Volvía a dedo desde Ushuaia hacia Tucumán junto con un amigo. Ambos eran jóvenes andinistas. Veinticinco años después descubrió que la huella del tiempo no había erosionado su corazón viajero. Decidió revivir aquella larga travesía, pero esta vez conduciendo un Citroën 3CV. “Me sentía identificado con ese auto: descascarado y medio viejito pero con el espíritu intacto”, bromea el hombre, hoy de 52 años. Agrega que lanzarse a cruzar el país en un auto de sólo 30 caballos de fuerza -cualquier auto moderno tiene más de 100- representaba un desafío que le recordaba a su antigua pasión, el andinismo.




​La ruta 40 bordea los Andes desde la provincia de Santa Cruz hasta la localidad jujeña de La Quiaca, en el límite con Bolivia. Debido a la gran extensión de la misma -más de 5.000 km-, Izquierdo decidió dividir el recorrido en tres etapas por año: Norte, Cuyo y Patagonia. Una vez organizado esto, emprendió la búsqueda del vehículo elegido, el 3CV.

En el universo de lo que luego se llamaría “Experiencia 3CV” las cosas se iban dando naturalmente, cuenta el protagonista. De esta manera se encontró con “All Black”, como llamó a su modelo 72, el primero que participaría de su proyecto (actualmente cuenta con cinco autos de este tipo). “La persona que me lo vendió dijo dos cosas que me impactaron -recuerda Izquierdo-. La primera fue que si le llenaba el tanque, podía llegar hasta La Quiaca...”. Esto no era un dato menor para un viajero que pretende atravesar grandes distancias. Sin embargo, lo que más conmovió a Izquierdo fue la segunda oración: “los 3CV no se venden, se transfieren. Yo te lo paso a vos porque sé que lo vas a cuidar”. Más adelante, Izquierdo comprendería con claridad el valor de este enunciado.

Chau ansiedad

En 2008 llegó el momento de encarar la primera etapa del viaje: partiría de Tucumán hasta La Quiaca y desde allí recorrería la Ruta 40 con destino a La Rioja. Al salir al camino comenzó la verdadera experiencia. Este Citroën no viaja a más de 90 km por hora. “No estaba acostumbrado al auto, sentía que le faltaba reacción, que le faltaba aceleración. Luego uno entiende que esto le permite disfrutar del paseo. Se olvida de la ansiedad por llegar al destino y disfruta del paisaje, del clima, del viento entrando por la capota que se abre”. 

Izquierdo asimiló esto cuando su hija de 15 años, que lo acompañaba en aquella odisea, al ver pasar los otros autos en la ruta preguntó: “¿adónde irán tan rápido, papá?”. Sin embargo, el recorrido se vio frustrado cuando la suspensión del auto se rompió antes de llegar a Humahuaca y tuvieron que abortar el plan. “Fijate que ‘All Black’ fue tan noble que se rompió frente a la posada donde pensábamos pasar la noche”, sonríe José.

Lejos de bajar los brazos, el aventurero siguió insistiendo. Decidió mejorar la mecánica del auto y fue en 2009 cuando pudo cumplir con su primer objetivo. Durante este trayecto el 3CV superó el Abra del Acay, el punto más alto de la ruta, a casi 5.000 metros de altura sobre el nivel del mar. “Estaba feliz porque había demostrado el potencial de este catafalco”, añade, con orgullo.

Los caminos de América

Al año siguiente completó la segunda fase del recorrido: atravesó la zona de Cuyo y, en 2011, decidió cambiar el rumbo. “Me había ilusionado con correr el Dakar en este auto -comenta-, pero no llegaba con los tiempos para prepararlo y la inscripción era costosa. Así que tomé una decisión: postergaría la etapa Patagonia de la Ruta 40 y me adentraría con mi viejo 3CV por los caminos de Latinoamérica”. Ideó, entonces, el Tour Andino: el Citroën partió desde Tucumán hasta Cuzco, para luego volver a nuestra provincia en tan sólo 18 días. “Fue increíble. En tan poco tiempo logramos llegar a Machu Pichu y volver, y superamos así más de cuatro veces los 5.000 metros de altura con este auto de baja potencia y de gran corazón”. 

Año a año los viajes continuaron. En 2012 completó la ruta 40 con el Tour del Fin del Mundo atravesando las largas distancias de la Patagonia. En 2013 volvió a internarse en Latinoamérica con el Tour Matto Grosso, que consistió en un periplo desde Tucumán hasta Iberá, pasando por Santa Cruz de la Sierra e Iguazú, y visitando las ruinas jesuíticas en el camino.

Todos los tours se realizaron en no más de 18 días y, por lo general, en cada uno de sus viajes, José va acompañado por uno o más fanáticos del 3CV que ponen a prueba sus Citröen en estas travesías. “La mayoría de mis compañeros no son de Tucumán -comenta el aventurero, que vive en Buenos Aires desde hace varios años- y suelen preguntarme por qué siempre partimos desde aquí. Les contesto que Tucumán es el ombligo de Latinoamerica”. 

Nuestro protagonista cuenta una anécdota que sintetiza la “mística del 3CV”, cómo él la llama. Cuando recorrían la segunda etapa de la Ruta 40, en la ciudad de Chilecito, su auto rompió el carburador. Preguntando entre los pobladores, dieron con un señor llamado Carlos Papinutti, dueño de un 3CV. La intención era comprarle el carburador del auto y continuar la travesía. Aunque Izquierdo estaba dispuesto a pagar lo que fuera, Papinutti se negó rotundamente: “estos autos no se venden, se transfieren. Lo que puedo hacer con el carburador es prestárselo”, contestó el hombre de Chilecito.