El Nobel de Literatura y el reconocido escritor rumano dialogaron en la apertura de la primera edición del Festival Escribidores, que se lleva a cabo en Málaga hasta el sábado.
“La literatura para un nuevo mundo” fue el título del conversatorio que sucedió en la inauguración del Festival Escribidores, con la parrticipación de Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, autor de libros como Conversación en la Catedral y La guerra del fin del mundo, y el narrador rumano Mircea Cărtărescu, permanente candidato al máximo galardón mundial. Moderó la española Mercedes Monmany. El Auditorio Edgar Neville de la ciudad de Málaga fue escenario de esta sabrosa charla sobre literatura, que también tuvo alguna mención al trágico presente social y político que envuelve al mundo.
Antes, las diferentes autoridades pronunciaron unas palabras. Vargas Llosa, como uno de los organizadores del festival, dijo: “Los libros nos educan haciéndonos soñar con un mundo mejor que el que tenemos. Ese conocimiento es absolutamente indispensable par tener una sociedad pujante, que no está contenta consigo misma y que aspira a una sociedad mejor”. Por eso, la importancia de poemas, novelas, ensayos que contienen “un ideal que no corresponde a la sociedad en la que vivimos”, “el secreto del progreso”, que no es otra cosa que “añorar aquello que no tenemos y que sin embargo podríamos tener”.
Minutos más tarde, ahora ambos autores sentados en sillones sobre el escenario, fueron presentados por Monmany. Vargas Llosa comenzó preguntándole a su par rumano sobre la censura en Rumania, ya que había estado allí en dos ocasiones y sabía que la literatura latinoamericana atravesó dificultades para ser difundida. “La censura no sólo era penosa en Rumania, era terriblemente estúpida”, comenzó Cărtărescu. “En un momento todos los libros debían ser censurados, incluso los de cocina. No existía un sólo libro al que no le faltaran varias páginas porque ese era el trabajo de los censores. Sin embargo, la literatura latinoamericana tuvo una suerte paradójica”.
Ocurría que, contó Cărtărescu, el traductor era un hombre “escurridizo” y que le gustaban mucho los autores latinoamericanos que traducía, a los cuales además conocía y con quienes tenía una muy buena relación. “Tenía suficiente poder político para poder permitírselo. Por eso todas sus novelas publicadas entre los años setenta y ochenta pasaron sin el control de la censura”. Por su parte, Vargas Llosa recordó cuando en 1958 publicó su primer libro de cuentos en España. El censor le pedía que cambie la palabra llave. En su lugar le pedía que coloque falleba. No había explicación racional alguna. “Así descubrí la perversión tremenda que era la censura”, dijo.
“Lo curioso de Perú es que no había censura. A los escritores los mandaban a la cárcel si es que se excedían con las críticas que hacían al sistema del gobierno, pero sus libros circulaban”, contó Vargas Llosa, y agregó una anécdota muy ilustrativa: “Yo no estaba en el Perú cuando salió mi primer novela, pero dicen que quemaron mil ejemplares en el Colegio Militar. También dicen que esos mil ejemplares los cedió un editor para hacer publicidad a la novela. La quema sirvió de propaganda y mucha gente compró el libro para saber por qué la habían quemado”.
“Lo mejor es lo que existe en Estados Unidos —continuó—: si uno se siente ofendido por un libro va a un juez y ese juez decide si le pone una multa al escritor o si ese escritor queda libre de toda responsabilidad. Me parece que nunca debe haber una ley que se refiera a libros de literatura, porque la censura es algo tremendamente subjetivo: impide la libertad, que es una condición absolutamente esencial para que el escritor ejerza su talento, si es que lo tiene, su genio o su falta de genio. Poco a poco los países occidentales lo han ido entendiendo así. No hay censura pero un lector ofendido puede apelar a un juez”.
A sus palabras, Cărtărescu agregó: “Pienso en la censura de Joyce, esa que hizo que el Ulises tarde mucho en aparecer. La censura no venía de los censores, sino de todo el público. Y el público era una especie de caja de resonancia para la censura. Eran como avispas furiosas. Un odio contra todo aquello que no podían entender. Un odio en contra de los artistas”.
También hablaron de la escritura. “He leído que usted no cree en la inspiración, pero yo no puedo escribir ni una línea si no estoy inspirado”, dijo el rumano, y contó que escribir, en su caso, es “un acto de fe”. Escribe a mano en cuaderno, jamás edita —”puede cambiar apenas unas pocas palabras en tres páginas”— y siempre lo ha hecho así. “Eso es porque soy poeta”, bromeó. Por su parte, Vargas Llosa dijo: “Tengo muchas ideas y me cuesta elegir una, el puntapié inicial”. También contó que todo le resultó claro cuando leyó Madame Bovary de Gustave Flaubert: “Desde entonces supe qué escritor debía ser”.
Cărtărescu se reconoció lector de la literatura de América latina, por lo cual el Nobel peruano le preguntó que encontraba en esas historias, en esos autores, en esos estilos. “Lo fantástico es el rasgo fundamental de la literatura latinoamericana. Generalmente lo llamamos realismo mágico. Creo que es más bien una visión pura que se manifiesta en el estilo, en lo exótico, en la historia, en la visión general sobre el arte. Una imaginación desbordante”, respondió.
Sobre el final, Mercedes Monmany, que oficiaba de moderadora, mencionó la invasión de Rusia a Ucrania y le pidió a los autores —ambos condenaron las acciones militares de Vladimir Putin desde columnas periodísticas recientes— algunas palabras sobre el conflicto que mantiene en vilo al mundo. Pero Vargas Llosa aprovechó esos minutos para referirse a lo que venían hablando antes, a la escritura, a los métodos: “Siempre he tenido mucha curiosidad por saber cómo escriben todos los escritores y la verdad es que no hay dos que sean idénticos”.
Mircea Cărtărescu sí se refirió al tema. Primero habló de El maestro y Margarita, la novela del ucraniano Mijaíl Bulgákov que fue censurada en la Unión Soviética. Luego mencionó a La guerra del fin del mundo del propio Vargas Llosa, “una profecía, la que más me gusta de su obra”, dijo mirándolo a los ojos. “Una comunidad es atacada con una furia inusitadoa y los que la defienden muestran un heroísmo inolvidable. Esa novela ha sido terriblemente profética”, definió.
“A estas horas —continuó— la gente se arroja delante de los tanques en Ucrania. Aprovecho para manifestar mi profundo reconocimiento a lo que está haciendo el pueblo ucraniano. Este pueblo no está luchando solo contra los tanques rusos, sino que esta lucha es por cada uno de nosotros, también por cada brizna de hierba del planeta, por los peces del mar y los pájaros del cielo. Lucha contra un poder que no sabe lo que es la vida. Porque amenaza todo aquello que se mueve sobre la tierra”.
Ni bien el autor rumano concluyó, justo antes que Monmany pudiera volver a cederle la palabra a Vargas Llosa para continuar hablando sobre Ucrania, el Premio Nobel la miró y le dijo: “Creo que podemos terminar ahí”. Y así fue, los aplausos continuaron y los autores se despidieron en la primera jornada del Festival Escribidores que continuará hasta el día sábado con un cronograma prometedor.