El legendario cantante pasó a integrar el “Club de los 27″ el 3 de julio de 1971, luego de que su novia Pamela Courson lo encontrara muerto en la bañera del baño de su casa en París. La principal hipótesis es que falleció a causa de su adicción a la heroína, pero al no realizarle una autopsia nunca se supo fehacientemente qué le ocurrió.
im Morrison ingresó al “Club de los 27″ el 3 de julio de 1971, hace 52 años. Se agregó al santuario de las grandes estrellas de la música que sucumbieron a la misma edad: Brian Jones, Jimi Hendrix y Janis Joplin ya estaban ahí cuando él llegó; Kurt Cobain y Amy Winehouse lo harían después. Su muerte, así como su vida, está teñida de mitos. Los enigmas de su final aún se mantienen activos. Hay quienes creen que Morrison alimenta la industria musical desde las sombras, que hastiado de la fama y del mundo de la música, simuló su muerte y se escapó a algún destino exótico con otra identidad, que como dicen de Elvis, estaría vivo.
Pero los hechos atan las historias. En la bañadera del cuarto piso del edificio de la rue Beautreillis 17 de la ciudad de París, un hombre joven flota. Es el 3 de julio de 1971. Su cabeza reclinada sobre su hombro izquierdo, el pelo todavía está mojado, tiene una sonrisa serena. Debajo de su nariz y al costado de la boca hay sangre seca de un color espeso, bien oscuro. Está desnudo y una de sus manos se apoya sobre el borde de mármol. En el pecho tiene dos grandes hematomas morados. El agua, teñida por la sangre, es de color rosado. Los policías llegan al mismo tiempo que la ambulancia. El médico se da cuenta de que ya no hay nada que hacer antes de tocar el cuerpo. La lividez, los labios violetas. En la puerta del departamento algunos vecinos se asoman. Cuando les preguntan si saben de quién se trata, contestan que es un turista norteamericano, tal vez un estudiante, llamado Douglas. Todavía no saben que el muerto tiene 27 años y es una gran estrella de rock. Faltaban unas horas para que los investigadores se enteraran de que Jim Morrison, el cantante de The Doors, había muerto.
Esos son los únicos datos certeros de lo que ocurrió esa madrugada en el departamento parisino. El resto es bruma, imprecisión, versiones, especulaciones y teorías conspirativas. Desde homicidio a suicidio pasando por muerte accidental y hasta un escape del mundo. En esa época, la policía francesa no realizaba autopsia si no se trataba de una muerte violenta. El médico se apuró a firmar el certificado de defunción y a consignar “Deceso por ataque cardíaco”.
Antes que la noticia pudiera confirmarse, a Estados Unidos llegó el rumor de su deceso. Alguien llamó a los otros integrantes de The Doors para decir que Jim estaba muerto. Ellos, luego de cruzar comunicaciones entre sí, decidieron mandar a un allegado que estaba en París a averiguar. No se preocuparon demasiado. Creyeron que no era cierto. No era la primera vez que pasaba algo así. Los hábitos de Morrison alimentaban los rumores, y sus varios colapsos públicos también. A veces se desvanecía en público. Tal vez alguien había visto un episodio similar y lo había dado por muerto. Pero ellos, sus compañeros de banda, habían presenciado decenas de estos episodios.
Una de ellas, la última, fue en el recital que dieron el 12 de diciembre de 1970 en Nueva Orleans. Fue la presentación final de la banda en vivo con Morrison. Antes de comenzar se lo veía apagado, algo ido. Pero pareció renacer apenas sonaron los primeros acordes. Las cuatro canciones iniciales no presentaron mayores problemas. Alguien que ya había visto a la banda en vivo hubiera notado que su energía no era la de siempre. En la quinta canción se olvidó la letra. Después empezó a balbucear y hasta le costaba tararear la música. The Doors se convirtió en una banda instrumental. Los otros tres seguían tocando con la esperanza que el cantante se reanimara. Morrison caminó con lentitud, con los hombros vencidos y se sentó en el borde de la tarima de la batería. Con la mirada perdida, se quedó inmóvil hasta que de pronto fue como si alguien hubiera bajado un interruptor. Morrison se apagó. Algunos creyeron que había muerto. La cabeza cayó, su cuerpo tuvo una pequeña convulsión. Sus brazos colgaban laxos al costado del cuerpo. No había caído, sólo porque quedó apoyado en la batería. El público primero lanzó una exclamación asustada; luego las conversaciones y las especulaciones casi tapaban a la banda que seguía tocando. Uno o dos minutos después, John Desmore pasó el pie derecho entre sus tambores y pateó a Jim en la espalda. Eso lo despertó. Se levantó y tomó el micrófono; parecía que la patada había repuesto las cosas a su situación habitual. Pero Morrison masculló algo inentendible y empezó a golpear el pie del micrófono contra el suelo hasta que lo partió en dos. Pateó algunos amplificadores y parecía que iba a romper cada elemento que encontrara a su paso. Un asistente entró al escenario y pasó su brazo por sobre el hombro del cantante. Morrison aceptó el gesto amistoso. Él también lo abrazó y salieron caminando juntos. Esa fue su última actuación en vivo.
La banda terminó de grabar su siguiente disco, L.A. Woman, con muchas dificultades. Morrison reunió a sus compañeros y les anunció que se iba a Francia. Cuando Ray Manzarek le preguntó por cuánto tiempo, él respondió que no sabía, que al menos por un año. En realidad estaba diciéndoles que los dejaba, que ya no cantaría con ellos. En vez de forzar definiciones, sus compañeros lo dejaron ir, confiando en que en unos meses volvería.
Pero su novia tenía otros planes para él. Morrison ya no quería cantar y ella lo convenció de que sólo se dedicara a la poesía. Y París era el lugar ideal para ello. Además ya había conseguido un contrato discográfico para grabar su primer disco solista, uno de poesía.
Pamela lo convenció de irse a París. Le dijo que ahí podía ser lo que él quería: poeta. El mito romántico de la Ciudad Luz como cuna de poetas, lo tentó. También alejarse de la presión de la fama, de las imposiciones, de la industria y de sus propios fantasmas.
Por esos días en París, cada vez que salía a la calle, Morrison llevaba una bolsa de plástico con dos de sus anotadores, el recorte de una nota de una revista musical francesa sobre The Doors, la cinta de la filmación de una lectura de poesía que había dado hacía un tiempo, fotocopias de una entrevista a Godard, un álbum con sus fotos, tres o cuatro lapiceras y varios lápices. Caminaba por la ciudad. Le gustaba hacerlo mientras miraba el Sena y atravesaba barrios. Le gustaba, también, pasar desapercibido. Utilizaba un nombre falso para no ser reconocido. Cada tanto se sentaba en una mesa en la calle, pedía una cerveza y sacaba sus cuadernos de apuntes.
Jean de Breuteuil es un personaje importante en esta historia. Era, en ese momento, la pareja de Marianne Faithfull. Ella había roto con Mick Jagger un poco antes. Morrison y Pamela entraron en contacto con Faithfull y de Breuteuil en Londres, luego se siguieron viendo en París. De Breuteuil era el dealer de Morrison, el que le vendía la heroína. Marianne Faithfull lo describe con crudeza en sus memorias: “Jean era una persona horrible. Lo que me gustaba de él era que tenía un ojo amarillo y otro verde. Y que tenía mucha, mucha droga. Todo se trataba de sexo y de drogas. Él era muy expansivo, muy social y muy francés. Sólo estaba conmigo porque yo había sido la novia de Jagger. Estaba obsesionado con eso”.
Pamela Courson vivía en la tiniebla que producían las drogas. Morrison no estaba mucho mejor. Drogas, alcohol. Su aspecto exterior también había empeorado. Había ganado mucho peso, lucía desalineado, sucio y rengueaba de una pierna. También tosía mucho y los médicos no encontraban la causa. Su escritura se había estancado. En una de las páginas de su cuaderno se repite una sola frase casi un centenar de veces: “Que Dios me ayude, que Dios me ayude, que Dios me ayude”.
En esos meses la pareja viajó bastante. España, Marruecos, Córcega y Londres. Morrison aprovechaba para conocer las ciudades. Fantasearon con instalarse en la Costa Azul, como los Rolling Stones. Algunos turistas y estudiantes norteamericanos, a veces, lo reconocían. Él, que tenía problemas con el francés, se quedaba hablando con ellos. Siempre al despedirse les pedía discreción. Quería mantener su presencia en París en secreto.
El día anterior a su muerte, Alain Ronay, un amigo que vivía con Agnes Varda -también cercana a Morrison que se acercó a ella porque quería exhibir dos películas que había filmado en Estados Unidos-, pasó a visitarlo. Las ventanas del departamento estaban cerradas, todo era oscuridad. Un vaho pesado mezcla de humo, hedor y algo indefinido. Sólo se escuchaba el ruido del motor de un proyector Súper 8 que fijaba un cuadrado blanco y brillante en una de las paredes, y la respiración laboriosa de Morrison, que temblaba en uno de los sillones. El amigo le dijo que salieran a caminar un poco y comer algo, que eso lo haría sentir mejor. A las dos o tres cuadras, el cantante se tuvo que sentar en un banco de plaza. Jadeaba, tenía problemas para que el oxígeno entrara en sus pulmones, cambió el color de su cara. A pesar de los esfuerzos de su acompañante por llevarlo al hospital, Jim Morrison se negó. Comieron algo mientras él seguía temblando. Pararon en un kiosco y compraron The Paris Review por la entrevista con William Burroughs y una Newsweek cuya nota de tapa era: “La plaga de la heroína”. Después volvieron al departamento oscuro.
Esa noche Pamela y Jim Morrison salieron. Fueron a ver una vieja película de Raoul Walsh (el cine era el otro gran interés de Morrison en esos días), caminaron un poco y comieron comida china. Ya en el departamento de la rue Beautreillis 17, Pamela sacó de un escondite heroína y metieron en su cuerpo todo lo que pudieron. Mientras de fondo, sobre la pared, el Súper 8 pasaba películas caseras de sus viajes recientes y en el tocadisco giraba un disco de rock. Jim dijo sentirse mal. Abrieron el agua para que tomara un baño. Pamela se acostó. De pronto escuchó que él la llamaba. Morrison estaba arrodillado sobre el inodoro vomitando líquido amarillo y coágulos de sangre. Después de un rato dijo sentirse mejor y se metió en la bañadera. Pamela volvió al cuarto y se durmió. Cuando despertó a las 7 de la mañana se dio cuenta de que Jim no había vuelto a la cama. Cuando entró al baño supo lo que había pasado.
Esta es la versión que dio Pamela de los hechos de esa mañana. En realidad es una de las versiones. Cambió tres veces sus dichos con el correr del tiempo. Pamela murió (también) por sobredosis de heroína tres años después. Tenía 27 años, como Jim.
Otras versiones dicen que el dealer Jean de Breteuil estuvo en el departamento junto a Marianne Faithfull y que ellos le inyectaron la heroína que lo llevó a la muerte. Faithfull negó esa versión. Pero de Breteuil sí estuvo en el departamento. Pamela lo llamó apenas se dio cuenta de que Morrison no respondía. Él llegó le dijo que avisara a Ronay y a Varda, que tirara todas las drogas por el inodoro y se escapara con él y Marianne a Marruecos. El dealer sabía que la policía se enteraría de quien había provisto las drogas. Pero su versión tampoco se pudo contrastar porque a él también el exceso de drogas lo llevó a la muerte poco después.
Cuando a las 7:30 de la mañana Ronay atendió la comunicación de Pamela, corrió a despertar a Agnes Varda. La directora de cine llamó una ambulancia desde la cama.
Otra versión sostiene que Morrison sufrió la sobredosis en el baño de un club nocturno parisino y que allí murió. Pero que los dueños para no tener problemas, lograron sacarlo del local, llevarlo hasta la casa y dejarlo en la bañadera. Otros dicen que ese episodio sucedió pero unos días antes al de la muerte. Y que fue asistido y pudo recuperarse. Otros afirman que nunca ocurrió. Uno de los vecinos dijo que vio al Señor Douglas, tal como lo conocían, gritando desnudo en el pasillo del cuarto piso, cerca de la escalera, esa madrugada. Una última versión habla de que aún vive: mitos.
Tres días después Jim Morrison fue enterrado en el cementerio de Pere Lachaise. Allí peregrinan decenas de miles de personas cada años a visitarlo y a ofrendarle su secreto. Sin embargo, tampoco ese descanso final estuvo exento de versiones. Muchos creen un rumor que indica que el padre del cantante sacó el cadáver clandestinamente y lo trasladó a Estados Unidos para tenerlo cerca suyo. El misterio -ese misterio- parecía que se iba a resolver en 1991 cuando vencía el permiso del cementerio y el cajón debía ser removido y reducido. Sin embargo, dada la celebridad de Morrison y las abundantes visitas cotidianas, la dirección de cementerio extendió la concesión sin límite temporal. De esa manera, no se realizó, una vez más, ningún estudio sobre sus restos.