Nacieron tres en una reserva de Rumipal y siguen apareciendo ejemplares en zonas urbanas. Lo atribuyen al mascotismo ilegal, pero también al cada vez más escaso hábitat de monte nativo.
Cuesta imaginar que estos cachorros que parecen muñecos de peluche en pocos meses podrán provocar una mordedura mortal o un manotazo desgarrador. Sus pintas oscuras, que luego se desteñirán, y los sonidos de pájaro que mutarán por gruñidos, ayudan a la especie a camuflarse durante los primeros e indefensos meses de vida. Los tres pumitas nacidos días atrás en El Edén-Pumakawa, la reserva de flora y fauna de Villa Rumipal, enternecen hasta al más apático.
Quizá por este perfil tierno del felino en su primera etapa de vida es que es víctima del mascotismo, una práctica ilegal y perniciosa.
Córdoba sigue acumulando casos de apariciones o hallazgos de pumas en zonas urbanas. El más reciente fue el más desopilante: dos cachorros en un departamento en plena Capital provincial. Fueron incautados por Ambiente y llevados, por ahora, al zoológico cordobés.
“La gente no debe olvidarse que no es un animal para domesticar, en pocos meses crecerá y demostrará su naturaleza depredadora”, subraya Kai Pacha, responsable de la reserva especializada en pumas.
El puma no distingue entre un juego y la cacería: de forma instintiva puede llegar a dar un manotazo o morder a su dueño, como parte de una actividad lúdica. “Su conducta detona por un estímulo visual y si ve algo que se mueva a un metro, el mismo dueño puede entrar en el rango de presa”, advierte Kai. “En muchos casos se les sacan las garras, pero el instinto no se puede mutilar”, acotó.
Aclaró que si están en cautiverio, el contacto humanizado con los cachorros es vital, ya que deben adquirir algunos hábitos de domesticidad. “Esos ya no podrán vivir en un hábitat natural”, se lamenta.
Si bien un nacimiento despierta alegría y marca la buena adaptación de las especies a la vida en encierro, los tres pumitas nacidos en Rumipal vienen a sumarse a una población que ahora asciende a 13 ejemplares. El apareamiento no pudo evitarse ya que llegaron tarde los permisos para la castración que la reserva había solicitado. Cuando se trata de animales silvestres, considerados patrimonio público, no puede practicarse ninguna intervención sin autorización de Ambiente.
En 2004, con recursos otorgados por la Provincia, se construyó en esta reserva la pumera más grande de Latinoamérica, en un cuarto de hectárea con tejido de tres metros de altura, en un ambiente natural, para una población de cinco pumas. A una década, los felinos adultos ya son diez y serán 13 en pocos meses, cuando crezcan los recién nacidos. Ese número ya requiere más espacio.
Con apenas el cinco por ciento del monte nativo que alguna vez Córdoba supo tener, el puma ha sido expulsado de su hábitat natural. Casi no quedan sitios no poblados en la provincia: hasta en las sierras más altas hay viviendas o emprendimientos. En ese marco, se registran cada vez más apariciones de pumas en espacios urbanos.
Un ejemplar que está en El Edén apareció hace unos años trepada en un pino de una vivienda de Villa General Belgrano. Hubo apariciones en muchas localidades en los últimos años. Hasta ejemplares que asustados entraron a viviendas.
En la mayoría de los casos se estima que, por su estado, eran felinos escapados de cautiverios ilegales. “Falta el monte, pero lo raro es que el puma no se extingue, tiene un alto poder de adaptación sobre cualquier otra especie”, señaló Kai.
“Es una herramienta de la naturaleza para manifestar conflicto; el puma es el mejor manifestante de eso porque a diferencia de otros animales afecta la economía del hombre del campo”, precisó.
Es que en las zonas rurales serranas, durante décadas, fue y es aún perseguido y casi exterminado porque ataca al ganado.