Suena un coro gregorianoapenas se traspasa la puerta de Jaffa hacia la Ciudad Vieja.
"Perdiendo mi religión", cantan los monjes, en una versión mística del hit de REM de los años 90. Siguiendo la música se llega a un edificio de piedra del que cuelga un cartel enorme: "Bienvenido a Tierra Santa", dice en inglés, hebreo y árabe bajo una foto sonriente del Papa.
Es lo primero y último que se ve de él en la ciudad tres veces sagrada, corazón de la peregrinación que Francisco iniciará pasado mañana a una región en la que el péndulo vuelve a moverse hacia la máxima tensión política.
La suerte del lacónico mensaje de bienvenida que desplegó el Centro de Informaciones Cristiano frente a la Torre de David simboliza en pequeña escala lo delicado del desafío que le espera al Papa en Medio Oriente. Los sacerdotes que administran el lugar denunciaron que la municipalidad les ordenó quitarlo porque podía provocar a grupos judíos extremistas que rechazan la presencia del líder católico en Jerusalén. El cartel sigue ahí.
Recientes incidentes de vandalismo en templos cristianos y musulmanes, sumados a las protestas que se organizan para hoy frente a algunos lugares sagrados del judaísmo que visitará Francisco, aconsejan toda la cautela posible, argumenta el gobierno israelí, ansioso porque el viaje papal transcurra sin sobresaltos.
Aunque pensada mucho antes, la gira se concretará después de que Israel rompió las negociaciones de paz con los palestinos en rechazo a la reconciliación entre Al-Fatah y Hamas, el mes pasado. Francisco adelantó que viene en misión religiosa y que desea "rezar por la paz", pero sabe que caminará por la cuerda floja durante los tres días que pasará aquí. Hay "trampas diplomáticas" a cada paso para un líder tantas veces entregado a la espontaneidad.
Los 14 discursos que leerá en el recorrido que empieza en Jordania, sigue en los territorios palestinos y termina en Jerusalén fueron fruto de una trabajosa negociación a varias bandas. También los gestos de fuerte contenido político que indefectiblemente despertarán fastidio a uno u otro lado de la Línea Verde.
El domingo, en Belén, almorzará con familias cristianas palestinas que sufren la ocupación militar israelí, recorrerá el campo de refugiados de Deheishe y será recibido por el presidente Mahmoud Abbas, que aspira a presentar la escala de Francisco como un impulso al reconocimiento internacional de Palestina como Estado. "Sabemos que es un hombre sensible a los dramas humanos y queremos que vea la realidad que vive este pueblo", dice Xavier Abu-Eid, un palestino que trabaja en la coordinación de la visita.
La expectativa con que los palestinos esperan al Papa se palpa en las calles. Por todo Belén y Ramallah flamean banderitas vaticanas y hay carteles con la cara de Francisco en los lugares sagrados. Las autoridades locales alientan a la mayoría musulmana a salir a darle una recepción multitudinaria cuando vaya a la iglesia de la Natividad. Israel mirará con atención. Ze'ev Elkin, jefe de la Comisión de Relaciones Exteriores del Parlamento, señaló que el papel del gobierno de Benjamin Netanyahu es "garantizar el equilibrio, que no haya gestos inusuales".
Israel acepta, pero no le agrada del todo el despliegue de Francisco por los territorios palestinos. Tampoco la decisión -habitual en visitas extranjeras- de ingresar al país por Tel Aviv para no reconocer el estatus de Jerusalén como capital "única e indivisible". Aunque la ciudad santa está a 15 minutos en auto desde Belén, el Papa irá a Tel Aviv y de ahí recorrerá por tierra 60 kilómetros hasta su destino. En cambio, el gobierno de Netanyahu celebra un gesto histórico que decidió hacer el papa argentino: honrar la tumba de Theodor Herzl, el fundador del sionismo. Todo un reconocimiento a la idea de un Estado judío en Tierra Santa.
"Creo que lo verdaderamente importante es que un líder religioso de su magnitud nos hace una visita que deja en claro su respeto por el Estado de Israel, en momentos en que se pronuncian acusaciones que parecerían excluir a Israel de la comunidad internacional", señala Victor Harel, diplomático israelí. En su visión, hay que entender el "equilibrio" que buscará el Papa y no esperar que su viaje tenga un impacto real en el frustrado proceso de paz.
Francisco será el cuarto papa en visitar Israel, después de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Encontrará todavía puntos de disputa en los inconclusos acuerdos que iniciaron las relaciones diplomáticas, en tiempos de Juan Pablo II. El principal se refiere al control del Cenáculo, donde Jesús y los apóstoles celebraron la Última Cena. La sala se encuentra en el primer piso de un edificio medieval cuyo subsuelo es un lugar de reverencia para el judaísmo, ya que se cree que allí está la tumba del rey David.
El rumor de que el gobierno iba a ceder al Vaticano la gestión del Cenáculo desató pintadas injuriosas en centros de culto cristiano. "No está en consideración el traspaso", anunció el vocero de la cancillería, Yigal Palmor, en un intento de detener la polémica. Igual, hoy habrá protestas de grupos ultraortodoxos que exigen suspender la misa que ofrecerá Francisco en el Cenáculo.
El Papa también rezará frente al Muro de los Lamentos, visitará la Mezquita de la Roca y juntará a los líderes de todos los credos cristianos en la Iglesia del Santo Sepulcro.
"Ésta es nuestra tierra sagrada. No necesitamos que vengan a profanarla", se quejaba Ramban, un joven ortodoxo que pegaba panfletos que convocaban a manifestarse contra la visita. Eran hojas blancas en hebreo, sin una foto que pudiera materializar a Francisco.
UN VIAJE PARA "ORAR POR LA PAZ"
El papa Francisco recordó ayer el viaje que realizará este fin de semana a Tierra Santa, "la tierra de Jesús", y dijo que será "estrictamente religioso". "Primero, para encontrar a mi hermano Bartolomé I, al cumplirse 50 años de la reunión de Pablo VI con Atenágoras I. El segundo motivo es rezar por la paz en esa tierra que sufre tanto. Les pido que recen por este viaje", subrayó el Papa durante la audiencia general de los miércoles, en un intento por moderar las expectativas que rodean su viaje.