Esta mujer, conocida como "La Mujer Coneja de Godalming", creó uno de los mayores alborotos mediáticos avalada por notables galenos de la época y que, incluso, registra la historia de la medicina.
El caso tuvo su inicio en la primavera de 1726, cuando Mary, una empleada doméstica de 25 años -casada y madre de tres hijos- comenzó a tener extrañas experiencias. Mientras realizaba algunas de sus tareas habituales en el campo y con un embarazo de cinco semanas a cuesta, intentó infructuosamente capturar unos conejos que correteaban cerca. En ese momento, su intención -y como efecto antojadizo propio de las embarazadas- fue cazarlos para poder comerlos, pero el fracaso de esa acción derivó en una obsesión reflejada en sueños posteriores en los que se reiteraban la aparición de conejos.
A los pocos días se sumó otro hecho llamativo, fue la expulsión de su cuerpo de lo que parecían ser órganos de un cerdo. Su esposo, un tanto alarmado, de inmediato llevó las muestras al médico que la asistía en su embarazo. Esta situación se repitió un par de veces pero luego se recuperó.
Cuando todo parecía normalizarse, ocurrió lo impensable: Mary Toft comenzó a eliminar conejos de su cuerpo a razón de uno por día. Su propio médico, John Howard, fue testigo e incluso la ayudó a dar a luz nueve conejos. Todos nacieron muertos y, para ser exactos, no eran cuerpos completos sino partes de los mismos.
La sorpresa no fue menor para el profesional y se vio obligado a consultar a otros facultativos para desentrañar el misterio. De inmediato, dos prominentes hombres enviados por el propio rey acudieron en su ayuda: Nathanael St. Andre, cirujano-anatomista del monarca, y Samuel Molyneux, secretario del Príncipe de Gales.
Mary les explicó a estos hombres que recientemente había abortado involuntariamente, pero que durante su embarazo había deseado intensamente comer carne de conejo. Después de sus intentos fallidos por cazar algunos, comenzó a soñar que tenía conejos sobre su regazo. Luego, vino el nacimiento de los conejos sin vida.
Mary continuó expulsando más conejos e incluso en presencia de los médicos. Los profesionales realizaron pruebas para verificar la realidad del fenómeno, por ejemplo: pusieron en el agua un pedazo de pulmón de uno de los conejos y notaron que flotaba, lo cual era un claro indicio de que el animal debió haber respirado aire antes de su muerte, hecho que no podría haber ocurrido dentro del útero de la mujer. Sorprendentemente, los médicos ignoraron esta evidencia y se inclinaron a pensar que no había fraude y que la mujer realmente había dado a luz a estos animalitos.
El 29 de noviembre Mary fue llevada a Londres. A esa altura de las circunstancias su caso ya se había transformado en un escándalo nacional, por lo tanto fue inevitable que una gran muchedumbre no se diera cita alrededor de la casa donde la alojaron. Como consecuencia, y por razones de seguridad, la Sra. Toft debió permanecer bajo constante supervisión y, como hecho llamativo o no tan llamativo, durante esos períodos la señora dejaba de dar a luz nuevos conejos. Paulatinamente, el caso se fue revelando.
Confesión y marche presa
Comenzaron a aparecer testigos que afirmaban ser los mismos que le habían proporcionado los conejos al esposo de Mary. Pero ocurrió un hecho que fue determinante, entró en escena un famoso médico de Londres, Sir Richard Manningham, quien amenazó decididamente con llevar a cabo un examen quirúrgico del útero de la joven en nombre de la ciencia. Sus palabras fueron lo suficientemente intimidantes como para que la gran farsante, finalmente, decidiera confesar la verdad.
Mary Toft explicó que -simplemente- había insertado los conejos muertos dentro de su útero cuando nadie la veía, motivada por un deseo de fama y con la esperanza de recibir una pensión por parte del Rey. Rápidamente fue enviada a prisión acusada de fraude, pero así también fue liberada sin proceso judicial alguno.
Por su parte, John Howard y Nathanael St. Andre, los dos cirujanos que más devotamente habían creído en ella y la habían defendido con uñas y dientes, cayeron en un total descrédito y sus carreras quedaron arruinadas.
Como suele ocurrir en muchas historias fraudulentas, a pesar de las evidencias presentadas y confesión de parte, mucha gente siguió creyendo que el caso de Mary Toft había sido un verdadero milagro.