Entre el 1400 y el 1531, en los Andes peruanos se vivía un momento de cambio climático, con un clima más seco y cálido, el cual impactaba en el abastecimiento de agua.
Los incas, entonces, retomaron el uso de la represa Ricococha Alta, que había construido antes el pueblo de los Huaylas.
Durante siglos abandonada, volvió a circular agua por esta represa, gracias al trabajo de recuperación liderado por un investigador del CONICET,
Kevin Lane, arqueólogo, nativo de Gibraltar y ahora radicado en Buenos Aires.
Sobre el proceso de recuperación que solicitó el mismo Ministerio de Agricultura de Perú, indicó que ante la escasez hídrica, surgió la intención de rehabilitar ya lo construido.
Respecto a lo económico, indicó que costó una décima parte de lo que habría salido construir una nueva. Se gastaron 120 mil dólares en la rehabilitación mientras que una nueva costaría alrededor de 1 millón de dólares.
Anclado en roca madre, la represa tiene un muro de 50 metros de lado a lado y una capacidad cercana a los 30 mil litros cúbicos de agua.
Dijo que en Perú quedan 17 represas por rehabilitar como así también otras en el noroeste argentino, de las cuales se está evaluando su factibilidad. “El interés está porque el agua va a escasear”, manifestó en La Tarde del Limón.
Por otra parte explicó
en qué consistió refuncionalizar esta obra de tantos años de antigüedad. “Sacamos todo el relleno que estaba en el núcleo y lo hicimos de nuevo. Además reparamos los muros y colocamos las piedras que se habían caído”, explicó. Utilizaron geomembrana, un textil moderno mucho más impermeable, material con el cual revistieron los muros internos.
En tanto, la mano de obra estuvo compuesta por personas de la misma comunidad que se verán beneficiadas por la represa.
Tierra, piedra y arcilla es la tecnología que se utilizó, para que ante cualquier imprevisto puedan arreglarla con materiales que ellos mismos conocen cómo funciona.
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