Un cuento con nostalgia, con la poética de la realidad que nos marca el tiempo y nos deja sin aliento. Un cuento de Rubén Lucero para escuchar con los Rolling Stones de fondo.
Transitar la vejez es el más fuerte de los desafíos. No ponerse viejo es una contienda traspapelada. Los tiempos son breves. La pelea es con la decadencia física y psíquica, con un condicionante letal: el final está previsto y es irremediable. Es más fácil ser soldado e ir a una guerra. El combatiente sabe que puede volver, salvarse. Esa luz de esperanza lo hace menos trágico ¿Y entonces qué hacer frente a lo que viene? Muchos llegaremos a viejos. En ese trayecto tendremos, además, una compañía constante, la soledad. Es el otro gran reto: saber que aunque se nos vea acompañados, vamos a estar solos.
El panorama cambia y no es tan aciago si pensamos que el recorrido sigue y que la vida es precisamente congratularse con el camino que nos tocó.
Bachi Salas alguna vez recordaba a Constantini, el autor escribía todos los días un texto, según él, escribir era hacerle un corte de manga a la muerte, un modo de permanecer. Otro escritor, Borges, entre sus laberintos, opacaba toda idea de jovialidad: “ya somos el olvido que seremos", decía y además, en un poema inolvidable, admitía que su pecado imperdonable era haber vivido sin ser feliz.
¿Qué nos queda a los comenzamos a pensar en el futuro con más años? Tal vez, impugnar a Borges e intentar que cada mañana tenga la esperanza de ser mejor.
Para el final cuento la historia de mi amigo Matteo, a los sesenta comenzó a estudiar guitarra, iba una vez por semana. Al cabo del año sumó a otro profesor y tenía clases con una intensidad asombrosa. Su progreso y dedicación se hicieron notables. Le pregunté por qué tanto esfuerzo. Estoy practicando con una idea, que alguna vez Mick Jagger me invite a tocar con los Stones, y si ocurre no pienso en defraudar a mis ídolos, ni a mis nietos…