóloga añade que aunque las peleas fraternales se vean como normales, porque es el primer escenario de rivalidad entre semejantes en la vida, esto no justifica que la violencia haya de ser la dinámica. Por eso insiste en que los padres deben estar muy atentos. "Unos padres que procuran tener una buena salud mental y cuidan de sus vínculos familiares dejarán pasar cosas en las relaciones de los hermanos, porque hay cosas que ellos mismos tiene que resolver, pero, también, sabrán ver en qué momento se debe intervenir poniendo un límite, marcando una pauta moral y diciendo: ‘Por aquí no’".
Pero, ¿quién es la verdadera víctima?
La observación es fundamental también para Maribel Martínez, aunque apunta que, para los padres, "ver los defectos de los hijos es tarea difícil". El dicho que el amor es ciego puede aplicarse sin complejos con la prole, pero resulta una débil excusa para justificar la inopia, la negación, incluso, con la que viven algunos progenitores situaciones de violencia. "Sí, son dinámicas muy penosas", coincide Mireia Trias, quien señala que es frecuente que en una situación de maltrato físico se diga a quien la sufre que se lo está inventando, revictimizándolo.
Como apunta el estudio de Corinne Tucker, las consecuencias de una infancia trufada de violencia fraternal no son saludables. No sólo por el impacto que implica sufrir agresiones en un lugar teóricamente seguro, como es el hogar, sino, además, por lo que supone para un niño que los adultos pasen por alto un tema que les afecta mucho. Mireia Trias añade que el resultado de no ponerle freno puede dañar tanto al que lo ha sufrido y al que lo ha infligido. "Dentro de quien sufre, hay quien tiene la resiliencia suficiente para salir pero, también, quien puede quedarse con lo que psicopatológicamente se llama estrés postraumático. Entre los que la infligen hay desde el perfil más enfermo hasta el que después se siente muy culpable y lo arrastra toda la vida, pensando en lo que hizo".
Al llamar la atención sobre una cuestión de la que se habla poco, el mensaje de los expertos para los padres es que la agresión entre hermanos no debe minimizarse, sino tratarse como algo potencialmente dañino. Poner límites claros y firmes y estar atento a las dinámicas entre los hijos son dos herramientas imprescindibles para poner coto a una violencia que se da en familia pero que, precisamente por ello, es aún más inadmisible.
Fuente: La Vanguardia.