Si hay una carta en el Tarot, que representa aquello que tantas tradiciones, terapias modernas y gurús arcaicos y contemporáneos dicen ser el objetivo vital del hombre, es el Arcano de numeración máxima de nuestra misteriosa arquitectura pictórica:
El Mundo, XXI.
No es para menos, “El Mundo” plasma generosamente en sus trazos una rica simbólica capaz de acariciar el intelecto de quien se atreve a sumergirse en los significados profundos del Tarot, aunque ello implique hacer un reset de chip total. Es que "Le Monde" (ese es su rótulo en francés) amplía poderosamente el concepto de “Realización” o de “Meta”, de la que tanto se oye hablar, venciendo así el límite que impone todo sistema de creencias en torno a este concepto. Sistema ideológico filtrado, claro está, por la cultura donde se vive o la familia donde se nace.
Si reflexionamos por un segundo, aquello que perseguimos como conejo a su zanahoria, aquello por lo que día a día volcamos todo nuestro tiempo y todas nuestras certezas, nuestras energías y fuerzas, quizás no sea más que lo que
otros establecieron como metas de senderos válidos o aceptables
, muchas veces
vacíos de verdadero deseo y privado de todo derecho a soñar.
Nos quedamos cortos si reducimos nuestro
propósito vital de existir, a lo que marca una cultura como razonable. Sin embargo, sondear en el fondo del océano del corazón personal, y descubrir qué hay de verdadero allí, implica evidenciar lo que no es genuino, y que validamos como tal.
Despertar la intuición natural e inherente que socava la existencia de un propósito o designio profundo, trascendente para todo ser humano, nos acerca al
entendimiento filosófico e intuitivo de un Arcano misterioso de gran importancia dentro de la arquitectura del Tarot. Y claro que su secreto, el secreto de
El Mundo, se convierte en revelable, el cofre se abre destilando sus tesoros, en la medida de realizar un voluntarioso trabajo de Autoconocimiento, y una contemplación activa de su Arte. (Arcano nace del latín arcanum, algo secreto u oculto).
La numeración máxima y comprensión simbólica del Arcano XXI, sugiere al espectador ser el puerto de Iluminación y Evolución, la
Meta Suprema que anuncia el Tarot y, por tanto, el símbolo de Realización por antonomasia. Y eso despierta toda Conciencia adormecida por objetivos ajenos o superfluos. Ficticios o vacíos de Alma. Eso ilumina el devenir cotidiano, generalmente automatizado, y alumbra toda jaula a la que se esté sometido.
Cuatro imágenes, tres animales y un ángel, coinciden con los extremos de la carta, enmarcando un centro en el que se vislumbra una silueta femenina dentro de dos mitades en forma de elipsis. Un toro o buey, un león, un águila y un ángel, más una mujer en expresión danzante mirando hacia la izquierda ¿o hacia el ángel?
Cuatro símbolos propios de la
iconografía cristiana antigua, que tienen un lenguaje análogo a la tradición de los cuatro elementos de diversas doctrinas (
Tierra, Agua, Fuego, Aire), aquellas que explican el comportamiento del mundo físico, el
Ser de la existencia en el mundo. Cuatro figuras entonces, orbitando el centro, el trono de Dios, de la divinidad en uno. El
quinto elemento, el prana, el mana, el vacío, el alma.
Y para nuestro asombro, cada una de las cuatro figuras mencionadas (el toro o buey, el león, el águila y el ángel) simbolizan la expresión evolucionada de los cuatro palos del Tarot:
espadas, oros, copas y bastos, símbolo de las cuatro formas del ser humano: Mente, emoción, sexualidad y materia.
Todas ellas en su expresión perfecta nos sugieren realizarnos, avanzar hacia la vía del refinamiento sobre nuestra manera de pensar, de sentir, de crear en el mundo o de materializar, de hacer cuerpo. Todo se perfecciona. Nuestro discernimiento no es a los 40 el de un niño. Tampoco nuestra manera de sentir es la misma de pequeños o adolescentes. Cambian nuestras respuestas emocionales, cambia nuestra manera de amar. No es lo mismo cuando necesitamos de nuestra madre para sobrevivir, que cuando debemos ser madre de otros, cuando estamos en el rol de cuidar de otros. O cuando deseamos y amamos un primer e inmaduro amor en la adolescencia, que cuando construimos un amor longevo, resistente e íntegro, a prueba de grandes desafíos conyugales. Vamos cambiando, la vida nos exige hacerlo, y qué bueno que así sea... ¡De eso se trata! ¿No?
Sólo aquel que elige ser
Sujeto de su vida y no
objeto de dictados ajenos, que aumenta en
Creación y disminuye en
repetición. Aquel que, deliberadamente, se dirige a
refinar su sustancia mental, emocional, creativa y material a Conciencia, con la voluntad de un verdadero guerrero y el entusiasmo de un niño, comprende
por y para qué está parado en la Vida.
¡No demoremos en el intento!