Somos privilegiados y no podemos darnos cuenta porque vivimos en un mundo estereotipado, guionado, un mundo de carencia, trabajo duro, enfermedad, crisis, sacrificios, sufrimiento, de esfuerzos desmedidos, rutinas poco sustentables para mi cuerpo y mi mente, ni hablar para mis emociones, sin saber bien por qué o para qué vivimos así.
Se nos pasa la vida creyendo que junto con el tiempo avanzamos, que estamos más cómodos y más libres que hace unos cuantos años atrás, y es ahí cuando me pregunto, ¿realmente estamos más cómodos?. Más cómodos porque tenemos todo al alcance de las manos y casi instantáneamente, perdiendo la capacidad de asombro y la inocencia de quien espera por algo que está por llegar, cierro los ojos y me acuerdo cuando esperaba a Papa Noel, toda esa adrenalina, mezcla con un poquito de miedo y felicidad era todo lo que estaba bien, y ni hablar cuando abría el regalo (aunque a veces no era el que había pedido).
¿Y libertad? ¿Libres de qué? Si “tenemos” todo fríamente calculado, y cuando las cosas no salen como queremos entramos en caos, no cedemos, resistimos, luchamos, sin saber que la lucha o la resistencia contra algo lo refuerza aún más y le da vida. Tener la certeza de todo es nuestra forma de vivir y todo se complica más, porque en la vida misma no se puede andar sabiendo absolutamente todo, la vida sería demasiada aburrida.
A mayor certeza tenemos menos libertad para elegir, no todo tengo que saberlo y saberlo ya, permitirnos la libertad de no saber qué va a pasar y confiar que lo que tenga que ser será y para el bien de todos, ¡incluido el mío! Sí, es re difícil!
Vivimos en un estado de insatisfacción permanente, cuanto más tenemos, más necesitamos, nuestra felicidad dura poco, los compromisos terminan y aún no empezaron o brillan por su ausencia, hacemos pactos tácitos con las personas que en el común de los casos no se cumplen y nos frustramos, disfrutamos de manera efímera y siempre queremos más, nada nos llena, siempre parece que falta algo, vamos manoteando y estirando todo para alcanzar eso que a este punto del camino no sabemos que es, ni tampoco sabemos dónde queremos llegar y en el peor de los casos, llegar a donde no queremos pero debemos.
¡Tiene que haber otra manera!
El camino siempre es volver a nosotros, cambiar la manera en que vivenciamos todo lo que nos rodea, estamos todo el tiempo proyectando, interpretando, hay que entrenar la mente para que haga algo que no está acostumbrada, generar hábitos libres de juicios, de expectativas en el afuera, y esto implica simplemente no hacer nada, no pensar tanto, darle un break, time out.
Parar, elegir, darme espacio, tiempo.
Escuchar menos voces ajenas y escuchar más la voz del alma, esa voz que nos susurra todos los días “es por acá” y que hacemos oídos sordos porque simplemente no creemos en nosotros, esa voz que no da órdenes, que empatiza con nuestros sentires, esa que nos empuja a ver y salir al mundo de otra forma, siendo uno mismo.
Cómo miramos al mundo, determina la manera en la que vivimos.
¿Vos como estás mirando al mundo?