"Baba Francís", dice Fayez Azzeh, y estira con las manos la camiseta de la selección argentina que lleva puesta, como si quisiera subrayar un homenaje. Habla mientras embolsa pan de pita en un puestito al pie del barrio de refugiados Beit Jibrin, un tetris de edificios polvorientos en el camino hacia la iglesia de la Natividad.

A espaldas de este joven de barba al ras asoma un tramo del Muro de Separación , la mole de concreto levantada por Israel que trocea en zigzag a Palestina. Francisco pasará pasado mañana por ahí en un auto descubierto y, a juzgar por los preparativos -banderas vaticanas en cada poste, afiches con su rostro multiplicados por mil-, verá una multitud.

"Soy musulmán, pero el domingo saldré a saludar a Baba Francís. Escuché que es un hombre que quiere a los pobres y que viene a ayudarnos", recita Fayez.

Fugaz, cargado de simbolismo y riesgos, el tramo palestino de la peregrinación papal despierta por igual expectativa y escepticismo en un pueblo resignado a subsistir en una espiral de odios cruzados, violencia y esperanzas de paz frustradas.

Pero el gobierno de Palestina tiene claro que intentará aprovechar cada segundo de las seis horas que Francisco pasará en la ciudad donde nació Jesús para conmoverlo con el sufrimiento de los desplazados, el drama del muro y la acción militar israelí en zonas donde la ONU no le reconoce autoridad.

"Cuando un hombre tan sensible como él vea la situación, seguramente sentirá la urgencia de actuar", señala Issa Kassasieh, embajador palestino ante la Santa Sede. La cita esconde la expectativa de atesorar una condena en voz alta de Francisco a la política israelí y un apoyo a la formación de un Estado palestino.

Consciente de la susceptibilidad que despertará cada gesto suyo en Tierra Santa, el Papa extremó los recaudos para que su misión no quede presa de tironeos políticos.

La ruptura del diálogo de paz tras la unificación palestina entre los moderados de Al-Fatah y los islamistas radicales de Hamas hizo, si se puede, más delicado el desafío diplomático del papa argentino en el segundo viaje internacional de su pontificado.

Se filtra algo de frustración entre los funcionarios palestinos por algunas decisiones de Francisco. Por ejemplo, porque decidió limitar su visita al campo de refugiados de Dheisheh. El Papa no pisará ese asentamiento precario formado en 1949 para desplazados de la guerra árabe-israelí. En cambio, antes de partir hacia Tel Aviv, recibirá a 100 chicos en un centro cultural que mandó a construir Arafat en una colina delante del campamento.

Será en una sala circular que ayer olía a pegamento, mientras unos operarios terminaban de aclimatar la escena que verá Francisco: paredes cubiertas con gigantografías que recuerdan el éxodo masivo de palestinos, la construcción del muro, casas destrozadas por bombas israelíes, chicos deambulando en barrios convertidos en zona de guerra.

"Nos hubiera gustado mostrarle nuestras casas y contarle cómo nos quedamos sin agua, sin nuestros cultivos. Pero seguro será sensible a lo que le cuenten los chicos", dice Mohammed, referente social de Dheisheh. Los chicos -la mayoría musulmanes- le regalarán al Papa dibujos sobre su vida cotidiana.

El mayor guiño político de Francisco será llegar a Belén en helicóptero desde Jordania, lo que puede traducirse como un reconocimiento al Estado palestino. El presidente, Mahmoud Abbas, recibirá con honores al Papa y a la comitiva, en la que sobresalen sus amigos argentinos Omar Abboud, religioso musulmán, y el rabino Abraham Skorka.

De ahí seguirá el camino hacia la iglesia de la Natividad. Apenas verá un ángulo del muro que interrumpe el camino bíblico entre Belén y Jerusalén. El gobierno palestino hubiera querido que recorriera otros tramos con pobladores que perdieron sus tierras o que quedaron separados de sus familias. Pero el Papa insistió en enfocar su viaje como una "peregrinación religiosa".

Dos días antes de su llegada, la iglesia de la Natividad ardía de visitantes. En su mayoría, turistas. A un paso, la plaza Manger es un laberinto de vallas que marca el lugar donde se ubicará cada invitado a la misa al aire libre que oficiará el Papa. No entran más de 8000 personas.

Ayer, los sacerdotes que predican en Palestina confirmaron que Israel daría permisos para atravesar los controles fronterizos a católicos de la Franja de Gaza y de Galilea.

"Vi pasar ya a dos papas y mira, primero nos ilusionamos y a los tres días quién se acuerda", reniega Fadi, que vende baratijas delante de un inverosímil local de Starbucks construido en un edificio de aspecto milenario.

El turismo hace a Belén una de las poblaciones más prósperas de Palestina y donde menos se siente la presencia militar israelí. El conflicto reaparece apenas se toma distancia del casco histórico: en el gigantesco complejo militar fronterizo camino a Jerusalén; en los barrios de colonos israelíes que rodean la ciudad, y en el avance del muro que Israel construye con la intención declarada de prevenir ataques terroristas.

En la cercana Beit Jala viven los cristianos con los que Francisco comerá pasado mañana después de la misa. Son familias que le contarán la amenaza de perder la tierra de sus ancestros o incluso su casa.

"Nos rodean como si quisieran comernos desde fuera", se lamenta Mitzi Ghureim, un anciano de la zona. Muestra el muro que atraviesa lo que fue un campo de olivos. De su lado la decoró con montañas y un valle verde con el que no se engaña ni a sí mismo.