El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció que se retira como candidato a la reelección por el Partido Demócrata.
"Aunque ha sido mi intención lograr la reelección, creo que es en el mejor interés de mi partido y del país que me retire y me concentre exclusivamente en el cumplimiento de mis obligaciones como presidente durante lo que resta de mi mandato".
Con esas palabras, Joe Biden anunció el domingo su retirada de la campaña presidencial, cediendo así a las presiones de los líderes del Partido Demócrata y de los donantes de su campaña (que son quienes tienen la última palabra), desencadenadas hace tres semanas cuando tuvo una desastrosa actuación en su debate televisado con Donald Trump que sembró las dudas acerca de su posible declive cognitivo. Minutos después, Biden colgó un mensaje en redes sociales anunciando su "apoyo total" a que la vicepresidenta, Kamala Harris, sea su sucesora. Ésta replicó con un comunicado afirmando que hará todo "para unir al partido y a la nación", y concluyendo que "juntos lucharemos y juntos ganaremos". Biden no informó a Harris de su decisión hasta unas horas antes de divulgar la carta.
Por parte del Partido Republicano, la respuesta ha sido pedir la dimisión de Biden de la Presidencia. Así lo manifestó el candidato a la Casa Blanca de ese partido, Donald Trump, que escribió en su red social Truth que el presidente "no está capacitado para servir" en el cargo, algo que había declarado el viernes el senador por Florida y posible secretario de Estado en un Gobierno republicano Marco Rubio, y que ha sido secundado por el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson.
El argumento de esa idea es que, si Biden no tiene las facultades para llevar a cabo una campaña, no puede, tampoco, ser presidente de Estados Unidos. Trump también declaró a la cadena de televisión CNN que será más fácil para él batir a Harris que a Biden. Otros republicanos, como la ex candidata a la presidencia y rival de Trump -hasta la semana pasada- Nikki Haley, han vaticinado durante meses que, si el Partido Demócrata nombra a alguien que no sea Biden, derrotará fácilmente a Donald Trump. Curiosamente, es algo que no todos los demócratas creen. Pero el deterioro físico y psicológico de Biden en los últimos tres meses había hecho, para la élite del partido, que su posición fuera insostenible. Forzar la salida de Biden ha sido una apuesta muy arriesgada que muchos veían como la única salida a un suicidio electoral en las elecciones del 5 de noviembre, en las que Trump mantiene una ligera pero permanente ventaja sobre Biden, cuyo deterioro físico y mental ha desatado el pánico acerca de lo que puede esperar en los próximos tres meses y medio.
POPULARIDAD MINÚSCULA
Así, Biden se ha encontrado con que haber tenido la política doméstica más transformativa de un presidente demócrata desde Lyndon B. Johnson -lo que incluye leyes masivas para la transformación energética, la digitalización y la expansión del Estado de Bienestar- no le ha servido para remontar una popularidad minúscula y una rebelión interna sin precedentes en 168 años, desde que el Partido Demócrata descabalgó en la Convención a su presidente Franklin Pierce y le reemplazó por James Buchanan. Curiosamente, Buchanan ganó las elecciones. Un caso más reciente, en 1968, cuando Lyndon B. Johnson renunció a la reelección, no trae buenos auspicios. El partido estalló en una feroz Convención y perdió al Casa Blanca a manos de Richard Nixon.
Para evitar eso, Biden ha ungido a Harris como heredera. No es una decisión basada en la afinidad política o personal, porque las relaciones de Harris con Biden -al igual que las que la vicepresidenta tiene con la práctica totalidad de la clase política de EEUE, e incluso con sus propios colaboradores- es mala. Es una cuestión de eficacia política. Al nombrar a Harris, la campaña de Biden puede seguir usando los aproximadamente 2.000 millones de dólares (1.850 millones de euros) en donaciones que ha recibido y que gestiona tanto directamente como a través de grupos teóricamente independientes -los llamados PAC y SuperPAC-, pero que en la práctica son una prolongación del esfuerzo electoral para poner al presidente en la Casa Blanca.
De no haber sido ése el caso, la situación sería jurídicamente complicada. No está claro que una campaña pueda transferir sus recursos a otra, entre otros motivos porque los donantes han dado sus aportaciones para un candidato -o ticket de candidatos, a la presidencia y a la vicepresidencia-, no a otro. Lo más probable sería que el equipo de Biden tuviera que entregar los fondos al Comité Nacional Demócrata, que es el órgano que se dedica a la obtención de financiación para el partido, que luego distribuye entre diferentes candidatos, con el compromiso de éste de que, una vez que hubiera un candidato oficial, se lo entregaría. Sería, en todo caso, un caos. Los PAC y SuperPACs, por su parte, podrían funcionar independientemente, pero su dinero no estar sometido a las directrices de la campaña, por lo que podría ir para otros candidatos.
El reemplazo de Biden por Harris también reduce al máximo las tensiones dentro de la campaña de Biden, dominada, lógicamente, por personas leales al presidente que tendrían bastantes dificultades para trabajar para con otros candidatos, máxime cuando algunos de esos candidatos han movido los hilos para liquidar políticamente al presidente y eso es algo importante. Sólo en materia de redes sociales, la campaña de Biden tiene firmados acuerdos de colaboración con 550 creadores de contenidos. Legalmente, esas personas seguirían trabajando para la misma campaña, aunque el candidato sea otro.
Finalmente, si Harris sale adelante, no tendrá que organizar una campaña desde cero, un proceso brutalmente oneroso en tiempo y dinero que, además, haría especialmente vulnerable a la vicepresidenta, que es famosa por ser un desastre como organizadora y como trabajadora en equipo. En 2020, Harris se presentó a la Presidencia, y tuvo el dudoso honor de ser una candidata que se retiró de la carrera antes de que las primarias empezaran porque su campaña era un caos y su capacidad para obtener recursos era nula.
EL 'PROBLEMA HARRIS'
La electabilidad de Harris, es así, un problema. El mal carácter de la vicepresidenta le ha llevado a quemar a dos de sus jefes de gabinete, que han dejado el cargo en solo tres años, y dentro del Partido Demócrata apenas tiene apoyos circunstanciales, debido a su cargo como vicepresidenta. Eso ha quedado claro con la decisión de Biden de abandonar la campaña. Aunque el presidente recibió el elogio unánime del Partido -incluyendo el de los que jugaron un papel más activo en su defenestración, en especial el ex presidente Barack Obama, que siempre ha despreciado al actual inquilino de la Casa Blanca, y la ex presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi-, varias figuras de peso se abstuvieron de mencionar a Harris.
Entre ellas la mencionada Pelosi, que ha expresado en privado su interés en que haya lo que se llama una Convención abierta, es decir, sin un vencedor decidido, y los líderes demócratas del Senado y de la Cámara de Representantes, Chuck Schumer y Hakeem Jeffries, respectivamente. Al contrario que en el caso de Pelosi, sus posiciones parecen ser más consecuencia del cálculo político que de una decisión firme de bloquear la candidatura de Harris, algo que muchos ven como una opción tremendamente arriesgada porque la vicepresidenta, aunque durante estos tres años y medio en el cargo haya sido todavía más impopular que Biden, es, al menos, una persona que los votantes conocen, y no una completa desconocida en la política nacional, como los demás nombres que se han barajado hasta la fecha para reemplazar a Biden.
Los líderes de la izquierda y de los latinos en el partido han sido más directos, y han respaldado, sin embargo, a la vicepresidenta.