La vieja carretera del norte boliviano denominada “Camino de la Muerte” se construyó en la década del ’30, con mano de obra de paraguayos tomados prisioneros en la Guerra del Chaco. Se encuentra en una fantástica geografía que atraviesa distintos pisos geológicos y de alturas.
En esas coordenadas el clima varía desde el Altiplano con cero grado, neviscas, neblinas y lluvias, al calor húmedo de la selva que supera los 30 grados centígrados.
El nombre de “Camino de la Muerte” se debe a la gran cantidad de víctimas que se produjeron en esa carretera a lo largo de los años en que se utilizó como única vía. Se calculan 85 mil muertos hasta 2006.
Su angostura, el escaso mantenimiento y las condiciones climáticas extremas resultaron un combo de tremenda vulnerabilidad a la cual estuvieron expuestos los viajeros durante décadas. Hasta que después de la recurrencia de tragedias. las autoridades bolivianas decidieron construir una ruta más segura que se usa en la actualidad.
Desde 2006, la vieja ruta sólo tiene un tránsito vecinal y turístico.
Sólo para osados
Entre los usuarios de esa ruta se cuentan numerosos ciclistas que hacen gala de su intrepidez al circularla.
Es el antiguo camino de las yungas que une la ciudad de La Paz, capital administrativa y sede del Gobierno boliviano, ubicada a 3.600 metros sobre el nivel del mar, con la zona cocalera. Trepa hasta los 4.700 metros y desciende a 600 y entraña muchos peligros que generan gran adrenalina, que sólo los cultores del deporte de aventura disfrutan.
A la hora de decidirse a participar del descenso hay que contratar una empresa (hay 25 legales) para el asesoramiento, logística y alquiler de rodados.
Hay muchas opciones en los servicios que difieren en temas como la seguridad y la calidad de las bicicletas por eso hay una oferta que arranca en los 200 y a veces supera los 1.000 pesos bolivianos por persona.
En nuestro caso una vez decidida la prestataria de la travesía nos encontramos, a las 8 en punto en torno al minibús con los rodados cargados en el techo. Verificamos la calidad y el mantenimiento.
Salir de la ciudad de La Paz hacia el norte es otra aventura aparte por el caótico tráfico que generan quienes quieren ingresar a la capital con distintos productos.
Es llamativa la audacia de los conductores de rodados de gran porte que llega a la irresponsabilidad por las maniobras que realizan.
Superada la salida, comenzamos a rodar por la ruta en trepada hacia el paraje la “Cumbre”, el punto más alto de la carretera y lugar donde comienza el recorrido.
Comenzó a llover, aunque de manera errática, en algunos lugares sí y en otros no, pero la niebla todo lo cubría.
La trepada es interrumpida porque en un punto determinado hay que pagar un derecho de carretera de 25 pesos bolivianos.
Comienza la aventura
Precisamente la playa del peaje es el punto de partida de la travesía a 4.700 metros sobre el nivel del mar. Un frío implacable y lluvia.
Cada participante recibe un pantalón, casaca y elementos de protección en un pack identificado con el nombre del usuario. Nosotros por debajo, nos colocamos un traje de lluvia que resultó una óptima idea.
Con varios grados bajo cero y gotas como pequeños hilos de hielo, los guías comienzan con una charla sobre el camino, los riesgos y el reglamento de manejo.
Distribuidos en círculo, el grupo de ciclistas participa de una ceremonia en ofrenda a la Pachamama. Consiste en ingerir un trago de alcohol y tirar a tierra a otro. A pesar del frío imperante, las bocas estallan con la graduación alcohólica de la inocente botella: 84 grados.
Todos en fila detrás del guía partimos por la carretera de asfalto a lo largo de 32 kilómetros y sólo se puede ver la rueda del que precede. Lo demás, es una densa nube de donde emergen camiones y autos.
Bajamos a gran velocidad, el agua helada de la lluvia penetra por los cuellos y se desliza al interior de los trajes.
Primera escala
Un túnel es el punto donde se bifurcan la nueva y la vieja carretera y allí se hace una parada. Nos enteramos que un colombiano del grupo se resbaló y golpeó.
Reagrupados recomenzó el recorrido por la auténtica aventura de la original Ruta de la Muerte.
El ancho de la calzada sólo es para dos bicicletas juntas y el agua corre por las huellas y el guía advierte la presencia de piedras sueltas.
Normas
Hay dos normas particulares en esa carretera boliviana: una, conducir por la izquierda y la otra es la prioridad de paso para los que van en subida.
En caso de cruce, el que baja puede ver el borde y hasta dónde puede arriesgarse para facilitar el paso.
No resulta fácil manejar al revés como hacen en Inglaterra y sobre todo en bajada y con precipicios de 800 metros al lado.
En caso de sobrepaso hay que advertirlo a viva voz: “Paso por derecha” y así el otro facilita la operación.
Vertiginoso descenso
En el lugar llamado Balconcillo, se hace una nueva detención. Los guías la aprovechan para evaluar el comportamiento de cada ciclista.
Una vez más se imparten instrucciones para el próximo tramo tendientes a asegurar la aventura y acotar los riesgos.
Se reanuda la marcha y la niebla, de tanto en tanto, deja ventanas por donde se observa el camino que, como un hilo sinuoso en la ladera, avanza y se pierde a la distancia. La selva cubre todo y las cascadas caen en la ruta.
Tomamos real conciencia de lo que es la “Carretera de la Muerte” cuando se levanta la vista: es una pequeña calzada que penetra entre paredes verticales, que en partes son como balcones, donde la montaña sobresale y forma un techo que parece tallado en la roca.
Del otro lado, escasamente se ve el fondo del precipicio.
Chuspipata
La meta es Chuspipata, hoy pueblo abandonado que antes ofrecía descanso y comida. En la actualidad son sólo casitas vacías donde pende la antigua cartelería con la oferta de servicios que ya no se prestan.
Sorprende la cascada de San Juan, un tremendo torrente que se desprende sobre la vía y al que hay que atravesar. Cae agua helada y los gritos de los ciclistas que sienten el impacto se suceden a medida que pasan por debajo.
Sólo los que practican disciplinas de aventura entienden que la adrenalina genera más intrepidez y velocidad en la bajada.
De repente, nos enfrentamos a una hilera de autos que suben y llega el alerta de ¡pasar por la izquierda!
Bien al borde del precipicio, no hay margen para los descuidos. Pasamos la prueba y recuperamos la calma para continuar cuando llega el turno de otra parada. Es en un mirador increíble sobre una curva de casi 360°, al que llaman la Curva de la Muerte.
Allí nos permitimos desde lo alto del precipicio observar el valle y abajo, el río. Decenas de cruces quedaron atrás en recuerdo de las tragedias.
En el barranco Ñackai - Llusta en un bloque de granito se lee: “Mártires de la Democracia” noviembre de 1944. Es un homenaje a quienes participaron en la liberación de Bolivia ya que en el lugar fueron fusilados y tirados al vacío cinco defensores de la democracia y luchadores en contra la dictadura que gobernaba Bolivia.
Bajada temeraria
En marcha de nuevo, la bajada es veloz y un ómnibus de apoyo por detrás observa con atención al grupo.
El frío comienza a disminuir conforme se desciende y aparece otro tipo de flora. Esta vez irrumpen palmeras, árboles de gran porte y helechos colgantes y hay que cruzar ríos y arroyos torrentosos.
A más de dos horas y media de andar se pasa por los miradores Sacramento y Cerro Rojo, desde donde se vislumbra Coroico, en la cima de un cerro.
Un breve chaparrón y encaramos el último tramo muy veloz hasta llegar a Yolosa, pequeño pueblo a la vera de un río. Estamos en el corazón de la selva, a 1.089 metros de altura sobre el nivel del mar, con monos y guacamayos en los árboles y agradables sonidos de otros animales.
Disponemos de todas las fuerzas para llegar bien posicionados en el grupo y alcanzamos la meta final.
De a poco, el grupo se vuelve a integrar y todos nos abrazamos.
Fue una riesgosa aventura que todos logramos con dominio del riesgo y el temor. La foto de todos los integrantes y final del viaje.
Lo que hay que saber
Empresas. Hay 25 empresas legales que prestan servicios hasta a 400 aventureros diarios. A la hora de participar de esta aventura hay que recurrir a las empresas de más trayectoria. Los precios oscilan entre 200 y a veces más de 1.000 pesos bolivianos por persona.
Travesía: se parte a las 8 y se regresa a La Paz a las 20.
El circuito se realiza todos los días, salvo cuando la ruta está cortada por deslizamientos.
Bicicletas: el tipo y estado del camino requiere de rodados de doble suspensión.
Recorrido total en bicicleta: son 67 kilómetros en bajada. De ese total, 32 kilómetros son por asfalto y el resto por tierra con piedras.
Es una vía muy estrecha, con curvas de casi 180 grados y pronunciada pendiente.
Alturas: la travesía parte de los 4.700 metros sobre el nivel del mar y termina a los 1.100 metros.
Descansos: en el transcurso de la excursión se realizan entre cinco y 15 paradas para rehidratarse, reagruparse y descansar, según lo requiera el grupo.
Temperaturas: se pasa del frío extremo con lluvia en la máxima altura, a la selva húmeda.
Servicios: en Yolosa hay baños con duchas y se pueden ver los videos de la travesía realizada.
Asistencia: siempre hay un vehículo de apoyo que circula por detrás del grupo para asistir ante cualquier problema.
Fuente: lavoz.com