Florencia Raggi: “No me imagino habiendo pasado esta vida sin la maternidad”
- 19/02/2022 11:14 hs
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Acaba de estrenar Noche americana en la pantalla grande y cruza el Rio de la Plata todos los fines de semana para disfrutar en el escenario junto a Joaquín Furriel y Juan Leyrado. En exclusiva con Teleshow habla de la pareja con Nicolás Repetto, la vida entre Uruguay y Argentina y el feminismo.
Del otro lado de la pantalla, y al otro lado del río, Florencia Raggi transmite plenitud. Como mujer, como actriz, como madre, como esposa. Instalada desde hace dos años en José Ignacio junto a Nicolás Repetto, la actriz se prepara para el estreno de Noche Americana en la pantalla grande, mientras viaja semanalmente a Buenos Aires para protagonizar Ella en mi cabeza en el teatro Metropolitan Sura. El millaje, lejos de fastidiarla, le provoca orgullo. “Es mi pasión”, repetirá durante su relajada charla con Teleshow, una frase con la que sintetiza su compromiso profesional.
Hace 27 años que Flor está en pareja con Nico, conformando uno de los matrimonios más sólidos del espectáculo. En este tiempo ensamblaron familias, fueron padres de Renata y Francisco, supieron ser simbióticos e independientes, sortearon los desafíos generacionales y cultivaron un bajo perfil a pesar de la alta exposición de sus respectivas carreras.
A la distancia, Raggi asegura que desde el principio supo que esta historia podía perdurar. “Intuía que había una conexión muy fuerte que me llevaba a hacer determinadas cosas que me sorprendían para la edad que tenía”, rememora sobre aquel flechazo televisado. Por entonces, ella recién entraba a sus 20 y era una modelo top a punto de dar el salto a la actuación. Él le llevaba 15 años, y era uno de las figuras más importantes de la tele.
Fue durante su estadía en tierras orientales que Florencia rodó Noche americana, una experiencia inédita y pandémica, con dos meses de filmación en un hotel de Montevideo bajo las órdenes de Alejandro Bazzano. Es su primer protagónico en la pantalla grande y lo vive con el entusiasmo correspondiente, en esa dicotomía inevitable en querer contar todo y no deber contar nada.
Allí interpreta a Michelle, una diva internacional, una artista inalcanzable con la que siente que tiene pocas en común, y eso la seduce. Que vive una historia con un joven al que casi duplica en edad. Que se enfrenta a situaciones familiares densas, como el abuso que sufre su hija. Una historia serpenteante y compleja, que dispara una serie de reflexiones sobre la propia vida de Florencia, al borde de los 50. Que, lo dicho, la encuentran plena, enamorada, activa. Feliz.
—¿Qué te sedujo del proyecto Noche Americana?
—Que es una peli multi género. Es una comedia negra, que tiene esta cosa de que me río, pero también no sé si llorar con lo que estoy viendo. Empieza como comedia romántica, después se vuelve un drama, después medio thriller, suspenso, comedia-comedia.
—¿Cómo sos como mamá?
—No me imagino habiendo pasado esta vida sin la maternidad. Para mí es sumamente fundante en mi persona, en lo que yo siento como potente en la vida, como razón de vivir. Eso me ha pasado desde que tuve a mis hijos y me sigue pasando con sus diferencias. Ahora estoy atravesando el nido vacío, ¡wow!, que tiene sus cosas, pero con la alegría del vínculo que tenemos que se va transformando en otra cosa.
—¿Y el abuelazgo cómo te pega?
—Me encanta. A Toribio y a Belisario (los hijos de Juana Repetto) los adoro, pero la verdad es que yo no me siento abuela, no tengo un vínculo de abuela. El amor está, pero no tengo ni una cotidianeidad. Jugamos más al rol de abuela pero no soy la abuela y no sé si tengo que ponerme ese mote. La cosa son los vínculos verdaderos, lo que uno siente, lo que da y lo que recibe.
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Florencia Raggi: "No me siento menos Argentina por estar en Uruguay"
—¿Te definís feminista?
—Depende. La palabra feminista tiene tantas... Entendiendo el feminismo como la igualdad entre hombres y mujeres, por supuesto que sí. Pero el feminismo no es el machismo al revés.
—¿Te tocó ponerle los puntos alguna vez alguna vez a Nico y decirle: “No, señor, acá somos iguales”?
—Para nada. Nico respeta, y yo no podría estar con un hombre que no sintiera eso por mí. Con lo cocorita que soy, no hubiéramos subsistido. Lo que sí a veces pasa es que mi hija me dice: “Mamá, no tenés que decir esto”. Hay cosas a las que tenemos que ir adaptándonos, entender que hay palabras que pueden herir y se pueden decir de otra manera.
—Bueno, los hijos vinieron a educarnos. Nos enseñan un montón en ese sentido.
—No, yo no creo que los hijos vienen a educarnos. A mí me parece que los adultos somos educadores en un momento. Porque esa cosa de que los chicos saben todo, no me parece que sea así. Me parece que tienen la mente mucho más abierta en un montón de temas y eso me parece alucinante: vienen con menos prejuicios y son más sinceros. Pero después, son adolescentes, son jóvenes, no transitaron un montón de cosas. No la tienen toda clara. Sabios son los que han vivido, los que transitaron y los que llegan a sabios después de toda una vida.
—¿Cuándo Renata plantea estas cuestiones, ustedes son receptivos?
—Eso sí. Igual no sucede mucho, porque ella nos admira que somos padres también con la cabeza abierta y muy poco prejuiciosos. O sea, no es que se encontró con una pared de normas y estadísticas.
—Otra de las discusiones que parece plantear Noche americana es el precio que se paga por la fama.
—Lo que muestra es cómo viven la fama mi personaje, pero también su entorno familiar. Y lo viven de una manera particular, cuestionable tal vez para algunos, pero se trata solo de una forma de las tantas que se puede vivir la fama. Y yo tengo muchas cuestiones en contra de cómo ellos lo viven.
—¿Sentís que pagaste un precio en algún momento por tu fama y la de tu pareja?
—No, me parece que en toda situación siempre hay pros y contras. Y entonces la habilidad de uno me parece que está en encontrar y ver esas situaciones, sobre todo a los pros, porque las contras en general las ves. Y me imagino que en ese punto estamos saldados.
De miércoles a domingo Flor se pone en la piel de Laura en Ella en mi cabeza, la obra escrita por Oscar Martínez, dirigida por Javier Daulte y que protagoniza con Juan Leyrado y Joaquín Furriel. Allí también dialogará con otro álter ego: el que se imagina su pareja. La actriz explica por qué aceptó la propuesta, aun cuando implique un vaivén permanente entre Punta del Este y Buenos Aires. “Es una necesidad de integridad conmigo misma, de entidad, de realización personal, porque es mi vocación”, asegura.
—Es amor al teatro.
—Sí. Cuando me llegó la propuesta no le podía decir que no. Ser dirigida por Javier Daulte, con quien soñaba trabajar; actuar con Joaquín Furriel, que me parece un actorazo, maravilloso, con Juan Leyrado. Es un esfuerzo, la verdad que sí, pero lo hago feliz porque es mi pasión.
—¿Le suma a la pareja tener un par de días de extrañarse?
—Yo creo que sí. Nico está feliz de este momento en el que estoy trabajando tanto, y yo estoy tan contenta y me siento tan realizada. Nos podemos extrañar, por supuesto, pero también estamos acostumbrados a estar mucho tiempo juntos y también, tener nuestros momentos de soledad de cada uno.
—¿En algún momento Nico se vuelve insoportable y lo querés echar de casa?
—La verdad que no. No quiere decir que siempre estemos amalgamados a la perfección. Alguna vez en alguna situación habrá pasado que estábamos cansados uno del otro por equis razón, pero no es algo que sea cotidiano.
—¿Y si le pregunto a él si Flor en algún momento se vuelve difícil y es mejor cambiar de habitación?
—Bueno, es que soy intensa. Flor es siempre intensa porque es mi ADN. Entonces, me toma o me deja. Es verdad que a veces estoy un poco más intensa de lo habitual y esos son momentos que tal vez le provoco menos paciencia. Pero tiene una paciencia… (risas).
—¿Hicieron terapia de pareja alguna vez?
—Muy poquito, hace muchísimos años. Fuimos dos o tres veces, y en una de esas el diagnóstico que nos dio el terapeuta evidentemente nos ayudó a movilizar algunas cosas y mover otras como para no necesitar seguir yendo.
Desde hace dos años, Flor y Nico se instalaron en José Ignacio, ese lugar al que iban y venían cada vez con más frecuencia y que una serie de factores -la pandemia, la partida de los hijos- terminó imponiendo. “Siempre estuvo este deseo de estar más tiempo del año frente al mar”, justifica, y aclara que en su decisión no hubo enojo ni desencanto contra su país. Simplemente, sucedió lo que tenía que suceder.
—Este verano pasaron un momento feo cuando fueron víctimas de un robo en su casa.
—Siempre está el oportunista, y la verdad que sí, nos pasó y hubiera sido mucho mejor que no sucediera. Pero en 25 años que venimos juntos a Uruguay nunca había sucedido, así que alguna vez nos iba a tocar. No hubo violencia. No fue armado. Así que nada, pasó. Es el mal momento.
—¿Nos estamos acostumbrando a agradecer la desgracia con suerte?
—Es aceptar lo que hay. Y la vida viene así, con cosas hermosísimas y cosas que no. Y acepto esto que es una cagada, que no me gusta que pase, pero es parte de la vida también. Entonces, si la aceptas, que no quiere decir “Dale, vengan de nuevo”, la carga de angustia, de malestar en uno es mucho menor.
—¿Cómo te preparás para los 50? ¿Son los nuevos 30 como dicen?
—No lo sé porque no estuve en otra época como para sentir cómo eran antes los 30. Tal vez cuando era más chiquita, una persona de 50 me parecía: “¡Wow, qué grande”, y ahora no es que me siento pequeña, pero me siento igual que siempre. El otro día lo hablaba con Juan Leyrado, que tiene 70, y me decía lo mismo. Los años están, y con ellos la experiencia adquirida y el cuerpo que cambia y el deterioro de algunas cosas, pero también la sabiduría de otras.
—¿La felicidad hoy por dónde pasa, Flor?
—Por ser uno mismo. Por conocerse. Por ser sincero. Por ir a buscar eso que uno desea. Y bancársela.