Después de pasar por Montevideo y antes de seguir viaje a México, Los Fabulosos Cadillacs aterrizaron en el Movistar Arena de Buenos Aires. La excusa para volver a tocar en su ciudad, después del Luna Park de 2018, fue celebrar los 30 años de “Matador”, aquel hit definitivo. Aunque el motivo profundo pueda ser tan simple como seguir girando en familia mientras la gente baila.
Tras un exquisito set musical en vinilos preproducido por Sergio Rotman, LCF caminaron apenas pasadas las 21 en la noche del viernes hacia el escenario y lanzaron un picado inicial más que variado: “Cadillacs” (Yo te avisé), “Manuel Santillán, el León” (El León), “Demasiada presión” (Volumen 5), “El muerto” (Fabulosos calavera) y “Carmela” (Rey azúcar). Imposible no boquear ante semejante arranque. Músicos, sonidistas, público, los muchachos que hacen circular las bebidas que el hielo rebaja (los que no compraron cerveza antes del inicio del show perdieron) sentían el golpe. La mitad de los grupos de amigos y amigas que fueron a ver a LFC ya estaban mezclados, perdidos, atontados.
La banda guiada por Vicentico y Flavio Cianciarulo -y que cuenta además con los socios veteranos Sergio Rotman, Mario Siperman, Daniel Lozano y Fernando Riciardi– jugaría también con los cambios de clima. Se correría del ska 2 Tone y del reggae, suspendería el rocksteady, y se mandaría con canciones como “V centenario”, “Saco azul” y “Los condenaditos”, sin que nadie supiera responder a esa pregunta que retumba y retumba: ¿Dónde está escondido ese recuerdo tan preciado? .
Incluido en Vasos vacíos (1993), “Matador” se convirtió en el mayor hit de la banda. El retrato de un justiciero social latinoamericano, con links a Víctor Jara y al propio León Santillán, que entre tambores se metió durante la primera presidencia de Carlos Saúl Menem y dialogó con discos del rock local como Lobo suelto, cordero atado (de Los Redondos), Hecho en Memphis (Ratones Paranoicos) y el coletazo de Dynamo (de Soda Stereo, editado el año anterior). En este 2023 se cumplen 30 años de aquel lanzamiento y, cuando llegó su momento en la lista de temas, las pantallas del Movistar se pusieron en sepia y la imagen del baterista Fernando Ricciardi se cristalizó, junto con la inconfundible intro a puro redoblante. Por supuesto que ocurrió hacia el final, enlazada con “Carnaval toda la vida” y “Mal bicho”.
No es fácil envejecer en el rock argentino. Y el regreso de una banda, después de un período importante en pausa, puede dar una buena medida de su fortaleza. Volver por un fuego renovado y zafar de la nostalgia de aquellos buenos tiempos; apretar la panza orgullosa y olvidarse de una performance atlética sin por eso perder frescura.
Los Fabulosos Cadillacs dieron el primer paso hacia esa maduración elegante en 2008, cuando decidieron retomar luego de seis años de inactividad. Metieron 100.000 personas en México y 120.000 en Buenos Aires, con dos conciertos en River Plate, entre otras fechas del Satánico Pop Tour. Parecía claro que había Cadillacs para rato. Los integrantes de la banda (menos el percusionista Toto Rotblat, fallecido en marzo de 2008) y su público comenzaban a viralizar lo que hoy hubiera sido un indomable hashtag TT: “Yo te avisé”.
Luego de la felicidad por el reencuentro tocaba dar algunos pasos hacia adelante. Editaron entonces La luz del ritmo (2008) y El arte de la elegancia (2009) con algunas canciones nuevas y reinterpretaciones de su repertorio clásico. Entre esos dos materiales, interactuaron con artistas tan disímiles como Pablo Lescano y Marta Minujín, que no terminaban por posicionarlos en aquel presente urgente.
La banda realizó en consecuencia un par de movimientos dignos de una partida de ajedrez. El primero fue pensar al rock como una tradición. Convertirlo en un folklore más de la música popular en Argentina. No enfrascada en formol sino pensada como puente generacional. Sin poner al rock como una instancia juvenil, sino más bien como un género que fundó su propia comunidad y cuya historia ya cuenta con ancestros jóvenes a los que rendir homenaje o, en un plano más espiritual, rezar. El León Santillán, por ejemplo.
Los Cadillacs incorporaron a Florián Fernández Capello (hijo de Vicentico) en guitarra y a Astor Cianciarulo (hijo del Sr. Flavio) en una segunda batería. [Y, en el Movistar Arena, habrá una sorpresa: se sumará por primera vez en dos temas Vicente, el hermano menor de Florián]. Como Los Chalchaleros en el folklore, Araca La Cana en la murga o las big bands de la salsa: un pase de posta generacional con reinterpretaciones contemporáneas. Géneros de tradición popular que comienzan a incorporar al rock como uno más. Ahí están, Florián y Astor (y, ahora, Vicente) captando al vuelo las composiciones del siglo XX de sus padres y revitalizando los clásicos con una apabullante energía solar. Fuerte y al medio, no hay mucha vuelta.
Aparece en consecuencia una doble función para que Vasos vacíos (1993) suene desafiante en 2023. Las canciones de ese disco compilado, que incluía el hit “Matador”, vuelven a definir coyuntura y otorgan un refugio. Los Cadillacs tocando para vos.
Hay fórmulas LCF repetidas, pero no se exceden, toman lo que es suyo por mérito propio y lo reafirman bajo un contexto nuevo, contemporáneo. Y vaya si el tiempo no es bisagra para escuchar los versos que hacen referencia a Florián cuando LFC toca “El muerto”. Su padre dice “Las palabras de Florián” y después lo modifica y dice “Las patadas de Florián”. “El muerto” se revitaliza y el hijo mira a su padre con media sonrisa dibujada en su cara. Y en “Vos sabés”, Vicentico se contiene de mirar a su hijo durante la catarata de versos hermosos que tiene ese otro hit invencible de LFC. Frágil invencible. Esto es: un cantante que hace casi veinte años pensaba en su pequeño hijo viendo ahora cómo ese mismo chico toca la guitarra eléctrica y se hace cargo del nervio vital de la banda de toda su vida.
Vicentico, hijo de un titiritero, suele decir que a un artista no se le tienen que ver los hilos. “Como Sandro, un tipo al que nunca le cazaban dónde estaba”, refuerza. Para eso, entonces, no murió en el ska, pero tampoco lo abandonó. Fundó con sus amigos (en el Movistar reaparecerán dos ex, como ya es casi un ritual: Luciano Jr, en «Belcha», y Aníbal Vaino Rigozzi en «Yo no me sentaría en tu mesa») y refundó con familia una historia amasada desde Buenos Aires hacia toda Latinoamérica. Una tradición que continúa funcionando al lado del sol.
Las panzas siguen coloradas, vos sabés.
Rolling Stone
Fotos: TUTE DELACROIX