En su ya clásica Apología de un matemático, G. H. Hardy dice que más que ningún otro arte o ciencia, la matemática "es un juego para jóvenes"
Desde su publicación, en 1940, varios ejemplos pusieron esa afirmación en tela de juicio, pero ahora un joven argentino parece confirmarla: es Miguel Walsh, que con apenas 26 años acaba de ser distinguido con la beca del Clay Mathematical Institute, una de las más prestigiosas del mundo.
Para hacerse una idea de la importancia de este premio, basta mencionar que sus criterios de selección establecen que se otorgará "a investigaciones de excepcional calidad y a candidatos que prometan convertirse en líderes" en su disciplina. Se entrega desde hace aproximadamente 15 años y dos de los que lo obtuvieron recibieron más tarde la medalla Fields, el Nobel de la matemática.
Walsh, sobrino nieto del escritor (al que no llegó a conocer), nació en Almagro, pero más tarde se mudó con su familia a Palermo. Allí concurrió a la Escuela Argentina Modelo.
"Era un alumno «normal» -recuerda, durante un diálogo vía Skype desde su oficina en la Universidad de Oxford, donde actualmente investiga-. Me consideraba afortunado si me enteraba con dos días de anticipación cuándo teníamos parcial. Siempre me gustaron las tareas que tuvieran algún grado de creatividad y la escuela no me resultó inspiradora, sino más bien lo contrario. Es más: la matemática era la materia que menos me gustaba. Pero tuve la suerte de que cerca del final del secundario me crucé con problemas abiertos que podía entender. Y ahí me di cuenta de que la matemática era algo diametralmente opuesto a lo que yo pensaba que era. Que en realidad había mucho espacio para crear."
El amor a primera vista de Walsh con "la reina de las ciencias" se produjo casi por casualidad, si es que eso existe, en ese "cosmos virtual" que es Internet. Como muchas veces sucede, ese encuentro le imprimiría un drástico cambio de rumbo a su vida.
Decidió ingresar en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Cinco años más tarde (en 2010) había obtenido su título de licenciado, y apenas dos años después, el doctorado. Para ese momento, ya había encontrado un desafío digno de sus aspiraciones.
"Que la licenciatura dure cinco años es algo que a los matemáticos nos molesta un poco, bah, por lo menos a mí, porque en la matemática muchas veces uno puede descubrir cosas de joven, entonces tener que esperar seis años para ponerse a investigar no es lo mejor -comenta-. Pero tuve suerte, porque de entrada sabía lo que quería hacer: quería enfrentarme a problemas abiertos, por eso quería terminar rápido la carrera."
En el Pabellón I de la Ciudad Universitaria, con la dirección de Román Sasyk, empezó a trabajar en dos áreas que resultan abstrusas para el resto de la humanidad, pero que para los matemáticos son fascinantes: teoría ergódica y teoría de números.
"La teoría ergódica estudia cómo evolucionan los sistemas con el tiempo -explica-. Cumple dos hipótesis: la primera es que hay un conjunto de reglas fijas que te dicen cómo va a evolucionar el sistema, y la segunda es que la probabilidad de que algo pase es igual a la probabilidad de que pase alguna de sus causas (una formulación de la ley de causalidad). Uno tiene que ver qué puede probar partiendo de esas hipótesis. Como son muy generales, la teoría ergódica suele encontrar conexiones con muchas otras áreas, y esto es precisamente lo que la hace interesante. Pero la gracia está en que lo que uno pueda probar a partir de eso valga en contextos muy generales."
El problema particular que atrajo su atención fue el de los "promedios ergódicos", una de las herramientas fundamentales que hay en la teoría para saber cómo se va a comportar el sistema que se estudia. "Lo que uno quiere saber es si esos promedios van a converger en un valor definitivo o si ese resultado valdrá por un tiempo limitado y luego cambiará -prosigue-. La tarea era probar esto, que daba una respuesta definitiva."
Era, efectivamente, un problema abierto... desde hacía décadas. En los años 30, John von Neumann había demostrado que cuando uno tiene una única función de interés, los promedios ergódicos convergen, pero su enfoque no respondió qué ocurre cuando hay más de una función que interesa.
Inspirado por Terence Kao, de la Universidad de California en Los Angeles, que introdujo nuevos métodos para atacarlo, Walsh destinó su tesis de doctorado a responder este problema para el caso más general posible. Y lo hizo.
Al día siguiente de subir sus trabajos a Internet, antes de mandarlos a publicar, empezaron a llegarle invitaciones para ir a investigar a muchos lugares, entre ellos la Universidad de Oxford, donde se encuentra desde octubre del año pasado. "Me gustó la idea de venir acá, porque aquí trabaja el grupo más especializado en el tema que a mí me interesa", dice.
Reconoce que es un sueño hecho realidad. Gracias a la beca Clay, podrá dedicarse los próximos cuatro años a investigar sin otra obligación. "No tengo muchos planes, porque voy a tener muchas experiencias nuevas y quiero ver cómo evolucionan", se despide.