Sabria Khalaf huyó de la violencia hace siete meses y se reencontró con su familia en Alemania la semana pasada.
Unos 20 familiares esperaban hace 12 días a Sabria Khalaf en el aeropuerto de Düsseldorf. Hijos, nietos, bisnietos y hasta un tataranieto de poco más de un mes.
Después de siete meses de viaje para huir, al lado de su hijo, de la guerra civil en Siria , esta mujer de 107 años logró reunirse con sus parientes en Alemania, para vivir el ocaso de su vida en paz y entre sus seres más queridos.
Hoy es uno de los dos millones de sirios que escaparon de una intensa violencia que, tres años después de haber comenzado, no muestra signos de detenerse.
Las cámaras de los canales de televisión alemanes captaron el momento y lo difundieron a todo un país conmovido. La espera de los familiares terminó con un grito de felicidad: "¡La abuela está ahí!"
En silla de ruedas, Khalaf atravesó las puertas automáticas y fue recibida por sus hijos.
Junto a su hijo Kenan, Khalaf, de origen kurdo, dejó Siria hace siete meses, después de cruzar la frontera con Turquía.
Cuando llegaron a Estambul, madre e hijo intentaron subirse en una patera organizada por transportadores ilegales para dirigirse a Grecia. Durante cuatro días y cuatro noches viajaron con decenas de otros refugiados, apretados e incómodos, en la suciedad.
"Tuve que tirar todos los vestidos por el olor", dijo Khalaf. En el viaje se enfermó, pero las ganas de ver a su familia la alentaron. En el quinto día de viaje, las autoridades griegas escoltaron la embarcación hasta el puerto de Atenas.
El hijo de Khalaf vive desde 2000 en Alemania y no veía a su madre desde 1998. Para llevársela a Alemania viajó primero a Atenas e intentó conseguirle ahí un permiso para viajar. Sin embargo, no lo logró y las autoridades además detectaron sus pasaportes falsos.
Y madre e hijo fueron bloqueados en ese país y les resultó imposible volar a Alemania para reunirse con sus familiares. Su historia fue publicada por el diario alemán Süddeutsche Zeitung; la diputada del partido La Izquierda Anette Groth leyó la nota y decidió actuar.
"Después de leer el artículo pensé que eso no podía suceder", dijo. Fue así como llevó el asunto a la atención del presidente alemán, Joachim Gauck. Tanto la presidencia como la Oficina de Inmigración se activaron para desbloquear el asunto. Desde la denuncia de Groth hasta que Khalaf aterrizó en Alemania, pasaron unos 17 días de intensas negociaciones y burocracias.
Las reglas para la recepción de refugiados son bastante estrictas en Alemania y en general requieren que quede demostrado que, por su raza o religión, los postulantes están amenazados en su país.
En el caso de Khalaf, las razones fueron dos: es de origen kurdo y además pertenece a la corriente minoritaria religiosa del yazdanismo, razón por la cual podía ser blanco de fundamentalistas islámicos.
Después de tres años de guerra civil en Siria, Alemania se comprometió en Europa a recibir 10.000 refugiados de ese país. Representantes de los estados federados ejercieron presión en el gobierno para que acogiera más peticiones.
"Tengo las rodillas débiles, me tiemblan las piernas y estoy a punto de ponerme a llorar", dijo al diario local Reihnische Post, Shiroan Ali, un señor mayor, emocionado por la idea de volver a abrazar a su madre. Igualmente conmovida, Civin Ali, de 25 años y bisnieta de Khalaf, dijo: "Estoy muy orgullosa de mi abuela y de que haya llegado hasta acá".
El resto de la familia, alrededor de 90 personas, esperaba a Sabria y a su hijo en su casa en la localidad de Holdorf. El ambiente era el de una fiesta. "Es como si tuviese alas", dijo Sabria al diario Tageszeitung.